Son pasadas la seis de la tarde, y junto a mi hermana y nuestra amiga trans y poeta Valentina Carfulen, tomamos rumbo a la mansión Lady Divas. Llevábamos meses escuchando a Valentina hablar de ellas, sus amigas, con las que ha aprendido de luces y escenarios. “Queremos conocerlas”, dijimos. Así que partimos. Fue hasta la comuna de Pudahuel, en Santiago, que dirigimos nuestros pasos hasta llegar a la casa, en una población que nos intimida al poner apenas un pie en ella. Ahí estaba, la Mansión Lady Divas.
Al llegar, nos recibe Andy. Nos dice que la más diva de las divas salió, pero que vuelve luego. Esperamos. Vamos a comprar pan para tomar once. A nuestro regreso, ahí estaba: Kassandra Wayllers, la matriarca. Alta, ni gorda ni flaca, de pelo rubio y ojos claros pero falsos, nariz respingada, pechos perfectamente parados y de caderas anchas: hermosa.
Muy amables, ella y las demás, nos invitan a sentarnos, a compartir la once. Una a una comienzan a acercarse y a llenar la mesa. Britany Sailor Star, Alexandra Bravo y Andy Smith, todas chicas trans que habitan la casa, además de Luis Alberto y Roberto. Se distienden los nudos, se disuelven los hielos, y empezamos a conversar. Se nota que son todas muy distintas entre sí, en edades y estilos de vida. Desde la más politizada y activista, hasta la más joven y acabada, ávidas de experiencias. Aún así, se presentan frente a nosotras como una gran familia con todo lo que ello implica: desde álgidas peleas hasta el amor, la solidaridad y el compañerismo. No es fácil vivir con tantas personas en un espacio tan pequeño. Como en todas las familias, existe cierta jerarquía. Kassandra es quien está de capitana de este barco desde el 2012, año en que arrendó la casa y la hizo su hogar. Nos llama la atención la foto de un hombre joven (de aspecto heterosexual, al igual que Roberto) a la entrada de la casa. A medida que avanza la conversa, nos cuentan. Se trata de la ex pareja de Kassandra, quien murió hace tres años de un accidente cerebro vascular con menos de cuarenta años. Entre ellas se molestan y bromean que Kassandra lo planeó.
“Llegué aquí a vivir con él. Pero después de que murió empezaron a venirse mis amigas, me pedían que las recibiera, que no estaban bien donde estaban, que las habían echado de sus casas. Así fue como empezamos a vivir juntas po”, explica Kassandra. Primero vivió con Alondra y Kiara (esta última compañera trans que murió hace dos meses producto de un cáncer al recto). Luego Alondra se fue y llegó a vivir Andy, luego Britany y finalmente Alexandra.
Kassandra tiene como pareja a Roberto, quien posee apariencia heterosexual, espalda ancha, pantalones pitillo y polerón con gorro. También vive en la mansión. Al comienzo es callado, más bien observa.
Seguimos la conversación. Hablamos de varias cosas, principalmente de sus historias de vida. El primer turno es de la que al parecer, es la más diva de todas las ladys, Kassandra.Trabaja desde los 15 años como escort. Al principio en la calle, pero ya no. Arrienda un departamento en el centro y prefiere trabajar de día, se aburrió del frío y los peligros de la noche. Está próxima a cumplir 40 años. Por suerte, nunca le han pegado ni la han dejado hecha trizas. Al menos de manera física. Digo al menos, porque ha sido vejada y humillada innumerables veces. Por lo mismo ahora se cuida más y prefiere trabajar en un lugar en el que se sienta segura. Aún así, sabe que nunca estarán completamente a salvo. Hace shows a beneficio, le gusta ayudar a la gente, dice. Organizan eventos cuando los pobladores no saben cómo hacerlo. Imagino que no es más que una devuelta de mano a la clase a la que pertenecen. En realidad, al igual que una, ellas también son obreras.
