“Soy chofer municipal, ubico todos los cerros. Estaba en mi trabajo, vimos el humo y pensábamos era en Mesana. Pero mi hija me llamó y me dijo que era Miguel Angel Alto. Entremedio de mucho humo pudimos llegar y vimos cómo la lengua de fuego saltó desde El Plateado hacia abajo y prendió altiro. Unidos entre los vecinos con las familias juntamos como 60 personas y comenzamos a atacar al fuego. Aunque tengamos problemas entre algunos, todos solidarizamos, en todo sentido, sobre todo en los cerros”, relató Hugo Arancibia, porteño habitante de la quebrada frente al incendio.
Poco después llegaron los helicópteros, aviones, bomberos y se pudo apagar todo. Pero ya es de noche y las sirenas, cada ciertos lapsos, vuelven a sonar, volviendo incierto el panorama nocturno para cientos de familias de los cerros Yungay, Mariposas y San Juan de Dios.
Génesis de una nueva tragedia
El primer foco comenzó en las cercanías de la cárcel, casi al frente del inicio del anterior siniestro. Los pabellones de las internas comenzaron a llenarse de humo y hubo que evacuarlas, para luego trasladarlas a otro espacio del recinto carcelario y, finalmente, movilizar a 150 de ellas a otros centros de reclusión.
El denso humo se podía apreciar desde el plan de la ciudad. A poco iniciada la emergencia, se cortó la luz, generando un caos vial de importancia, en especial para quienes debían subir a ayudar a sus familiares y/o a prestar apoyo en la lucha contra el candente elemento.
“Son 26 años de trabajo como brigadista y esto ha sido muy complicado. El fuego avanzaba muy rápido de la quebrada hacia abajo. Si a eso se le suma un fuerte viento, la radiación del calor aumenta e impide el trabajo de los voluntarios. No hay pala o chuzo que apoye la cobertura sin agua a la espaldas”, explica un adrenalínico porteño con ropa anti llamas y rápido hablar.
En el epicentro del caos, las mujeres se ven corriendo con niños en los brazos mientras jóvenes ayudan a enfermos y abuelitos a descender por las empinadas laderas. Un grupo de encapuchados, con tatuajes o camisetas del Santiago Wanderers, sin guantes, máscaras, lentes o zapatos de seguridad, luchaban con energía para liberar del fuego, nuevamente, a la parte alta de los cerros de Valparaíso. Bomberos tuvo altercados con algunos debido a su afán de romper todo a su paso con la intención de acabar con las llamas. Carabineros detuvo a otros vecinos que bebían cerveza, todos tiznados, luego de hacer la posta en la pelea. La escena es surrealista.
Las porteñas y porteños habitantes del sector se quejan del complicado acceso a sus casas. Poca urbanización, menor locomoción. Las 16 compañías de Bomberos que llegaron tuvieron múltiples problemas para subir, a pesar de algunos carros ser del tipo araña, es decir, con tracción en todas sus ruedas. 22 carros, 5 helicópteros y 4 aviones cisterna apoyaron en la lucha que los vecinos estaban librando. Aún así, no pudieron con el sorpresivo avance y cuatro familias del pasaje 13, al final de calle Rita Otaegui, quedaron en la calle.
Otro capítulo de tierra quemada se escribe en el puerto hundido para arriba. La necesidad de voluntarios que ayuden a reconstruir y limpiar las quebradas es imperiosa. El Gobierno pretende nominar como zona de catástrofe a la ciudad, a fin de liberar recursos. Es de esperar que la nueva alcaldía ciudadana cumpla con las expectativas de sus votantes. El resto, seguirá observando el lento avance de la reconstrucción. Y atentos a toda hora, frente a cualquier nueva emergencia.