Hace un poco más de un siglo la humanidad se enfrentó a una mortal pandemia, la Gripe de 1918, durante la cual los gobiernos cometieron errores que desgraciadamente se han repetido en la actual crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19.
La injustamente conocida como «Gripe Española», afectó a un tercio de los 1.500 millones de habitantes del planeta de aquel entonces. Aunque no hay cifras exactas, estudios actuales ubican el número de muertes provocadas por la pandemia entre 40 y 50 millones, o incluso hasta en 100 millones.
Por tal motivo, puede decirse que en menos de dos años la enfermedad habría matado a más persona que las dos guerras mundiales juntas.
Lo cierto es que dejó millones de víctimas como las pandemias de la peste negra, que entre 1347 y 1351 provocó 200 millones de muertes, y la viruela, que en 1520 acabó con la vida de 56 millones de personas.
Síntomas de la gripe
Aunque la censura y la falta de recursos de principios del siglo XX evitaron que se pudiera investigar a fondo las características del mortal virus, hoy se conoce que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1.
A diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente no estuvo expuesta al virus durante su niñez y, por tanto, no contaba con inmunidad natural.
La cepa mataba a sus víctimas con una rapidez sin precedentes. En Estados Unidos abundaban las informaciones sobre gente que se levantaba de la cama enferma y moría camino al trabajo.
Entre los principales síntomas que desarrollaron los pacientes figuraban: fiebre elevada, dolor de oído, cansancio corporal, diarrea y vómitos.
«La falta de oxígeno causaba un tono azulado en el rostro; las hemorragias encharcaban de sangre los pulmones y provocaban vómitos y sangrado nasal, de modo que los enfermos se ahogaban con sus propios fluidos«, reseñó National Geographic.
La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia presentaron un cuadro de neumonía bacteriana secundaria, que no pudo ser correctamente tratada ya que no había antibióticos disponibles.
“Sin embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días”, reseñó el portal Gaceta Médica.
Reconstrucción del virus
En los cientos de autopsias realizadas en 1918, los hallazgos patológicos primarios se limitaron al sistema respiratorio, por lo que los resultados se centraron en la insuficiencia respiratoria, sin evaluar la circulación de un virus por el cuerpo.
Diferentes publicaciones médicas de la época intentaron dar respuesta a las causas de la pandemia. Sin embargo, la reconstrucción del virus demandó muchos años, y hasta décadas.
La recuperación de tejido pulmonar de una víctima enterrada en el suelo helado de Alaska, junto con algunas muestras preservadas de soldados estadounidenses, permitió en 2005 secuenciar el genoma e incluso reconstruir el virus, bajo fuertes medidas de seguridad en el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés).
Los experimentos con el virus recreado confirmaron su virulencia: en los ratones infectados se reproducía 39.000 veces más que una gripe normal.
Asimismo, estudios con monos revelaron que tendía a disparar lo que se conoce como «tormenta de citoquinas», una complicación que aparece a causa de una respuesta inmunitaria exagerada y que podría explicar la mortandad en personas jóvenes, con un sistema inmune más robusto.
La gripe no española
Aunque la devastadora pandemia que afectó al mundo entre 1918 y 1920 pasó a la historia como “Gripe Española” ninguna de las evidencias que manejan los expertos señalan que se originó en la nación europea.
Antes de que esta gripe llegara a España, ya había causado anteriormente muchas muertes en Estados Unidos y en Francia. El detalle fue que los medios de comunicación de los países que participaron en la I Guerra Mundial estaban bajo censura militar y ocultaron la pandemia.
En España, que era un país neutral durante la contienda, la prensa informaba acerca de los nuevos casos de la pandemia, que era conocida popularmente como “El soldado de Nápoles”, por una canción muy pegadiza que se cantaba en una zarzuela de moda. Fue eso lo que dio la sensación de que era el único país afectado y por eso la enfermedad se conoció en el mundo como “Gripe Española”.
“La enfermedad no se originó en España, pero como su prensa podía informar de ella, mucha gente lo pensó erróneamente, ya que otros países no reportaron sus casos a causa de la censura en tiempos de guerra», explicó el historiador Cédric Cotter a la agencia EFE.
Sin embargo, muchos estudios confirman que el brote comenzó en Estados Unidos, específicamente en el estado de Kansas.
“La evidencia epidemiológica sugiere que un nuevo virus de gripe se originó en el condado de Haskell, en Kansas, a principios de 1918, viajó hacia (…) una enorme base del Ejército y de allí a Europa”, explicó John M. Barry, autor del libro La gran gripe: la épica historia de la plaga más mortal de la historia.
Según Barry,la enfermedad se expandió “a través de América del Norte hacia Europa, América del Sur, Asia y África”.
Según los registros, el 4 de marzo de 1918, un soldado de un centro de instrucción se presentó en la enfermería de Fort Riley, en Kansas, aquejado de fiebre. En cuestión de horas, cientos de reclutas cayeron enfermos con síntomas similares y, durante las semanas siguientes, se enfermaron muchos más.
En abril, el contingente estadounidense desembarcó en Europa portando el virus. Las abarrotadas trincheras y campamentos de la guerra se convirtieron en el hábitat ideal para la epidemia. La infección se desplazó con los soldados, hasta llegar a Francia.
En el caso de España, que no participaba en la guerra, se cree que el virus llegó a través de los trabajadores temporales provenientes de Francia.
