Brasil enfrenta la segunda tasa más alta de muertes por COVID-19 en el mundo, solo superado por Estados Unidos. Al 11 de febrero de 2020, registra más de 9,6 millones de casos positivos y casi 235 mil fallecidos. Esos números representan aproximadamente el 9% de los contagios y el 10% de las muertes en el mundo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado recientemente que la pandemia aún no está cerca de acabarse. Todo dependerá de la efectividad de las vacunas que actualmente están en proceso y, más aún, de su efectiva distribución. Ahora, ¿es ese el principal problema sanitario que enfrenta Brasil?
Un grupo de científicos brasileños teme por la presencia de otra enfermedad mucho más letal. Se trata de la fiebre amarilla, que estaría en peligro de estallar en la nación amazónica una vez más. Según cifras oficiales, se reportan anualmente 200.000 casos y al menos 30 mil muertes. Esa cantidad es mayor a la que deja el terrorismo y los accidentes aéreos, combinados, en un año.
Esta fiebre es causada por un virus que se propaga entre humanos y primates a través de mosquitos. Sus síntomas incluyen fiebre intensa, dolor de cabeza y, en algunos pacientes, ictericia, ese color amarillento de la piel que da nombre a la enfermedad. Ahora, los casos más graves pueden producir también hemorragia interna e insuficiencia hepática.
Aproximadamente, la tasa de mortalidad de esta enfermedad ronda el 15%, si la población no está vacunada. El porcentaje es muchísimo más alto que el del COVID-19, que se ubica alrededor del 3% a escala mundial. La enorme diferencia es que la fiebre amarilla tiene una vacuna eficaz y comprobada.
Una epidemia reciente en Brasil
Recientemente, Brasil ha visto más casos de fiebre amarilla que cualquier otro país. En diciembre de 2016, comenzó un brote en Minas Gerais y se extendió al vecino Espírito Santo, ambos en medio de la Mata Atlántica. Para ese momento, unos 40 millones de brasileños en riesgo de contraer fiebre amarilla carecían de vacunas.
Luego, en mayo de 2017, la epidemia se extendió por Brasil, con puntos críticos en los estados vecinos de Río de Janeiro y Minas Gerais. Sin embargo, hubo brotes adicionales hasta el estado norteño de Pará, a casi 4.800 kilómetros de distancia. Fue el peor brote en 80 años: más de 3.000 infectados y cerca de 400 fallecidos en cuestión de meses.
Aquella vez, se responsabilizó de la propagación a varias comunidades de monos. «Cuando tienes primates que están atrapados en pequeños bosques en una alta densidad … es fácil que todos se infecten», explicó Carlos Ramon Ruiz-Miranda, biólogo conservacionista de la Universidad Estatal del Norte de Río de Janeiro.
Citado por la agencia BBC, explicó que en bosques infestados de mosquitos la enfermedad salta con especial rapidez entre monos tití león dorado y humanos. Porque, aunque los mosquitos son los portadores, es el ser humano el que empeora la situación. Lo hace al invadir y destruir bosques, ya que reducen la diversidad biológica y se acercan más a otros primates.
El desafío de la vacuna
Los bosques donde los científicos están cazando monos se ubica a 80 kilómetros de Río, la sexta área metropolitana más grande de América. Seis horas al norte, en automóvil, por la costa atlántica, se encuentra São Paulo, la ciudad más grande del hemisferio.
Entonces, la proximidad de estas densas áreas urbanas a los bosques crea las condiciones perfectas para una epidemia. Pero, no cualquier epidemia, una sin precedentes desde que se descubrió la vacuna contra esta fiebre, hace casi un siglo.
Ahora, es cierto que la fiebre amarilla tiene una vacuna «muy efectiva». Sin embargo, la ‘desconfianza’ obstaculiza un reciente impulso para vacunar a 23 millones de personas en São Paulo y Río.
