Mucho se habla del coronavirus y su origen. Distintas teorías incluyen el surgimiento del virus por malos hábitos humanos, conspiraciones de farmacéutica o de Gobiernos e, incluso, otras mencionan algo divino, espiritual, ambienta y hasta natural, como si se tratase de una lección del planeta contra la humanidad que tanto lo asfixia y que no termina de aprender a cuidarlo y respetarlo como su hogar y centro de vida.
Así surge la teoría o la tesis: ¿Puede el coronavirus salvar el planeta?, un análisis hecho por Alberto Acosta, Arturo Escobar, Ashish Kothari, Ariel Salleh, Federico Demaria publicado por Open Democracy, que describe cómo la crisis del coronavirus ha venido a cambiar muchas costumbres de la humanidad y que a su vez pareciera significar el fin de una civilización que está muriendo.
«La crisis del coronavirus significa una civilización que está muriendo. Pero también muestra un «pluriverso» de otros mundos que se están levantando. El COVID-19 nos está pasando factura a todos, pero especialmente a los menos capaces de confinarse en sus casas hasta que lo peor haya pasado».
En el análisis se explica que más allá de las medidas sanitarias y humanitarias que son necesarias y urgentes para los afectados, «el COVID-19 también ofrece la oportunidad de corregir errores históricos: el abuso de nuestra morada terrenal (el planeta), y de las sociedades marginalizadas, donde habitan las personas que más sufrirán esta pandemia».
Este brote viral es una señal de que, al ir demasiado lejos en la explotación de la naturaleza, la cultura globalizadora hegemónica ha suprimido la capacidad del planeta para sostener la vida y los medios de subsistencia.
La liberación de microorganismos de sus huéspedes animales implica que deben aferrarse a otros cuerpos para su propia supervivencia. Los seres humanos son parte de la naturaleza y todo está conectado a todo lo demás.
La pandemia es sólo un aspecto de la crisis planetaria
La pandemia actual es sólo un aspecto de la crisis planetaria provocada por el hombre, conocida como el Antropoceno; el cambio climático desbocado y la pérdida de biodiversidad son otros dos aspectos, y todos están conectados.
«El COVID-19 nos enfrenta a una crisis de civilización tan inmediata y grave, que la única estrategia real será la que pueda alcanzar y curar la red que forma la vida», añade el análisis.
El filósofo nigeriano Bayo Akomolafe comenta que la complejidad de la situación humana, hoy, «casi desafía la capacidad de pensar y de poner en contexto las cosas. Esta crisis despoja de toda confianza en las ideas engañosas del mundo moderno sobre la historia, el progreso, la humanidad, el conocimiento, el tiempo, el secularismo, y nuestra tendencia a dar la vida por sentado».
«También debería advertirnos contra las respuestas que debilitan la democracia y los derechos humanos, como en nombre de la lucha contra el virus está ocurriendo en muchos países, ya que esas respuestas sólo reducen aún más la capacidad de los ciudadanos para hacer frente a esas crisis. La cuestión clave es cómo rehacer nuestra economía y política de manera que respete los límites ecológicos y funcione para toda la humanidad».
«La respuesta debe ir más allá de las soluciones ejecutivas y tecnológicas superficiales, para llegar a transformaciones sistémicas profundas que puedan sacudir las injusticias estructurales, la insostenibilidad y el desfase en el que vivimos. Necesitamos un cambio dramático hacia una democracia genuina; una que ponga confianza en el genio, probado por el tiempo, de las comunidades y colectivos locales», añade el análisis.
Agrega el análisis que los humanos «desafiamos el viejo modo eurocéntrico de vivir basado en la separación de los humanos de otras entidades naturales – nosotros contra ellos, mente contra cuerpo, secular contra espiritual. Al negar la interdependencia esencial de todo en la Tierra, esta forma dualista de pensar y de ser, simplemente sirve para afianzar la dominación del poder masculino sobre el cuidado femenino de la vida».
