Por Daniel Labbé Yáñez
Ocho de septiembre de 1986. Dos de la mañana. Alicia Lira escucha ruidos y ve a un grupo de sujetos con pasamontañas y vestimenta verde oliva saltando hacia el interior de su casa. Le avisa a Felipe, su pareja, que está a su lado. “‘Negrito’, estamos de allanamiento”. Con la calma que lo caracterizaba, este se incorpora. Empujan la puerta. Ella decide abrir. Uno de los asaltantes le dice que vienen por “Mao”, como era conocido su compañero. Alicia intenta cerrarla sin éxito. “¡Levántate hueón, el Partido te necesita!”, le grita uno de los militares a Felipe, quien incrédulo le pide a Alicia alertar a la vecina. “A estos hueones yo no los conozco”, le advierte.
Felipe sale de la pieza en dirección a buscar su chaqueta que se encontraba en el living, y cuando la va a tomar los sujetos se exaltan. “El ‘Negro’ los miró a la cara y les dijo: ‘¿Tú creí hueón que si tuviera un arma la tendría aquí?’…”. “Él era aguerrido, valiente, pero en ese momento no hizo nada para que a mí no me pasara nada”, enfatiza Lira.
Los soldados se llevan a su compañero. Ella corre tras los vehículos hasta que los pierde de vista. Será la última vez que lo verá con vida. El “Negro” sería uno de los cuatro militantes de izquierda con cuyas vidas la dictadura cívico militar vengaría la emboscada que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) le había realizado un día antes a Augusto Pinochet.
‘LA JOTA’ Y EL AMOR
Luego de conocerse en las Juventudes Comunistas (JJCC), en el año 1969 Alicia y Felipe comenzaron a pololear. Ella era obrera de la textil Lanex. Había llegado a Santiago junto a su madre luego del cierre, en la segunda mitad de la década del ‘60, de la mina de la pequeña localidad rural de Plegarias, ubicada a 3 kilómetros al sur de la comuna de Curanilahue, en la Región del Bío Bío. Él era recolector de basura en la Municipalidad de San Miguel. Después de los dos gigantescos incendios que en 1957 afectaron al Zanjón de la Aguada donde vivía, había decidido junto a otros pobladores tomarse los terrenos de lo que después se convertiría en la mítica población La Victoria.
De niño él había sido militante de las Juventudes Comunistas. “Era una persona muy culta. Por entonces yo tenía 6to año de preparatoria y él 8vo de enseñanza media. Una vez rehusó una beca para estudiar porque como era de una familia muy pobre, tenía que trabajar; los dos compartimos esa experiencia”, rememora. Al “Negro” le gustaba leer ciencia ficción. “Era muy inteligente, en el colegio se sacaba puros 7”, dice orgullosa Lira.
Una facilidad con el aprendizaje que años después, en 1979, Felipe evidenciaría al terminar su enseñanza media y titularse de Técnico Electricista en la Sofofa. “Se llevó todos los premios: de los apoderados, de los profesores, de los alumnos”, destaca la hoy presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP).
“Me gustaba porque era muy empático, tenía una mirada así como tiernucha”, cuenta. Ambos formaban parte de los equipos de Autodefensa de ‘la Jota’. “Todos los recuerdos que tienen los compañeros que trabajaron codo a codo con él en las Autodefensas, hablan de un ‘Mao’ fraterno, preocupado de lo que le pasaba al resto, dando siempre consejos”, destaca Alicia, y agrega: “Me inspiraba mucho respeto, él era el jefe de todos los jefes a nivel nacional”. Luego de 8 meses de pololeo, el 26 de febrero de 1970, se casaron.
Llegar a eso no fue fácil. Alicia recuerda que ya entonces era una mujer empoderada y si bien Felipe no era precisamente un sujeto machista, ella simplemente no comulgaba con la idea del “hombre protector”. “Yo siempre estaba a la defensiva de que alguien me controlara. Él no era así, pero un día me fue a esperar a Lanex. Como a las 11 de la noche termino mi turno y veo a una inmensa persona en la esquina esperándome. Me fui todo el rato adelante retándolo: ‘¡Por eso no quería pololear con uno de la Jota, que creen que a una tienen que venir a buscarla!’”, le reclamó. “Tú quieres darme la cortada, pero yo no te la voy a hacer fácil”, le replicó el “Negro”. “Y ahí me ganó”, rememora hoy la dirigenta.