En 2018, el Ministerio de Salud anunció una campaña de vacunación para a 80 de los 210 millones de habitantes brasileños. En algunos municipios se vacunó al 95% de los residentes, pero en las grandes ciudades la tasa apenas supera el 50%.
Esto sucedió porque muchos brasileños no confían en las directivas de su gobierno cuando se trata de salud pública. Actualmente, con Jair Bolsonaro a la cabeza, la corrupción es desenfrenada. Entonces, aunque la vacuna es gratuita, muchos asumen que esta campaña solo pretende beneficiar a quienes fabrican estos antídotos.
Después del brote de 2016-17, ocurrió la misma situación que se vive hoy con el COVID-19. Se difundieron muchas noticias falsas en redes sociales y aplicaciones de mensajería, calificando el antídoto como ineficaz e inseguro.
Al respecto, la OMS solicitó a los fabricantes que aumenten la producción, pero la vacuna «sigue restringida debido a la limitada capacidad de producción». Como resultado, apenas la mitad de los habitantes de Río han sido vacunados contra la fiebre amarilla.
La población de monos tití leon dorado
El mundo tiene alrededor de 7.800 millones de personas, mientras que solo existen unos 2.500 titíes león dorado. Entonces, los científicos adelantan una propuesta más que interesante. «¿Para detener futuros brotes entre humanos podría usar un enfoque novedoso: vacunar a nuestros hermanos peludos y amantes del plátano?»
«Una forma de detener la propagación de la enfermedad es vacunar a los humanos y al tití león dorado», expone una de las investigadoras. Se trata de Mirela d’Arc, bióloga de la Universidad Federal de Pernambuco. «Si se vacuna a los monos, tendremos menos individuos portadores de la enfermedad (…) Es inmunidad colectiva», comentó.
A primera vista, el tití león dorado parece una bola ardiente de pelo naranja. Ahora, con bigote y sin cola se parece sorprendentemente al Lorax del libro infantil de 1971 del Dr. Seuss. Allí, una criatura difusa defiende su bosque contra los humanos que vienen a talar todos los árboles. Luego, es expulsada de su entorno natural y obligada a abandonar el bosque… Exactamente lo que ocurre con el tití león dorado.
Este primate habitó en grandes franjas del bosque atlántico al sureste de Brasil, en la década de 1970. Paulatinamente, la tala ha cortado su hábitat en pequeños pedazos, al punto que hoy se considera una especie en peligro crítico de extinción. “Los conservacionistas sacaron a docenas de monos de su hábitat en constante disminución y los arrojaron a reservas naturales fuera de la ciudad de Río”, expone un reportaje en The Guardian.
Actualmente, los especímenes que aún viven en estado salvaje no llegan a 2.500. La mayoría vive en fragmentos de bosque remanente en la cuenca del río São João. Su resistencia fue suficiente para reclasificar la especie de «en peligro crítico» a «en peligro de extinción».
La epidemia de fiebre amarilla de 2017
El biólogo Carlos Ramon Ruiz-Miranda recuerda una experiencia particular vivida durante la epidemia de 2017. Un agricultor lo llevó a él y a su equipo hasta tití león dorado en el bosque. El mono dio positivo por fiebre amarilla. Más adelante, encontraron cinco monos muertos. Para cuando terminó, el brote había matado a más de 4.000 monos.
Incluso, entre algunos grupos de monos aulladores, la tasa de mortalidad fue tan alta como 80-90%. En simples palabras: los primates ya eran vulnerables. «Al final, perdimos el 30% de la población, de 2.600 a 3.700 monos, en un período de menos de un año», dijo Ruiz-Miranda.
Tras ello, comenzaron a realizar pruebas de detección en comunas de monos aledañas. Al final, varios de los tomados en la muestra resultaron positivo por fiebre amarilla. En conclusión: la epidemia de 2017 mostró que no solo los humanos, sino también los monos, son vulnerables a una enfermedad común.
Brasil alberga más especies de primates que cualquier otro país en el planeta. Para prevenir y no tener que lamentar una nueva epidemia, es posible que haya que salvar primero a estos monos. Esa es la conclusión a la que llega la bióloga Arc, en el reportaje citado por el diario británico.