Todo esto, acota, preparó el camino para la economía más objetivadora y dañina que la humanidad haya visto jamás, hoy consagrada en un (des)orden capitalista neoliberal global, fuertemente militarizado.
Globalización económica no ha traído prosperidad
La pandemia está enseñando lecciones nuevas. La globalización económica no ha traído prosperidad universal sino devastación ecológica, trastornos sociales y desigualdad.
Así pues, ahora, en todos los continentes, hay pensadores y activistas que se proponen sustituir el régimen capitalista por la recomunalización, luchando por la autosuficiencia, incluso acogiendo a refugiados y otros necesitados, como ha ocurrido en Grecia en algunos casos.
En contra de los términos dictados por la Organización Mundial del Comercio (OMC) y las corporaciones multinacionales, este paso a la producción a escala humana permite a las personas diseñar sus propios medios de vida de manera que protejan el hábitat.
La reubicación puede incluso invertir el flujo desesperado de la migración rural a las ciudades, donde la densidad de población propaga enfermedades como el coronavirus con tanta facilidad.
«¿Es esto sólo una quimera? No. Si miramos alrededor del mundo, vemos miles de iniciativas culturalmente diversas para la alimentación, la energía, el agua y otras formas de soberanía comunitaria. Estas soluciones localizadas devuelven el significado, la identidad, la dignidad y la suficiencia a las personas que han sido alienadas por un siglo de supuesto progreso, bajo el poder centralizado de las corporaciones y los estados», acota el análisis.
Así entonces, la revolución popular marca un cambio desde la precaria economía de los derivados y los mercados de acciones, a una economía real de fabricación de bienes necesarios, dando y compartiendo «servicios». Habla de una visión de regiones bioculturales autónomas, definidas por relaciones sociales y ecológicas tangibles, y haciendo patente el argumento de que la ayuda mutua y la protección de los ecosistemas locales son más eficaces para hacer frente a las crisis, e incluso a las pandemias, que las medidas centralizadas de carácter estatal.
Coronavirus: fin a un universo de falsas promesas
«Frente a la privatización neoliberal, aquí la tierra y el agua, las ideas y el conocimiento, son reconocidos como bienes comunes. Este futuro implica el decrecimiento, el respeto a los límites, la reducción y la redistribución justa de los materiales y de la energía en el planeta», resalta el análisis.
Hoy en el mundo se produce un renacimiento de la democracia radical, a menudo dirigida por mujeres o jóvenes, cuyas energías «para la vida» se combinan con los movimientos sociales para la liberación de las especies, los géneros, las castas y las agrupaciones de clases oprimidas.
«Nuestro libro ‘Pluriverso’: Un diccionario de post-desarrollo, recoge una multitud de este tipo de alternativas de transformación. Hay reivindicaciones indígenas de armonía con la Tierra en el buen vivir y el ubuntu; nuevas nociones que surgen de contextos industriales fracturados como el ecofeminismo y el decrecimiento; redes prácticas de agroecología y software libre; y docenas de otras».
El libro dibuja un agudo contraste entre estos profundos cambios estructurales y las «soluciones reformistas» que asumen un mundo globalizado precodificado por los valores occidentales, y movilizado por la lógica fútil del crecimiento.
«Lo que surge es un lenguaje vivo para la riqueza y diversidad de los conocimientos y prácticas de las personas en sintonía con el bienestar planetario. Este léxico está construyendo un tapiz mundial de alternativas; ofrece un espacio de colaboración para los activistas que tejen juntos iniciativas transformadoras por todo el mundo; se convierte en un nuevo horizonte para el ser y para el hacer», resalta.
La pandemia del coronavirus, explican los analistas, pone fin a un universo de falsas promesas. El pluriverso anuncia una nueva esperanza de democracia radical que incluye a toda la vida – «un mundo donde caben muchos mundos».
Te puede interesar…