A comienzos de 1973 la Infantería de Marina de la Armada Nacional instaló en la Base Naval de Talcahuano, en el Fuerte Borgoño, una instalación similar a la actualmente denunciada en Con Con (Región de Valparaiso). Construyeron un conjunto de pequeñas casas que semejaban un barrio al que denominaron «La Ciudadela» para entrenamiento en “combate urbano”. Las unidades allí adiestradas fueron las que encabezaron las tareas represivas el 11 de septiembre de 1973 en la Región de Concepción.
El Departamento Dos, o Ancla II, Inteligencia de la armada, constituyó una unidad adiestrada para recoger información de inteligencia en las organizaciones sociales de la intercomuna de Talcahuano, Concepción, Penco, Tomé, Coronel, Lota, Arauco. Sus integrantes fueron reclutados en la Infantería de Marina bajo la consigna de estar dispuestos incluso a «torturar a sus madres». Algunos de ellos fueron adiestrados en trabajo clandestino y mimetizados en vestuario, vocabulario popular, corte de cabello e infiltrados en sindicatos, comités de pobladores, partidos políticos, seguimiento a dirigentes sociales y políticos. En tanto que otros recibieron formación en tortura sistemática: golpizas, asfixia, electrocución, vejaciones sexuales, etc.
En julio de 1973 dieron su primer examen desarrollando allanamientos a organizaciones populares gracias a la ley de control de armas, apresando y torturando a la marinería que pretendía oponerse al golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende, pero que acusados de sedición fueron sometidos a proceso por la justicia naval, todo ello como antesala de lo que vendria solo unos meses más tarde.
El 11 de septiembre de 1973 a primera hora de la mañana, cuando aún se combatía en La Moneda, la Infantería de Marina inició sus labores de “combate urbano” allanando todas las industrias emplazadas alrededor de la Compañía Siderúrgica de Huachipato, las instalaciones portuarias de San Vicente, Talcahuano, Penco y Lirquén, las poblaciones populares de la intercomuna, apresando a sus dirigentes y trasladándolos a las casas de la llamada “Ciudadela”, las que sirvieron de celdas y lugar de interrogatorio y torturas. Allí fueron recibidos por los equipos de torturadores del Destacamento N° 3 Sargento Aldea de la Infantería de Marina al mando de Jefe del Ancla II, Ari Acuña y sus oficiales subalternos José Cáceres González, Julio Alarcón Saavedra, Víctor Donoso Barrera y otros.
Entre sus primeras víctimas mortales, de esta acción operativa, estuvieron el Presidente del Sindicato Empleados de Sigdo Kopper, Máximo Neira, y el secretario de esa organización Hugo Candia, de tan solo 18 años de edad, José Constanzo, apresado en la Compañía Siderúrgica Huachipato, y muchos otros, asesinados luego de torturas. Quizás el único “combate urbano” que libraron en Talcahuano fue contra la internacionalista brasileña Jane Vanini, quien absolutamente sola enfrentó a una compañía del Destacamento N° 3 Sargento Aldea de la Infantería de Marina durante más de tres horas, los primeros días de diciembre de 1974, para luego caer herida, capturada y asesinada en la Base Naval de Talcahuano por estas tropas adiestradas en “combate urbano”.
En 1974 a este destacamento adiestrado en “combate urbano” le fueron incorporados oficiales y tropas del Ejército de Chile, funcionarios de Carabineros de Chile, oficiales y tropa, funcionarios de la Policía de Investigaciones, en calidad de interrogadores estos últimos quienes tenían bajo su mando a escuadrones de torturadores de la Infantería de Marina. La mayoría de los oficiales navales que integraron este cuerpo adiestrado en “combate urbano” fueron comisionados a Estados Unidos.
Toda esta información consta en los procesos judiciales que se han tramitado por violación de derechos humanos en la Base Naval de Talcahuano durante los años 1973 a 1975, tramitados por ministros de las Cortes de Apelaciones de Concepción y Santiago. El campo de adiestramiento de Valparaíso actual es la edición corregida de la experiencia de la Infantería de Marina en Talcahuano en 1973.
No podemos esperar a brazos cruzados a que se derrame la leche para llorar, los sectores dominantes de la sociedad no vacilara un instante en pasar por alto su propia institucionalidad, recurrir a los metodos mas despiadados y salvajes para mantener sus privilegios y perpetuar el actual orden de las cosas, frente a la amenaza que para ellos significa el ascenso de las luchas y demandas de la sociedad chilena en su conjunto. Las organizaciones populares, incluidos los medios de comunicación independientes, no pueden pecar de la misma ingenuidad con que se pecó en 1973.
Por Nelson González