Acoso, hostigamiento y desprecio: Testimonio de una mujer en el Ejército de Chile

Danila Báez, ex estudiante de la Escuela de Suboficiales, rompe el silencio para denunciar una realidad que pocos se atreven a exponer. Su testimonio revela un entorno de hostigamiento, abuso de poder y privilegios dentro del Ejército de Chile, donde asegura haber sufrido persecución y desprestigio.

Acoso, hostigamiento y desprecio: Testimonio de una mujer en el Ejército de Chile

Autor: Etiam Henríquez

En un nuevo caso que pone en entredicho las condiciones internas del Ejército de Chile, la excadete Danila Andrea Báez González, ha presentado una demanda contra el Fisco, específicamente contra el Ministerio del Interior y Seguridad Pública. Su denuncia no solo apunta a un ambiente de discriminación y acoso sistemático dentro de la institución, sino que expone la falta de protocolos efectivos para la protección de los derechos fundamentales de sus integrantes.

El caso, actualmente el trámite en el 1º Juzgado Civil de Valdivia, busca una indemnización de perjuicios, reflejando el daño físico y psicológico que sufrió la demandante.

«Entré al Ejército con un sueño, pero salí con una pesadilla», dice Danila Báez en conversación con El Ciudadano.

La exuniformada ingresó al Ejército en 2004 con la esperanza de construir una carrera militar. Desde pequeña, había mostrado interés en la disciplina y el esfuerzo físico, destacando en atletismo y en su rendimiento académico. Su meta era servir a su país con honor y compromiso, pero lo que encontró en la institución fue un ambiente tóxico que la empujó al límite.

Desde sus primeros días en la Escuela de Suboficiales, Báez comenzó a experimentar un trato hostil por parte de sus superiores y compañeros. Según su relato, fue sometida a constantes cuestionamientos sobre su vida personal, insinuaciones sobre su orientación sexual y una serie de prácticas de aislamiento y humillación.

«Me decían que no pertenecía ahí. Que me había metido con alguien para llegar aquí, solo inventos. Yo solo quería entrenar, dar lo mejor de mí, pero en lugar de eso, me convirtieron en un blanco de burlas y desprecio«, recuerda Báez aún afectada.

Danila describe episodios de hostigamiento que incluyeron insultos, exclusión de actividades y cuestionamientos invasivos por parte de oficiales y suboficiales. En un ambiente altamente jerárquico y masculinizado, cualquier señal de diferencia parecía suficiente para convertirla en blanco de burlas y represalias.

Uno de los episodios más perturbadores ocurrió en 2005, cuando un teniente, en presencia de otros soldados, la cuestionó sobre su vida íntima con frases como: «¿Eres virgen?», lo que generó un ambiente de burla y comentarios inapropiados dentro del grupo.

Además, sus compañeras, difundieron rumores sobre su supuesta orientación sexual, instando a otros a no relacionarse con ella. Estas agresiones sistemáticas la llevaron a sentirse cada vez más aislada dentro de la institución.

La situación se volvió insostenible cuando las prácticas de acoso se intensificaron. Báez fue asignada a trabajos forzosos en condiciones inadecuadas por orden del ex capitán C. S. Castillo y el ex teniente N. Zamora, recibiendo equipamiento defectuoso a propósito, siendo sometida a castigos arbitrarios en la Escuela de Suboficiales. Incluso, en varias ocasiones, sus pertenencias personales fueron sustraídas o dañadas con la aparente complicidad de sus superiores.

El caso de las duchas y las fotos: La invasión a su intimidad

Uno de los episodios más traumáticos que vivió Báez ocurrió en las duchas del cuartel. «Un día, mientras me duchaba, me di cuenta de unas compañeras se encontraban escondidas, y escucho un «apúrate Torrealba, que no vamos alcanzar». Al haber una barrera de cemento no pude ver. Era una sensación de terror absoluto», relató Báez.

Según su testimonio, la grabación habría sido organizada por sus compañeras T.F y B.M, quienes la hostigaban regularmente. Esto debido a que B.M. había estado con traje de combate y un barre agua en horario en que no correspondía al hacer aseo.

«El miedo llegó a ser tan incontrolable, que cada vez que había alguien detrás de la barrera de cemento, me apuraba siempre para que no me buscarán detalles negativos y me mandarán a días de arresto (es decir no poder salir de franco) lo que me provocaba ataques de estrés seguidos.», señaló Báez.

El abuso no terminó ahí. Años después, descubrió un rumor, que se estaban compartiendo fotos suyas mientras me estaba duchando. «Cuando supe sobre las supuestas imágenes que circulaban entre los soldados, sentí que me habían arrebatado mi dignidad. No podía creer que nadie hiciera nada para detenerlo», confiesa.

Báez intentó denunciarlo, pero sus superiores minimizaron la situación, calificándola de «bromas entre compañeros» y negándose a investigar al respecto de la situación.

Años después, en su intento por obtener más información sobre su paso por la Escuela de Suboficiales, Báez logró contactar a personas que aún tenían vínculos con el Ejército. «Estas personas me advirtieron que no querían exponerse, pero me confirmaron lo que ya sospechaba: que hubo ensañamiento, mentiras y mucha maldad contra mí», señaló.

