El uribista Iván Duque, presidente de Colombia, parece seguir los pasos de su «amigo» Juan Guaidó en Venezuela, pues los desaciertos en su gestión son cada vez más notables, con distintas acciones y hechos que no solamente lo envuelven en malas noticias, sino que también están aniquilando su ya golpeada credibilidad y escasa popularidad, que siguen descendiendo a los niveles más bajos.
En un artículo de opinión titulado «Las malas noticias para el presidente Iván Duque», escrito por el columnista Ariel Ávila y publicado por el diario El País de España, se describe la situación actual que vive el Mandatario colombiano, acérrimo promotor del bloqueo total contra Venezuela y uno de los principales auspiciadores de Juan Guaidó, junto al Gobierno de Estados Unidos.
Ávila comenta en su artículo que durante la semana pasada, el gobierno de Duque «recibió dos grandes golpes»: el desempleo y un astronómico índice de desaprobación de su gestión como Jefe de Estado.
Luego de varios días de triunfos parciales, como el de haber logrado cierta gobernabilidad en el Congreso de la República y mostrar un crecimiento económico aceptable, llegaron dos «baldazos» de agua fría.
Por un lado, el desempleo no para de crecer, llegando a 13 %, el más alto en los últimos años. Por el otro, la imagen negativa del Presidente llegó al 71 % y su aprobación se derrumbó para quedar en el 23 %. Su imagen viene en caída libre desde hace varios meses», explica Ávila.
A esto, se suma la investigación que adelanta el Congreso contra Duque por dos delitos que podrían terminar de sepultarlo política y judicialmente.
Se trata de la investigación que comenzó -el pasado lunes- el Legislativo, tras las denuncias de la exsenadora Aída Merlano, quien lo vinculó a una red de compra y venta de votos en la región del Caribe, de la que habría sido beneficiado en las elecciones de 2018.
El proceso contra Duque es adelantado por la Comisión de Acusación e Investigación de la Cámara de Representantes, con base en dos denuncias. La primera, por los delitos de constreñimiento y corrupción al sufragante, tráfico de votos y tentativa de homicidio.
En tanto, la segunda es por denegación de funciones y presunto prevaricato, que tiene como fundamento la decisión de Duque de no pedir en extradición a Merlano -prófuga de la justicia colombiana capturada en Venezuela- al Gobierno de Nicolás Maduro.
En medio de ese escenario se añade los casi 300 líderes sociales, indígenas, campesinos, exguerrilleros y activistas políticos asesinados durante su mandato, así como el rompimiento del acuerdo de paz con las FARC-EP, que ha desatado una ola de violencia que involucra al Ejército y a grupos paramilitares vinculados al narcotráfico.
Pero, en cuanto a los dos golpes descritos por Ávila en su artículo, del primero de ellos se pueden sacar varias conclusiones.
Desgaste, inmovilismo de Duque y fin del uribismo
Ávila describe que, «entre otras cosas, se puede decir que uno de los mayores desgastes del Gobierno se dio con la aprobación de la reforma tributaria, allí perdió gran parte de su popularidad».
«Esa reforma se basaba en la idea de que reduciendo los impuestos a los ricos se generaría más empleo. Sin embargo, dicho cálculo hasta el momento no ha resultado cierto. Bien se sabe que ese tipo de reformas difícilmente funcionan, pero en Colombia se vendió como un dogma económico irrefutable», añade.
El articulista agrega que «lo complicado de todo es que la reducción de impuestos a un sector del empresariado abrió el hueco fiscal y, entonces, es posible que a corto plazo se requiera otra reforma tributaria para aumentar recaudos. Así las cosas, el Gobierno tuvo un gran desgaste en una reforma y al menos el objetivo central por el momento no se ha logrado».
Sobre el segundo punto, Ávila dice que el modelo de conversación nacional que ideó el Gobierno de Duque para detener la ola de protestas que comenzó pasado 21 de noviembre de 2019, no parece dar resultado.
Tampoco las estrategias comunicativas y menos aun el anuncio de una coalición en el Congreso de la República. El Presidente deberá tener en cuenta en qué gasta dicha estabilidad en el congreso, deberá medir muy bien cual será su agenda legislativa.
«La pregunta obvia, luego de más de 18 meses del comienzo del mandato de Iván Duque, y a falta de dos años y medio para las elecciones nacionales, es sobre el futuro del uribismo. Sobre esto se han tejido varias interpretaciones. Una serie de analistas cree que, de no darse un incremento en la imagen positiva del presidente en 2020, Duque pasará a la historia como el hombre que enterró el uribismo«.
«Otros creen que de no presentarse las reformas laboral y de pensiones, el Gobierno podrá manejar la crisis y al final, si bien no recuperar mucho, mantendrá una imagen para que el partido de Gobierno sobreviva. Aunque deberá hacer alianzas para las próximas elecciones«, añade.
«Lo difícil con este panorama político para el uribismo es que la batalla dentro del partido es intensa, por tanto, es complicado lograr coordinaciones dentro del Gobierno. En varias reuniones, el presidente Duque habría respondido -ante peticiones de política pública- ‘no me dejan’. Esta frase mostraría que el Mandatario está haciendo verdadero malabarismo para no incendiar más su partido y evitar los choques dentro de su Gobierno», sostiene Ávila.
«En todo caso, lo cierto es que tanto el Ejecutivo como el partido de Gobierno deben inventarse alguna estrategia para lograr controlar la caída en la imagen y pensarse más allá de 2022. Obviamente para ello pueden existir muchas estrategias, pero la única que no es viable es intentar tener a todo el mundo contento.
Esto es algo que el presidente Duque debe comenzar a plantearse si es que quiere salir de la crisis y comenzar a tomar decisiones de forma ágil. Iván Duque tarda mucho tiempo en decidir algo y ese inmovilismo le ha salido bastante costoso«, concluye Ávila.
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