Andrés Felipe Ballesteros Uribe es un ciudadano de nacionalidad colombiana, de 36 años de edad, que desde hace 8 años se encuentra privado de libertad, aunque no se tienen pruebas en su contra, en una cárcel de Tanzania, en la costa este de África central.
En agosto de 2014, Ballesteros tomó vacaciones y viajó a Tanzania para celebrar su cumpleaños número 28. El plan era visitar las playas de ese país y conocer un nuevo destino. En Colombia lo despidieron su esposa, padres e hijos: una niña de 7 años, que ahora tiene 15; y un recién nacido que ya tiene 8 años, y que él nunca ha podido ver ni abrazar.
Al aterrizar en Dar es-Salam, la ciudad que alberga la sede del Gobierno de Tanzania y la más poblada de ese país, el viaje de Ballesteros se convirtió en un infierno. La policía local lo detuvo y lo aislaron de los demás pasajeros.
Los funcionarios lo llevaron a una habitación mientras le hacían preguntas en un idioma que Andrés no entendía y no sabía de qué lo acusaban. El expediente que abrían en su contra era por tráfico de drogas, un cargo que hasta la fecha la Fiscalía de ese país no ha podido comprobar. De hecho, ni siquiera hay detalles de dónde encontraron la supuesta sustancia ilícita, ni el tipo de estupefaciente, ni la cantidad que le habrían incautado.
Desde entonces, a Andrés lo han mantenido encerrado en la cárcel de Keko, que de acuerdo al periodista colombiano Andrés Felipe Giraldo, es «una prisión de condiciones infrahumanas» en la que se encuentra junto a 1.600 reclusos, «muchos de ellos sin que siquiera se les haya adelantado un juicio o sin conocer sus cargos», como ocurre con Ballesteros. En el recinto, además, los reos tienen que soportar temperaturas sobre «los 40º centígrados a la sombra, sin agua y sin alimentos».
En septiembre de 2019, Giraldo dio a conocer la historia que vive este colombiano y la lucha que ha emprendido su familia, desde 2014, en busca de justicia. El comunicador se ha vinculado personalmente en el caso y se ha hecho amigo del hermano de Andrés, Juan Carlos Ballesteros, quien encabeza las gestiones para su liberación.
Una liberación impedida
Andrés no pudo ver a nadie de su familia durante el primer año que lo mantuvieron encarcelado. Fue en mayo de 2015 cuando, por primera vez, su hermano Juan Carlos pudo visitarlo y conocer la realidad de su situación. Todo su caso estaba marcado de irregularidades y corrupción, además, ningún abogado de oficio había asumido la defensa de Ballesteros con la seriedad que requería, incluso varios togados lo abandonaron.
El primer respiro que tuvieron los familiares de Andrés fue casi cinco años después de su detención, cuando por primera vez lo llevaron a juicio, luego de las gestiones que efectuó la cancillería colombiana y sobre todo, por la presión que ejerció su hermano Juan Carlos.
Durante la audiencia, realizada en junio de 2019, Giraldo describe que el juez Hon Matupa, «considerado dentro de la opinión pública tanzana como un administrador de justicia serio e imparcial», falló a favor de Andrés y lo absolvió debido a que la Fiscalía levantó los cargos por las inconsistencias de pruebas que presentaba el caso.
Todos creyeron que Andrés sería liberado y que regresaría a casa, pero eso no ocurrió. El momento de felicidad fue interrumpido por la policía local, que de inmediato volvió a detener a Ballesteros «de manera preventiva», para luego volverlo acusar de los mismos cargos, un mecanismo permitido por las leyes de Tanzania.
Así, la pesadilla volvía a comenzar. Por la falta de asesoría legal adecuada, Andrés no sabía que si interponía un habeas corpus podría garantizar su libertad y evitar la cárcel. Ese desconocimiento lo pagó con un nuevo entramado judicial que lo ha mantenido preso por tres años más.
Tras estos hechos, la cancillería colombiana informó sobre las irregularidades del caso y detalló las acciones que estaban tomando para que se cumpliera la libertad de Ballesteros, comprometiéndose a apoyar a su connacional, pero no logró nada.
Ballesteros más cerca de la libertad
Con la llegada del nuevo Gobierno de Gustavo Petro en Colombia, el caso fue retomado con mayor interés por Bogotá, que dispuso al secretario jurídico de la Presidencia, el abogado Vladimir Fernández, para intervenir directamente.
Con los nuevos trámites en marcha, la justicia tanzana decidió que para liberar a Ballesteros, Andrés debía aceptar un cargo y que su familia pagara una «multa» de 50 millones de chelines tanzanos, unos 25.000 dólares o 120 millones de pesos colombianos, un monto que debía entregarse en corto tiempo o se perdería la oportunidad.
La decisión abrió una ventana para que Andrés, quien estaba expuesto a recibir una condena superior a 20 años de prisión si no se pagaba la multa, consiguiera la libertad. Sin embargo, la dificultad era conseguir el dinero.
El primer obstáculo era que la familia no disponía de esa cantidad y el Estado colombiano tampoco podía pagarlo, ya que que la ley no le permite hacer aportes económicos para este tipo de cuestiones.
Así, el periodista Giraldo decidió abrir una solicitud en Twitter para conseguir, a través de una colecta pública administrada por él mismo, la cantidad requerida por la justicia tanzana. Andrés asumió uno de los cargos y ya solo faltaba el dinero.
Finalmente, la ciudadanía colombiana aportó el monto y un poco más. Giraldo publicó en Twitter varias de las transacciones mientras se hacía el recaudo y, al reunir todo el dinero requerido, comentó que había pasado «seis noches frenéticas» mientras recibía cada una de las transferencias bancarias, que luego envió a Tanzania por la libertad de Andrés.
Giraldo informó que el Fiscal General de Tanzania le había notificado al Gobierno de Colombia que el dinero de la multa había llegado y que este martes Ballesteros será llevado ante un juez para que avale el acuerdo y le den la boleta de libertad.
Luego agregó: «¿Ya podemos llorar y abrazarnos? Sí. Ya podemos llorar y abrazarnos. Andrés Felipe tendrá tres días para abrazar a sus compañeros de cautiverio y despedirse con la promesa de seguir luchando por la libertad. Gracias a todos y cada uno de ustedes. Gracias Colombia. Estoy llorando».
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