Fue entonces cuando, en una de esas conversaciones, le hicieron una pregunta clave: «¿Recuerdas qué compañera usaba mucho el celular?». Báez comenzó a dar nombres y, al mencionar a K.T, la respuesta la dejó helada. «A ti te sacaron fotos y te grabaron en las duchas, y luego eso lo transportó K.T al capitán Castillo», le revelaron.

El impacto fue devastador. Báez quiso saber qué se había hecho con esas imágenes y quién las había visto. «Me dijeron que el capitán Castillo, cuando se reunía con su personal de planta, les mostraba esas supuestas fotos y videos de carácter intimo».

«Cuando escuché eso, no lo podía creer. Era imposible. Las duchas eran abiertas, siempre había compañeras entrando y saliendo. Yo me duchaba rápido porque no quería que me molestaran. Todo fue una mentira, armada para justificar que me dieran de baja. Lo que hizo el capitán Castillo fue inventar una historia para ganarse la aprobación de los demás y asegurar que yo no siguiera en la institución«, relata Báez.

Una revisión forzada

En 2011, mientras Báez se encontraba postulando a la Escuela de Suboficiales, un proceso que incluía la presentación de un examen ginecológico obligatorio. Lo que debería haber sido un trámite rutinario se convirtió en una experiencia profundamente invasiva para ella.

«Uno de los momentos que experimenté fue cuando me tocó entregar el examen ginecológico solicitado para la postulación», recuerda Danila. Al intentar agendar su cita, solo quedaba un horario disponible con el doctor Mendoza. Al ingresar a la consulta, el médico le preguntó el motivo de su visita, a lo que ella respondió que postulaba a la Escuela de Suboficiales. Tras las preguntas de rutina, el doctor indagó sobre su vida sexual.

«Me preguntó mi edad, 26 años, le respondí. Luego, si tomaba anticonceptivos, a lo que dije que no. Me preguntó si tenía relaciones sexuales y cuando le dije que no, que aún no había tenido iniciación sexual, me miró incrédulo y dijo: ‘No te creo'».

Danila solicitó que no se le realizara una revisión interna, pues no correspondía en su caso. Sin embargo, el doctor Mendoza llamó a su asistente y le planteó su escepticismo en voz alta: «Ella dice que no la puedo examinar porque es virgen. ¿Tú le crees? Porque yo no le creo». La asistente, en lugar de apoyar la decisión de Danila, sugirió que la revisara de todos modos para comprobarlo.

«En ese momento, sentí que invadían mi privacidad. Me hicieron una revisión externa entre los dos, sin considerar mi opinión. Era humillante, porque yo estaba diciendo la verdad y, aun así, no me creían».

Tras la revisión, el doctor Mendoza finalmente admitió que Danila decía la verdad. «Quedan pocas como ella, pero las hay», comentó. Luego, anotó en su cuadernillo de postulación que solo se le realizó un examen externo y, sin mayor empatía, le dijo: «Cuando realmente necesites venir por anticonceptivos o lo que sea, vienes. Ahora haz como si nunca nos hubiéramos visto».

Para Danila, este episodio quedó marcado como un momento de vulnerabilidad extrema. «Me sentí invadida. Fue desagradable, porque cualquier persona en mi situación se sentiría igual. Solo quería cumplir con un requisito de postulación y terminé en una situación completamente inapropiada».

Este testimonio deja en evidencia la falta de respeto y sensibilidad en procedimientos médicos obligatorios, así como la necesidad de garantizar que los exámenes médicos se realicen con consentimiento, dignidad y respeto por la privacidad de cada persona.

El costo de hablar

A pesar de sus intentos por denunciar estos hechos a través de los conductos regulares del Ejército, Báez se encontró con una barrera infranqueable: la indiferencia y la complicidad de la cadena de mando.

Cuando finalmente logró exponer su situación ante el ex director de la Escuela de Suboficiales, el coronel Roberto Moreno Dueñas, en lugar de recibir apoyo, se encontró con la negación de sus superiores, quienes minimizaron los hechos y descartaron cualquier tipo de investigación seria.

Su resistencia y determinación de continuar su carrera chocaron con un sistema que, en lugar de corregir las irregularidades, optó por empujarla fuera de la institución.

La persecución en su contra se intensificó al punto de que su estado de salud comenzó a deteriorarse. Fatiga extrema, estrés y problemas musculares fueron algunas de las secuelas de un ambiente que le resultó insoportable. Ante la certeza de que su permanencia sería insostenible, Báez decidió solicitar su baja voluntaria en 2012, una decisión forzada por el hostigamiento sistemático al que fue sometida.

¿Hasta cuándo el silencio?

El caso de Danila Báez no es un hecho aislado. Numerosos testimonios de exmilitares y soldados han denunciado un patrón de abuso, discriminación y encubrimiento dentro de las filas del Ejército de Chile.

Sin embargo, el silencio y la impunidad siguen siendo la norma.

«¿Cuántas más deberán sufrir antes de que el Ejército de Chile tome medidas reales para erradicar el acoso y la discriminación en sus filas? Si la justicia chilena no responde, la Corte Interamericana de Derechos Humanos podría ser el escenario donde finalmente se exija responsabilidad al Estado de Chile«, reflexiona Báez antes de despedirse.

*Las identidades fueron resguardadas por razones judiciales.


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