Hasta antes del matrimonio, su compañero se llamaba “Mao” o “Andrés”, chapas con las cuales -por un tema de seguridad- era conocido en las JJCC. “Yo supe su nombre completo cuando estábamos en el Registro Civil”, apunta Lira. Felipe Segundo Rivera Gajardo se llamaba en realidad el que desde entonces pasó a ser su esposo.
Ese mismo día se fueron a vivir a la “ruca”, como le decían a su hogar, que el “Negro” había levantado en el patio de la casa de sus papás. Alicia no había tenido una figura paterna, por lo que ‘el Felipe viejo’ -como llama afectuosamente a su suegro- pasó a ser para siempre su padre, su tío, su abuelo. “Yo lo amaba. Era un padre maravilloso con sus tres hijos”, enfatiza.
LA UP: “DIGNIDAD, NO MENDICIDAD”
La elección que llevaría al doctor Salvador Allende a la presidencia de la República en 1970 fue la primera en la que Alicia votó. La efervescencia de todo ese período la pasó junto a su compañero. “Nosotros vivíamos en una mediagua, pero los trabajadores, las mujeres, teníamos una sonrisa dibujada porque estábamos construyendo algo que era nuestro”, destaca.
Luego, el triunfo del primer Presidente socialista electo democráticamente de la historia. “Esa magia cuando fuimos con el ‘Negro’ a la Alameda; ver al pueblo, ver esas carretelas que ya no se ven hoy, adornadas con papel de volantín, con flores; las bicicletas transformadas, las burritas de los feriantes llenas de adornos. Todo era una expresión de cultura, más allá de la alegría. Y escuchar las palabras de Allende donde estaba la FECh…”, recuerda emocionada Lira sobre aquel inolvidable 4 de septiembre.
“Con la Unidad Popular no estábamos recibiendo más plata, pero había una convicción de que el trabajo colectivo, la lucha colectiva, el sueño colectivo, era real y se podía realizar. Y en nuestras poblaciones, en las más marginales, había dignidad, no mendicidad”, resalta.
Fue en medio de esos años, a principios de 1971, que junto a otros pobladores sin terreno organizaron una toma en la comuna de La Granja. La llamaron Campamento Villa Lenin. Lo hicieron todo con trabajo voluntario, desde las propias mediaguas, pasando por el lavadero para la ropa y los baños, hasta un centro de reuniones para los residentes. “El compañero Allende jamás nos mandó los pacos. El compañero Allende a los dos meses ya había regularizado la toma”, destaca Alicia.
Fue allí que el “Negro” bautizó a su compañera como “Toto”. “Había tanto barro, que yo me ponía los bototos que le habían dado en la municipalidad, salía a comprar y los dejaba afuera y después los limpiaba. Entonces, empezó a decirme ‘Bototo’”, cuenta Lira.
“Para mí la Unidad Popular fue amor, fue lucha, fue compromiso. Nosotros tenemos un pasado que nos llena de dignidad, de orgullo. En cambio, como escuché decir por ahí, la derecha solo tiene recuerdos para avergonzarse, y por eso odian la memoria”, reflexiona.
HUIR DE GOLPE
Lo que vino después fue contrarrestar el fascismo de la derecha que -como es de conocimiento público- comenzó a accionar, desde antes que Salvador Allende asumiera, de la mano de Estados Unidos y el entonces Presidente Richard Nixon, quien se propuso como objetivo para el derrocamiento del socialista “hacer gritar a la economía chilena”.
A través de manifestaciones, de turnos en las colas generadas por el desabastecimiento provocado a raíz del sabotaje del empresariado, ayudando a trasladar la mercadería estancada por el paro de los camioneros de 1972 financiado desde el país del norte, haciendo frente a las provocaciones de los sectores reaccionarios, los partidarios de la Unidad Popular se propusieron defender el programa de gobierno que por primera vez ponía a los sectores más postergados como prioridad.
Tras el golpe de Estado, el “Negro” decide permanecer alrededor de un mes en la clandestinidad. “Por recados yo sabía que andaba por ahí”, recuerda Alicia. Tras normalizar su situación, a principio de 1974 los militares llegan a buscarlo a la Villa Lenin. Afortunadamente ni él ni su compañera se hallaban en el lugar. Cuando llegaron, los vecinos les avisaron. “En dos horas, no sé de dónde salió un camión gigante, desarmamos la ‘ruca’, echamos arriba las pocas cosas que teníamos y partimos”, continúa. Se fueron donde Nora, la hermana de Lira, a la Villa Carrascal Poniente (ex Sara Gajardo) en Cerro Navia. Pero querían recuperar la independencia que como pareja habían conseguido. “La amábamos”, enfatiza.
