El rey Felipe VI de España ha quedado en el centro de la polémica por protagonizar lo que ha sido considerado como un gesto irrespetuoso durante los actos protocolares de la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro.
El domingo pasado, en el masivo acto realizado en Bogotá, el monarca no se levantó de su silla cuando los efectivos de Casa Militar y custodios de la espada de Simón Bolívar, símbolo de la independencia de Colombia y otros países latinoamericanos, pasaron frente a él para colocarla en un espacio de la tarima donde Petro ofreció su primer discurso como mandatario.
Para Luis Gonzalo Segura, ex teniente del Ejército de Tierra de España, expulsado por denunciar corrupción, abusos y privilegios anacrónicos, «los gobiernos de España y Colombia callan lo más que pueden, so pena de abrir un conflicto diplomático que ninguno desea. Los medios de comunicación, salvo medios menores o enfoques marginales, también, so pena de molestar a sus amos».
En un artículo de opinión publicado en RT, Segura dice que la controversia en las redes sociales, a izquierda y derecha, siguen ardiendo ante el gesto de Felipe VI de no levantarse ante la espada de Bolívar, mientras el resto de mandatarios aplaudía en pie.
España, un país fracturado
Juan Carlos Monedero, cercano a Podemos; Jordi Salvador, de Esquerra Republicana de Catalunya; Josep Rull, de Junts; Jon Inarritu, de EH Bildu; o Néstor Rego, del BNG, protestaron de forma airada en las redes ante lo que consideraron una falta de respeto intolerable. La Izquierda y los sectores independentistas de Catalunya, Euskadi o Galicia definieron su posición de inmediato: «lamentable», «impresentable», «monarquía golpista, corrupta y profascista», «patético», «¿para qué sirve un rey?».
La respuesta no se hizo esperar y la derecha y la ultraderecha española reaccionaron con contundencia. Del Partido Popular a Ciudadanos o Vox recalcaron que Felipe VI cumplió con el protocolo y que, en todo caso, la espada de Bolívar está manchada de sangre de españoles. Y, como suele ser costumbre, en asuntos de Estado, la derecha y la ultraderecha españolas estuvieron acompañadas del PSOE, aun cuando el Gobierno mantuviera un perfil bajo. Así, Javier Lambán, presidente de Aragón, aseveró que Felipe VI «estuvo a la altura e hizo lo correcto».
Más allá de muchas otras consideraciones, el rápido e inequívoco alineamiento de los distintos actores políticos revela que España es un país fracturado y, quizás, sin solución. Un país en el que cualquier asunto troncal deja a los mismos contendientes a uno y otro lado: derecha, ultraderecha y PSOE, a un lado; izquierda e independentistas, al otro. La España y la ‘AntiEspaña’ para unos, y la España franquista y los hijos de la España republicana para otros.
Felipe VI de España: ultraderechista, supremacista y colonialista
Dejando a un lado la fractura española, sin duda el actor que más en evidencia queda es Felipe VI. De nuevo en el ojo del huracán. Para la España republicana, un rey que no les representa y que, a cada día que pasa, se muestra más ultraderechista; para la España de raíces franquistas, un defensor de los españoles caídos en América. Pero, ¿quién tiene razón?
Si acudimos a la historia, los datos nos ofrecen una visión muy valiosa al respecto. En primer lugar, en cuanto al proceso de independencia de Nueva Granada, territorio que en la actualidad ocupan Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá –además de territorios de Brasil o Perú–, esta dejó unas 400.000 víctimas, de ellas unas 100.000 en Colombia. En este balance se incluyen las víctimas de lo que se conoció como ‘Reconquista’ o ‘Reconquista de Nueva Granada’, una operación española de castigo que fue conocida como ‘Régimen del Terror’. El nombre deja bastante clara la finalidad.
Más allá de muchas otras consideraciones, el rápido e inequívoco alineamiento de los distintos actores políticos revela que España es un país fracturado y, quizás, sin solución.
Con estos datos, contrasta la belicosidad de Felipe VI con la espada de Bolívar y, en general con los pueblos latinoamericanos, cuando muestra una gran complacencia con Francia. País que, en el mismo período, invadió España y provocó, al menos, un cuarto de millón de muertos. Ello en un país con unos diez millones y medio de habitantes. Para hacernos una idea, sería como si hoy perecieran 1,2 millones de españoles. Quizás ello se deba a que, en gran medida, semejante tragedia tuvo mucho que ver con la negligencia, estupidez, estrechez y radicalidad de su antecesor, Fernando VII.