Seguimos. Andy –alta, delgada, de pelo largo y medianamente oscuro, con un lunar en la cara que la hace distinguible- dice que mientras presentan su show, son ovacionadas. Distinto es cuando están en la calle. Hace hincapié en que las cosas han cambiado, que ahora todo es más abierto. Un hito importante para ella fue la visita a Chile de Carla Antonelli, activista trans del Partido Socialista Obrero español, a finales de los ´90. Andy, quien pasó los 40 años, indica que este hecho marcó un precedente y que luego de eso, se puso en el tapete el tema trans y empezó a hablarse del fenómeno en distintas terminologías. Travesti, transgénero, transexual. “Antes éramos todas iguales, éramos todas travesti. Ahora te dicen: no, yo soy transgénera, o yo soy transexual. Entonces decirle travesti es como si la estuvierai ofendiendo. Al final son términos y categorías dentro de la comunidad”, explica. Aunque en rigor, y dicho por ella misma, las habitantes de la Mansión serían transgéneras, aunque a ellas les dé lo mismo el término que se utilice al referirse a ellas: transgéneras son las personas que tienen una identidad de género distinta al sexo/género asignada al nacer. Más, transgénero, con O, serían quienes transitan de mujer a hombre. Por lo mismo, ellas serían transgéneras, con A. Ninguna de ellas es transexual ni tiene pretensión de serlo. Ninguna quisiera intervenirse quirúrgicamente para reasignar su sexo. Es ahí donde está el deseo. Esa es la fantasía que ellos tienen y que ellas otorgan: una mujer con pechugas pero con pene.
Nos llama la atención Britany: joven, delgada, medianamente alta, pelo rojo hasta la cintura, pechugas redondas y paradas, caderas y poto bien pronunciados. Es hija adoptiva de Kassandra y Roberto. En su habitación, una repisa repleta de barbies pulcramente ordenadas, sentadas una al lado de la otra, cual de todas mejor cuidada o con ropa más bonita. Es trans desde su adolescencia. A eso de los 12 años ya se sentía mujer. No fue a la enseñanza media vestida de hombre. Y no fue fácil, dice. La primera semana pasó desapercibida, su nombre de nacimiento afortunadamente unisex, le jugó a favor en ese entonces. Pero le duró poco. Los profesores la delataron, murmurando en los pasillos que a qué baño debía ir. De forma muy discriminatoria, la hacían ir al baño después de que todo el resto entraba a clases. Le pidieron ir al psicólogo, hacerse exámenes de hormonas e ir al endocrinólogo. No sé si realmente le pareció una tortura, pero al menos sí algo incómodo y engorroso. Supongo que peor habría sido tener que ir vestida de hombre. En fin. Logró su objetivo, fue de mujer hasta que salió del colegio.
{destacado-1} A raíz de esto, comenzamos a hablar acerca de la Ley de identidad de género, la Ley Zamudio y la transexualidad en adolescentes y niñas o niños. Las opiniones fueron diversas, aunque en realidad no tanto. Todas coincidían en que la Ley Zamudio las había favorecido de una u otra forma, pero que sin embargo, el baño al que entran las chicas trans, sigue siendo un tema: al no haber Ley de identidad de género debería existir un tercer baño, al menos en los servicios públicos. De haber, no sería necesario, pues ellas estarían reconocidas como mujeres ante la Ley. Esto sólo como un ejemplo, porque problemáticas de este tipo hay muchas. Piensan que de haber una Ley que las ampare, podrían acceder a trabajos “normales y formales”, por ejemplo. Es en ese momento, cuando Alexandra, quien fue parte de TravesChile durante los primeros años de este siglo, hace una irrupción certera. Con cerca de 40 años, esta chica alta, más bien maciza, de ojos postizamente claros y pelo castaño hasta un poco mas arriba de los hombros, trabajó 7 años en la Municipalidad de Cerro Navia, siendo la primera trans de Chile en desempeñarse en un servicio público durante un gobierno de derecha. Si bien su contrato decía el nombre de su carnet, la credencial que llevaba colgando al cuello decía “Alexandra Bravo” y así se hizo conocida. Y si bien a nadie –o al menos a mí- le gusta tener que trabajar, hacerlo en estas condiciones, me parece una victoria ante el capital, aun no existiendo Ley que las proteja. Salir de la norma en el espacio más “público” y visible de una comuna, la muni, era la militancia más acérrima que podía tener: la de su identidad, sin ocultarla ni disimularla siquiera. Y no es que con ello esté avalando la figura del Estado ni la del gobierno local, es sólo la visibilización de un fenómeno que ocurre desde siempre, y que el capital en todas sus aristas, se ha encargado de acallar y oprimir inmemorablemente.