“PARA MÍ LA UNIDAD POPULAR FUE AMOR, FUE LUCHA, FUE COMPROMISO. NOSOTROS TENEMOS UN PASADO QUE NOS LLENA DE DIGNIDAD, DE ORGULLO. EN CAMBIO, COMO ESCUCHÉ DECIR ALGUNA VEZ POR AHÍ, LA DERECHA SOLO TIENE RECUERDOS PARA AVERGONZARSE, Y POR ESO ODIAN LA MEMORIA”
El ‘Negro’ -que “no había lugar donde no cayera bien”, como apunta su compañera- fue a hablar con los vecinos. Le aconsejaron hacer ocupación de una esquina de madrugada, porque era muy apetecida. “Antes del mes ya estábamos viviendo en el lugar donde vivo hasta hoy”, destaca Alicia.
“EL ‘NEGRO’ ESTÁ MUERTO”
En esa casa fue también que la dirigenta se amaneció ese 8 de septiembre de 1986 luego de que los militares se llevaran a su compañero. “Comencé con ataques de úlcera. Me quedé sentada en el sillón, desesperada, esperando que pasara la hora hasta que pudiera hacer algo”, recuerda.
A las 6 de la mañana fue a buscar a su cuñada a La Victoria. La población estaba rodeada de uniformados. “Si entro, no salgo viva de acá”, pensó, y se fue a la Vicaría de la Solidaridad a estampar una denuncia. Buscó todo el día y la noche siguiente. Finalmente, el 9 de septiembre, a eso de la 1 de la tarde, Lira escuchó un flash informativo de Radio Cooperativa, donde informan que han encontrado sin vida al reconocido periodista y opositor al régimen, José “Pepe” Carrasco. “El ‘Negro’ está muerto”, se dijo. Ella sabía que al comunicador se lo habían llevado después que a Felipe.
“Le di un beso, le toqué la cara y supe lo que es el ‘hielo’ de la muerte”, recuerda Alicia del momento en que pudo reconocer a su compañero. Más tarde, al llegar la urna con el cuerpo de Felipe a su hogar, Lira se da cuenta de que esta viene sellada. “Fue de una maldad infinita lo que hicieron”, reflexiona.
El dolor de Alicia tuvo algo de respiro en el apoyo que recibió en su población, el cual agradece hasta hoy. “Nos veían como una pareja bonita, que se quería, tenían una buena opinión de nosotros, a pesar que pasábamos muy poco ahí. Habiendo estado de sitio, toque de queda, hubo micros con gente que fue al funeral. Sentí una emoción infinita cuando llegamos a la entrada al Cementerio General y estaban todos sus compañeros de trabajo de la Tesorería (General de la República) -que fueron amedrentados para que no fueran ni al velorio ni al funeral- con sus uniformes de trabajo, rompiendo el miedo para rendirle un homenaje”, recuerda emocionada. En esa repartición pública hoy hay una placa conmemorativa en su honor.
Lira enfatiza que no es de aquellas personas que “endiosan” a los muertos, que los recuerda con sus virtudes y defectos, pero cuando se trata del “Negro” no hay cabida para dobles lecturas. “Nunca me ofendió, nunca me levantó la mano… una persona que vivió en el Zanjón de la Aguada, de una familia muy pobre, que vivió luego en el campamento en La Victoria, con estudios hasta la enseñanza básica, y era como un agradecido de la vida”, destaca.
La “Toto” y el “Negro” no tuvieron hijos, pero el recuerdo de su compañero en los más jóvenes de la familia está tatuado a fuego. “No hay sobrino de parte mía o de él que no lo ame”, alcanza a decir Alicia antes de que se le quiebre la voz. Y continúa: “Tiene tres sobrinas para quien su ‘tío Negro’ era su papá y su tío. Preocupado de hacer las tareas con ellas, de conversar, de aconsejarlas. Mi sobrino, adulto ya, hizo un negocio y le puso ‘Mao’. Mi hermano chico, que tiene 50 años, todavía usa un gorro de Felipe, ¡lo tiene hace más de 32 años!. Es que él irradiaba comprensión”.
“Yo me siento una privilegiada de haberlo conocido y haber vivido con él. El ‘Negro’ era mi vida. Yo empecé a ser feliz cuando entré a las Juventudes Comunistas, y fui íntegramente feliz cuando viví con el ‘Negro’… hasta hoy”, dice Alicia Lira.
Reportaje publicado en la edición n° 236 de la revista El Ciudadano, septiembre de 2019.