Sin embargo, acercarse a estos monos para vacunarlos no resulta tan difícil como podría serlo con otros animales salvajes. “Generalmente, los animales tienen miedo a los humanos. Pero aquí, en este fragmento, los titíes león dorado nos conocen», manifestó D’Arc.
La vacunación de los primates
Recientemente, la Asociación Golden Lion Tamarin, un grupo de conservación sin fines de lucro, se puso a trabajar en la vacunación. Los investigadores usaron un pequeño dispositivo GPS para registrar la ubicación de los monos, rastreando los movimientos del animal por todo el bosque. Otros colocaron trampas cargadas de plátanos en una plataforma de madera hecha a mano sobre el suelo del bosque.
Una vez que atraparon suficientes tamarinos, regresaron a un laboratorio para examinarlos. Para asegurarse de que los monos no sintieran nada, los sedaron. Luego, les hicieron un chequeo general de salud, midieron el peso, temperatura corporal y tomaron muestras fecales, sanguíneas y orales.
D’Arc metió un hisopo de algodón dentro de la boca del mono, frotándolo delicadamente alrededor de sus diminutos dientes. Después de todo ese proceso, los vacunaron por la parte inferior del vientre. Posteriormente, el equipo los llevó de regreso al bosque antes de que se despertaran.
Al final del día, el equipo había capturado, transportado, probado, vacunado y devuelto a ocho tamarinos de tres grupos familiares diferentes. Pero su trabajo acababa de comenzar. En dos años, dice Ruiz-Miranda, planean vacunar a 500 titíes león dorado.
En ese sentido, instan a no olvidar un detalle inmenso: como el COVID-19, la fiebre amarilla puede haber comenzado con los animales. Sin embargo, fue el ser humano y su irresponsabilidad el que la propagó alrededor del mundo.
La fiebre amarilla
Se trata de una enfermedad de origen africano, que no existía antes de la trata de esclavos, según determinan varios estudios. Se estima que llegó al continente americano hace tres o cuatro siglos. La enfermedad se propaga cuando los mosquitos hembra pican a los humanos u otros primates infectados y luego pican e infectan a otros.
«Una vez que comienza una epidemia, las especies de primates tienen entre cuatro y seis días en los que son virémicas. Esto significa que el virus está activo y los mosquitos que las pican pueden infectarse», explicó Ruiz-Miranda. Entonces los monos se convierten así en «amplificadores» de la enfermedad transmitida por mosquitos.
Actualmente, el riesgo se propaga más que nunca, especialmente debido a la deforestación de su hábitat por parte del hombre. A medida que el bosque en Brasil es diezmado, los primates se ven obligados a ir a áreas más pequeñas con densidades más altas. Eso pone a los animales en mayor riesgo de transmitir infecciones entre ellos. Luego, con la invasión humana en esas mismas áreas, el riesgo de que esos animales transmitan patógenos a los humanos aumenta.
“La biodiversidad actúa como un amortiguador» contra las enfermedades, dice Ruiz-Miranda. «Si se piensa en una epidemia como en una especie invasora, cuanto más degradado está el medio ambiente, más fácil es que la enfermedad se asiente».
El llamado de atención general
Los investigadores dicen que el brote de 2017 en Brasil fue un llamado de atención. Incluso, señalan que esa epidemia ilustró la rapidez con que los humanos pueden propagar la fiebre amarilla, de una región del país a otro. Hoy, con la pandemia global del COVID-1, esa hipótesis quedó más que comprobada.
Por último, el estudio presentado por los científicos asegura que a menos que se vacunen más monos y más personas, los brotes de fiebre amarilla empeorarán. Según una estimación, Brasil necesitará 226 millones de dosis de una vacuna humana para 2026. A diferencia del COVID-19, con la fiebre amarilla se está muy adelantado, ya que existe una vacuna eficaz y ampliamente disponible.