“Me gusta el vino”, la dionisiaca proclama del pueblo chileno

Cada 18 de septiembre, cuando damos rienda suelta a nuestro fervor patrio, un “himno dionisiaco” se toma los hogares, proclamando las bondades de un elíxir que promete trocar las penas en alegrías

“Me gusta el vino”, la dionisiaca proclama del pueblo chileno

Autor: mauriciomorales

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Cada 18 de septiembre, cuando damos rienda suelta a nuestro fervor patrio, un “himno dionisiaco” se toma los hogares, proclamando las bondades de un elíxir que promete trocar las penas en alegrías.

“Me gusta el vino”, la popular canción del folclorista Tito Fernández, se ha transformado a la vuelta de varias décadas en una orgullosa y pícara “declaración de principios” del pueblo chileno, que reafirma a través de su lírica una identidad nacional asociada a los mostos.

“Me gusta el vino/porque el vino es güeno/pero cuando el agua/ brota pura y cristalina/de la madre tierra/¡más me gusta el vino!”, canta la popular tonada, que como toda invocación dionisiaca resalta la vocación festiva de unos a veces taciturnos chilenos.

Y es que el vino constituye en Chile un verdadero símbolo patrio, que no conoce de diferencias sociales ni económicas, encontrándose en sus diferentes presentaciones tanto en las casas más populares como en los restaurantes más exclusivos.

El vino sirve para brindar en la alegría y la pena, la celebración o el velorio, el triunfo o la derrota, para darse ánimo cuando el desafío parece abrumar los espíritus. O cuando se habla de la amistad en ese reducto de varones que es el bar.

En esos “antros” donde transcurre la bohemia, el vino baila de mesa en mesa, reeditando noche tras noche la tradición de “conversar una botella”. Recinto en general vedado a las mujeres y donde se viven códigos sociales de respeto y desafíos de “machos recios”.

Esto último, sin embargo, amenaza con convertirse sólo en una postal histórica, debido a factores como los cambios culturales, la modernidad y la demanda feminista de igualdad también a la hora de la fiesta o de la relación social.

“Miren que diablo el vinacho/hecho con agua y romero/se me sube a la cabeza/como si fuera sombrero”, canta el folclorista Ángel Parra, en sus “Cuartetas por Diversión”.

Estamos hablando del vino, el tinto y “del otro”, que es el blanco y que es una adquisición tardía para bebedores que se respeten, ya sea civiles o militares, sin distinción.

De hecho, no es raro escuchar en el litoral central del país a los marinos cantar a todo pulmón, mientras trotan en formación por las playas, queriendo mostrarse como viejos piratas: “esta es la pipa/bebamos más/que ante jugo tan sabroso/mi gaznate es un brocal”.

Hasta el venerado y popular vate Nicanor Parra, que recluido en su balneario de Las Cruces se apresta a cumplir en septiembre próximo un siglo de vida y “antipoesía”, no pudo sustraerse a los encantos del vino.

“El vino cuando se bebe con inspiración sincera sólo puede compararse al beso de una doncella”, escribió el inspirado “antipoeta”, al cantar con su pluma las bondades de un caldo mítico.

El vino también ocupa un lugar de honor en la lírica del fallecido poeta Pablo Neruda, Nobel de Literatura 1971, quien además de ser gustador de los buenos mostos, junto a una gastronomía gustosa le dedicó su inspiración abrumadora.

“Vino encaracolado/y suspendido,/amoroso,/marino,/nunca has cabido en una copa,/en un canto, en un hombre,/coral, gregario eres,/y cuando menos, mutuo”, escribe Neruda en su “Oda al vino”.

Más adelante, el autor de “Canto General” dice “El vino/mueve la primavera,/crece como una planta la alegría,/caen muros,/peñascos,/se cierran los abismos,/nace el canto”.

Y concluye la “Oda al vino” con una invocación al hombre, objeto permanente de la inspiración nerudiana: “Que lo beban/que recuerden en cada/gota de oro/ o copa de topacio/o cuchara de púrpura/que trabajó el otoño/hasta llenar de vino las vasijas”.

Imagen: https://www.flickr.com/photos/jorgedalmau/5821135987/sizes/l/in/photostream/

Fuente: http://www.rotativo.com.mx/


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