La pandemia causada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad del COVID-19, no sólo está haciendo estragos en Estados Unidos, epicentro mundial del brote, sino también en América Latina, región que ya contabiliza más de 100 mil fallecidos y de dos millones de casos positivos. Si sumamos a Estados Unidos y Canadá, el continente acumula al menos la mitad de los contagios registrados en el mundo.
Casi cuatro meses llevan los ciudadanos latinoamericanos bajo estrictas medidas de confinamiento a fin de evitar la propagación masiva del COVID-19. Pero muchos gobiernos -a pesar de las reiteradas advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS)- no aplicaron medidas efectivas de prevención sanitaria, ni hicieron pruebas suficientes para detectar a tiempo la presencia del virus en sus territorios. De hecho, hasta lo menospreciaron, haciendo que el esfuerzo y sacrificio realizado por la gran mayoría de los habitantes terminara perdiéndose.
Las pérdidas económicas son aún incuantificables. Millones de puestos de trabajo perdidos, cierres de empresas -con mayor impacto sobre las pequeñas y los emprendimientos personales-, desahucios masivos, aumento de la miseria, la pobreza y el hambre; radicalización de abusos contra los sectores históricamente más vulnerables y migrantes; aumento de adultos y niños viviendo en la calle, y otro sin fin de historias negativas que han dejado ver las paupérrimas y desgastadas costuras que entretejen la sociedad latinoamericana.
Tras cuatro agónicos meses, la pandemia del COVID-19 no se ha podido controlar en todo el continente americano, territorio extendido que es el epicentro mundial del brote con dos focos extremadamente preocupantes: Estados Unidos y Brasil, las dos naciones con las peores cifras de la enfermedad, tanto en número de pacientes infectados como en la cantidad de víctimas mortales; y no por casualidad dirigidas por dos regímenes de ultraderecha: al norte del continente el magnate Donald Trump, y al sur el también empresario, fanático religioso y admirador de Trump, Jair Bolsonaro; ambos -además- creyentes en que deben dejar de contabilizar los casos y hacer pruebas para no seguir punteando el ranking negativo del coronavirus.
Ambos gobiernos, desde que la pandemia hacía vida en Asia y Europa, abordaban la situación con notable displicencia, decían que era una gripecita y confiaban en que sus países no pasaría nada. Meses después, la situación en los países que denunciaban lo terrible de esta enfermedad comienzan a vivir una relativa normalidad, con un virus que aún está presente pero pareciera bajo control, mientras que en Latinoamérica, y sobre todos en Estados Unidos y Brasil, la pandemia se ha convertido en un monstruo incontrolable que deja las terribles historias de lo ocurrido en China, Italia, España y otros pueblos como algo practicamente insignificante.
Así se encuentra entonces el continente americano, sobre todo Latinoamérica y el Caribe, con una propagación del coronavirus alarmante, incontrolable, con niveles exponenciales de contagios nunca antes vistos en el medio año que tiene el COVID-19 circulando en el planeta, con las peores cifras a escala global, tanto en contagios como en muertos y con la advertencia de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) de que aún la enfermedad no ha alcanzado su tope.
COVID-19 y sus letales cifras
Mientras la cantidad de fallecidos en el mundo supera las 470.716 víctimas por COVID-19, al 22 de junio, en América se han producido casi la mitad de esos casos letales, al superar las 225.000 personas muertas por la enfermedad.
De ese total, EE. UU. contabiliza más de 122 mil muertes y Brasil pasa de largo las 53 mil víctimas mortales. Pero estos no son los únicos países del continente con un comportamiento alarmantes sobre la letalidad del virus.
En la lista negra del continente aparecen otros países con cifras escalofriantes: México, por ejemplo, contabiliza más de 24.000 víctimas; Canadá al menos 8.500; Perú rumbo a las 9.000, Chile casi 5.000 y en ascenso; Ecuador al menos 4.230; Colombia más de 2.600; Argentina sobre las 1.000, Bolivia rozando las 800, República Dominicana cerca de las 700, Panamá sobre 500, Honduras cerca de las 400 y El Salvador sobre las 100, países que superan -al menos- los tres dígitos de fallecidos.
El virus, que ha infectado a más de nueve millones de personas en el mundo, ha tocado en el continente americano a más de cuatro millones.
Solamente en Estados Unidos la cifra de infectados asciende a 2,4 millones; mientras que en Brasil se acerca a los 1,2 millones de casos positivos. Pero lo más alarmante no son estos dos países, que ya de por sí preocupan a toda la región -sobre todo a sus países vecinos- sino lo que está ocurriendo en poblaciones como las de Perú, Chile, Ecuador, Colombia y Bolivia en Suramérica; y en Centroamérica y el Caribe con Panamá, Honduras, El Salvador y República Dominicana, con un comportamiento del virus que va ascendiendo de forma descontrolada y con un impacto que aún no puede ser calculado debido a la falta de pruebas diagnósticas, mal manejo de la situación sanitaria y el posible ocultamiento de cifras.