Pero, ante todo, contrasta la animadversión de Felipe VI a la espada de Simón Bolívar, que muchos califican como «genocida», con su simpatía por Francisco Franco. Felipe VI fue investido como oficial del Ejército de Tierra en la Academia General Militar de Zaragoza ante la estatua ecuestre de Francisco Franco sin que mostrase signo alguno de contradicción. Y eso que ello ocurrió con el dictador ya fallecido, pues estuvo en la academia militar entre 1985 y 1986.
No solo eso, sino que estuvo durante años entregando los despachos a los recién nombrados oficiales españoles junto a la estatua ecuestre del genocida dictador –acudía al desfile cada dos años al alternar como príncipe con el entonces rey, Juan Carlos–. Recordemos que Francisco Franco acabó con la democracia en España, impuso un régimen autoritario durante cuarenta años, mantuvo a centenares de miles de personas en campos de concentración y provocó, como mínimo, medio millón de muertos.
La monarquía española muestra pleitesía a estadounidenses, franceses o británicos, a pesar de los severos castigos que la infringieron, y arrogancia y supremacismo a los pueblos latinoamericanos, a pesar del carácter conciliador de estos.
Además, durante esa sublevación fascista, del medio millón de muertos, unos 200.000 fallecieron víctimas de la violencia salvaje, ejercida sobre todo por los sublevados. Entre las unidades más sanguinarias destacó la Legión, que provocó episodios tan sangrientos como la Masacre de Badajoz, donde varios miles de personas civiles fueron asesinadas, incluyendo bebés. Muchas de las víctimas habían sido maltratadas, torturadas, violadas o mutiladas. Un salvaje comportamiento que no constituyó un episodio insólito en la historia de la Legión, sino una seña de identidad: en el Rif o en Asturias, donde la Legión también actuó, los asesinatos de miles de personas acompañados de violencia extrema han quedado también constatados. Sin embargo, semejante historial no fue inconveniente para que Felipe VI se convirtiera en Presidente de Honor de los actos del centenario de la Legión, acaecidos en 1921.
Si a ello le añadimos los comportamientos del propio Felipe VI –por ejemplo, su choque con López Obrador a resultas de la petición de perdón por la Conquista– y de su padre, Juan Carlos –con aquel «¿Por qué no te callas?», a Hugo Chávez– no solo queda constatado que la monarquía española tiene una clara simpatía por lo ultraderechista y un marcado rechazo por las ideas y los líderes progresistas, sino que exhibe cuando en América se encuentra una conducta supremacista y colonialista. La cual, por cierto, se diluye ante Estados Unidos, la que arrebató, y no de buenas maneras, varias de sus colonias a España, incluyendo Cuba, cuya pérdida sumió a España en una crisis histórica.
La monarquía española muestra pleitesía a estadounidenses, franceses o británicos, a pesar de los severos castigos que la infringieron, y arrogancia y supremacismo a los pueblos latinoamericanos, a pesar del carácter conciliador de estos.
El conflicto en Colombia
Por sorprendente que parezca, el conflicto ha tenido otro recorrido muy diferente en Colombia. La espada de Bolívar fue sustraída de la Quinta de Bolívar en la que se encontraba en 1974 por el M-19, en el que militó el actual presidente colombiano, Gustavo Petro, y no fue devuelta hasta 1991 –permaneció en Cuba–, como símbolo de reconciliación.
Por ello, el simbolismo de la espada de Bolívar para Petro y la izquierda colombiana no puede ser mayor. Y he aquí el conflicto en Colombia, ya que Iván Duque no accedió a que la espada de Bolívar formara parte de la ceremonia.
Pero su negativa tenía, y tuvo, una caducidad: la investidura de Petro. Una vez investido este como nuevo presidente, su primera orden fue que le fuera llevada la espada de Bolívar. Y en este conflicto se centran las críticas en Colombia. Un trance que demuestra, por igual, la fractura de la sociedad colombiana, visible en las tensiones entre el presidente saliente y el entrante.
Alineado a la derecha
Por tanto, este nuevo episodio demuestra, además de la profunda fractura existente en España o Colombia, que el rey de España, Felipe VI, como cualquier otro representante de Occidente, se encuentra alineado con la derecha latinoamericana, con la que las relaciones son fluidas, mientras que mantiene una posición desabrida con la izquierda latinoamericana, la cual se sostiene tan solo por los intereses económicos y estratégicos de los distintos actores.
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