A pesar de no ser el epicentro, España fue uno de los países más afectados con ocho millones de personas infectadas y 300 mil fallecidos.
Medidas de prevención
Ante el auge de la pandemia, el uso de máscaras de tela se convirtió en obligatorio para todas las personas que desempeñaban trabajos de atención pública. Esta recomendación sanitaria se extendió al resto de la población para evitar que la enfermedad se propagara con tanta facilidad.
Los gobiernos tomaron medidas preventivas para intentar parar la crisis: se cerraron teatros, circos, talleres, fábricas y locales públicos; se suspendieron eventos; se prohibió la importación de mercancías desde Marruecos; se identificó a los extranjeros que ingresaban en las poblaciones y se prorrogaron clases, matrículas y exámenes.
Ante la falta de un tratamiento probado, en los periódicos de la época se publicaron anuncios con remedios milagrosos: elixires, aguas medicinales, tónicos, entre otros.
También se recomendó tomar analgésicos en dosis que ahora se consideran contraproducentes e, incluso, se sugirió a la población que fumara porque se pensaba que la inhalación del humo mataba a los gérmenes.
Tres oleadas de la gripe
El drama de la guerra también sirvió para ocultar las elevadísimas tasas de mortalidad causadas por el nuevo virus. En los primeros momentos, la enfermedad todavía no se conocía bien y las muertes solían achacarse a la neumonía.
Las abarrotadas trincheras y campamentos de la primera guerra mundial se convirtieron en el hábitat ideal para la epidemia.
La primera oleada que se registró en la primavera de 1918 pasó al cabo de unas semanas, pero aquello sólo fue un alivio pasajero. Tras el verano de 1918, la epidemia ya estaba lista para pasar a su fase más mortífera.
“Las trece semanas que van de septiembre a diciembre de 1918 constituyen el período más intenso, con el mayor número de víctimas mortales” refirió la revista estadounidense National Geographic.
Esta segunda oleada golpeó primero a las instalaciones militares y de allí se extendió después a la población civil. En octubre llegó a su punto álgido: funerarias y cementerios no se daban abasto, y la celebración de funerales individuales resultaba imposible. Buena parte de los fallecidos acabaron en fosas comunes.
Tras una pausa en la expansión de la enfermedad a finales de 1918, en enero del siguiente año comenzó la tercera y última fase.
“Por entonces, la pandemia ya había perdido mucha fuerza. La dureza del otoño del año anterior no se repitió, de modo que la tasa de mortalidad se desplomó”, indicó la publicación estadounidense.
Al llegar el verano de 1920 el virus desapareció, tal y como había llegado.
Sin embargo, la pandemia afectó a casi todas las regiones del mundo: sólo en India las víctimas mortales alcanzaron entre 12 y 17 millones. En Gran Bretaña murieron 228.000 personas, en España fallecieron 300.000 habitantes y en Estados Unidos el número de decesos superó el medio millón.
Aunque es difícil disponer de datos exactos sobre la cantidad de muertes, la tasa global de mortalidad se situó entre el 10 y el 20 por ciento de los infectados.
Paralelismos con el COVID-19
El historiador Cédric Cotter, quien es investigador para el Comité Internacional de la Cruz Roja, señaló que la situación que provocó la Gripe de 1918 y la generada por el COVID-19 guardan paralelismos que deben tenerse en cuenta.
«La historia nunca se repite totalmente, pero pueden verse tendencias en uno de estos hechos y también en el otro», explicó, al tiempo que puso como ejemplo el uso político que entonces se hizo de la pandemia del siglo XX, con el fin de culpar y estigmatizar a países rivales o enemigos.
En 1918 se llegó a apodar a la epidemia con términos como enfermedad bolchevique, virus francés o plaga alemana, o finalmente “Gripe Española”. En 2020, el presidente de Estados Unidos Donald Trump, intenta popularizar el término «virus chino» para referirse al COVID-19, con el fin de desprestigiar al gigante asiático por ser el principal rival económico de la nación norteamericana.
«Es parte de la naturaleza humana culpar al otro de lo que nos ocurre, pero cuando se hace con fines políticos es inútil y sólo alimenta el odio«, subrayó Cotter, citado por la agencia EFE.
El analista destacó la censura como otro paralelismo entre la Gripe de 1918 y el coronavirus de 2020, ya que en ambos casos se evidenció la proliferación de rumores falsos y los esfuerzos a veces excesivos de las autoridades por controlar el flujo de información relativa a la salud pública.
Respecto a los rumores, Cotter señaló que «las ‘fake news‘ son tan viejas como la humanidad«, y recordó que en 1918 circularon entre las potencias aliadas (Francia, Reino Unido, Rusia y EE.UU) hipótesis como que los alemanes habían desarrollado la enfermedad como arma biológica.
Mientras, en tierras germanas «se decía que el virus era una mera invención por parte del Gobierno, y que los muertos no eran por gripe sino por desnutrición».
Según Cotter, los rumores de ayer y de hoy – multiplicados en 2020 por las redes sociales- se intentaron detener con la censura, el cual “no es el mejor método, porque la gente intentará buscar información donde sea».
«Lo que hace falta es que las autoridades sean transparentes a la hora de explicar por qué toman las medidas, para que la gente las siga y no intente buscar respuesta en otras fuentes de información», subrayó.