También están dos países como Argentina y México, que han sido duramente afectados por la pandemia pero que al mismo tiempo cuenta con Gobiernos que han ido abordando con tacto las medidas sanitarias y de flexibilización del distanciamiento social y el confinamiento, algo que no ocurre en el resto de los países mencionados, donde sus Gobiernos apuestan a la dejar atrás la cuarentena para dar paso al restablecimiento total de la actividad económica.
En México, la cantidad de contagios alcanza los 196 mil personas y los 24 mil fallecidos. Por su parte, Argentina registra casi 50 mil contagios y más de 1.000 muertes.
Es así como América Latina y el Caribe se ha convertido en el foco del nuevo coronavirus, una región donde la pandemia ataca con mayor fuerza en los últimos días, con más de 100.000 muertes y sobre los dos millones de contagios.
De temer: Perú, Chile, Colombia, Ecuador y Bolivia
Ya se comentó que Brasil, en manos del ultraderechista Jair Bolsonaro, es el país más castigado de la región con casi 54 mil muertes y cerca de 1,2 millones de contagios confirmados, siniestro balance sólo superado en el mundo por Estados Unidos, que registra más de 122 fallecidos y 2,4 millones de casos, según la Universidad Johns Hopkins.
Pero hay datos como los que registran Perú y Chile que hacen prender las alarmas aún más, pues entre los dos superan los 525 mil contagios y se muestran entre los 10 países del planeta más afectados por la pandemia. Solamente Perú contabiliza más de 268 mil casos y ocupa la casilla seis del ranking negativo, superado solo por Estados Unidos, Brasil, Rusia, India y Reino Unido.
A Perú le sigue de cerca Chile, con 259 mil contagios, cifra que coloca al país andino en la séptima casilla del mundo, ya por encima incluso de España e Italia, naciones europeas que fueron duramente castigadas. Las cifras letales de Perú ya se acercan a las 10.000 víctimas, con 8.700 fallecidos; mientras Chile contabiliza 4.900, pero con una curva exponencial de casos que prácticamente se ha convertido en una línea recta que apunta al cielo.
El mismo comportamiento del virus ocurre en Ecuador, Colombia y Bolivia, países todos, vecinos del subcontinente suramericano. Ecuador, por ejemplo, donde el Gobierno ha sido duramente criticado por maquillar las verdaderas cifras de contagiados y muertos, presenta más de 53 mil casos y 4.300 muertos.
Colombia, por su parte, presenta más de 77 mil casos y 2.600 fallecidos, cifras criticadas por el Gobierno de Venezuela, que acusa al régimen de Iván Duque de llevar un subregistro al no hacer la cantidad necesarias de pruebas diagnósticas para confirmar casos positivos, que sí se han contablizado por Venezuela al registrar, durante las últimas semanas, pues casi 2.000 casos importados de personas que llegan infectadas y que retornan a su país por las miserables condiciones de vida que les toca sufrir en territorio colombiano.
De hecho, Venezuela lleva un registro de casos comunitarios e importados para mostrar el verdadero comportamiento del COVID-19 en su territorio. De los 4.563 casos que contabiliza Venezuela, con 39 fallecidos, la gran mayoría se han producido por casos importados provenientes de migrantes que retornan de países como Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Brasil, otro porcentaje de personas que han tenido contacto con estos migrantes, y una cantidad menor de personas por los llamados casos comunitarios, es decir, casos producidos dentro del país.
Hasta hace poco Venezuela contabilizaba apenas 10 fallecidos por COVID-19 y la cifra ahora alcanzó las 35 víctimas luego de un foco detectado en el estado Zulia, fronterizo con Colombia, en el que se presume se propagó la enfermedad por una persona que llegó infectada del país neogranadino. Ante esto, Caracas mantiene un estricto control sobre las fronteras compartidas con Brasil y Colombia, para tratar de evitar a toda costa que la virulencia de la enfermedad se propague como en estos países, sobre todo por las zonas donde hay caminos ilegales llamados «trochas», por donde ingresas personas sin ningún tipo de control sanitario y que podrían generar una situación catastrófica,
El otro país de temer en la lista de los suramericanos que no tiene control sobre la pandemia y que están bajo un régimen dictatorial, represor y corrupto -además- es Bolivia con Jeanine Áñez al mando, un régimen de facto que también ha sido denunciado por disfrazar la cantidad de víctimas que ya, como sucedió en Ecuador, aparecen tiradas en las calles. De acuerdo a las cifras reveladas, la pandemia ha causado casi 28 mil casos y ha matado a cerca de 900 personas.
COVID-19 en EE. UU. y Brasil sigue descontrolada
Mientras el virus refleja por estos días sus peores cifras en Latinoamérica, con una advertencia de la OMS, que aún vienen momentos peores, en Estados Unidos, lejos de bajar la incidencia de casos, el coronavirus sigue esparciéndose con alta virulencia y letalidad.
La pandemia en territorio estadounidense se ha trasladado desde el noreste hacia el sur y el oeste del gigante norteamericano, incluso ya golpea con fuerza a su vecino Canadá, que contabiliza más de 103.500 casos con casi 8.500 muertes.
De acuerdo con los últimos reportes en Estados Unidos, más de una docena de estados reportan, en estos días, su mayor número de nuevos contagios; mientras el presidente Donald Trump aúpa a sus seguidores a celebrar mítines masivos para intentar buscar su reelección a la Casa Blanca.
Las cifras estadounidenses mantienen promedios alarmantes de fallecidos con unas 500 víctimas mortales y 20.000 contagios diarios por coronavirus.
En el caso de Brasil, con apenas 212 millones de habitantes, sus lamentables cifras superan a los registrados en todo el continente asiático, que no llega al millón de contagios, a pesar de tener 4.463 millones de habitantes. Mientras tanto, Bolsonaro sigue abordando la crisis sanitaria con displicencia e irrespeto hacia las víctimas, y ha dicho que «lamentablemente en una situación como esta siempre hay muertos».
Mientras todo esto ocurre y cuando el virus ataca con mayor rudeza, los gobiernos del continente aspiran a tomar las mismas medidas que se ejecutan en Europa con flexibilizaciones de las medidas sanitarias y preventivas, sobre todo las relacionadas al confinamiento y la actividad económica; situación que pone a la región más susceptible a los contagios masivos descontrolados y en consecuencia a la muerte, debido a que la mayoría carecen de sistemas de salud con niveles aptos para dar respuesta a pandemias como la actual.
Peligroso repunte del virus en China
Mientras tanto, en China se han registrado nuevos casos de contagios en la capital, Pekín, una situación que ya prendió las alarmas en el mundo, pues pudiera significar un segundo rebrote masivo que afectaría al planeta, sobre todo por la flexibilización de las medidas de aislamiento en Europa y otras regiones que consideran que la pandemia «está controlada».
La situación epidémica en Pekín es considerada como “extremadamente grave”, según las autoridades municipales, que informaron de 27 nuevos contagios en la capital china, mientras la pandemia sigue cebándose con América Latina y en Europa se regresa con prudencia a una relativa normalidad.
Desde hace más de una semana, hay más de 100 personas contagiadas en Pekín, la mayoría de ellas vinculadas al gran mercado mayorista de Xinfadi, al sur de Pekín, que fue cerrado.
Pekín, donde viven 21 millones de personas, se encuentra en «una carrera contrarreloj» contra el nuevo coronavirus, admitió el portavoz de la alcaldía, Xu Hejian, este martes.
Las autoridades confinaron a los habitantes de 30 zonas residenciales de la ciudad, cerraron escuelas y centros de ocio y realizan unas 90.000 pruebas de diagnóstico al día, mientras se teme una “segunda ola” en el país en el que brotó esta pandemia, el pasado diciembre.
El resto del mundo, la OMS incluida, mira a China con lupa y con preocupación como si fuera un espejo en el que ven reflejado lo que podría ocurrir en otros territorios en un futuro cercano.
350 millones de personas en riesgo de muerte
En Europa, países como Alemania, Francia, Bélgica o Grecia levantaron desde la semana pasada las restricciones de circulación de viajeros dentro de la Unión Europea por considerar que la pandemia está bajo control.
En Nueva Zelanda, donde hace dos semanas las autoridades celebraron que ya no había casos de coronavirus en el país y retiraron las restricciones, se registraron dos nuevos casos el martes pasado, los primeros en 25 días, en personas que llegaron del Reino Unido.
Un estudio británico publicado la semana pasada concluyó que 1.700 millones de personas, es decir, 22 % de la población mundial, presentan al menos un factor de riesgo que los torna más susceptibles de contraer una forma grave de covid-19.
Entre estos, 350 millones de personas están particularmente expuestas y necesitarían ser hospitalizadas si se contagiaran con el virus.
Según el británico Angus Deaton, premio Nobel de Economía, la pandemia reveló las enormes desigualdades que hay en el mundo, que pueden agravarse aún más. Según él, la pandemia de coronavirus es como un “rayo X que todavía hace más visibles las desigualdades preexistentes”.
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