Más de alguien podría pensar que por ser transgéneras que han devenido de hombres a mujeres, siguen manteniendo ciertos privilegios masculinos que se supone, tienen desde que nacieron. Pero no siempre es así: Kassandra lleva 18 años mercantilizando su cuerpo. Ella recuerda a innumerables compañeras muertas a manos de hombres, quienes sin ningún reparo, las han tirado al río Mapocho, las han apuñalado por la espalda, las han exterminado entre varios luego de violarlas o les han cortado la yugular dejándolas morir en la calle o en algún sitio eriazo. Me pregunto si acaso realmente están en una condición diferente a la de las prostitutas con vagina sólo por tener pene, si la realidad es que noche a noche se enfrentan a los mismos riesgos. Son un grupo en peligro.
Ya entrada la noche, termina nuestra visita a la mansión. Nos dejan invitadas para un par de semanas más. Nos dicen si queremos acompañarlas a alguno de los shows que hacen a beneficio. Aceptamos felices.
Es viernes por la noche y Kassandra nos cita en el departamento en el que trabaja en el centro de la capital. Se prepara, junto a un par de compañeras, para dos shows a beneficio: uno en Peñalolén y otro en Pudahuel. En la misma pieza en que atiende a sus clientes y mientras suena Gilda de fondo, se maquillan y cambian de ropa. Nos cuenta que empezó a hacer shows a beneficio luego de haber trabajado en el circo. Se hizo conocida. Ella y las Lady Divas no cobran por evento, sólo piden una botella de licor y la rifan entre los asistentes al finalizar el show. “Les gusta el morbo, la promiscuidad”, dice. Les dan besos a los hombres y molestan a la gente, todo para que los pobladores se rían y la pasen bien.
Una de las compañeras de Kassandra es Analí, de 37 años. Transformista, no transgénera. No viste de mujer a diario, sólo para hacer shows. Alta, delgada y de tez trigueña, tiene facciones muy bonitas. Comenzó hace años bailando en discos, donde el público es distinto pues pagan por ver un espectáculo. Hace poco comenzó a hacer beneficios. El suyo es un show más recatado. Canta canciones románticas, sufridas dice ella. Esta noche interpretará una de Lucero: “Quién como tú”. Luego de un rato llega Soraya del Luján, 28 años, quien estudia danza y espectáculo en una academia en Puente Alto con el mismo coreógrafo con que trabajó en el circo en el que se inició. Ni tan alta ni tan baja, medianamente delgada, de pelo teñido castaño claro hasta más abajo de los hombros.
Partimos. Ya en el auto, de fondo un playlist de puras cumbias, Soraya se explaya: a los 17 años se puso a trabajar de escort a 4 cuadras de su casa, en la zona norponiente de Santiago. La vecina más “sapa” de la población la vio y le contó a su mamá, a quien tenía engañada diciéndole que trabajaba en un bar. “¿Usted quiere ser mujer? yo quiero creerle que quiere ser mujer: agárreme toda su ropa de hombre y me la quema en el patio. Mi abuela era traficante. Y al otro día de que yo quemé la ropa, me llevó al persa Teniente Cruz (en Santiago) y me compró todo: calzones, sostenes, maquillaje, botas, jeans, todo”, relata. Dejó su vida anterior y comenzó la nueva sin retorno. Se graduó de cuarto medio de mujer. Hace 4 años fue candidata a concejal por el Movimiento Amplio Social (MAS) en la comuna de Maipú. Fue todo un lío que se presentara como Soraya pero que en el voto dijera el nombre que está en su carnet. Por lo mismo, dice que si existiera la legislación adecuada, se cambiaría el nombre.
Transcurre la noche y pasamos de un evento a otro, entre plumas, glamour, pelucas y brillo. El primero es en una cancha prácticamente a los pies del cerro, hacia la cordillera, donde había mucha gente. Con frío y neblina, las chiquillas lo dan todo: primero Analí, con un vestido largo y ceñido hace su show sufrido. Sigue Soraya, con un vocabulario más vulgar, anima el show, baila un mix de cumbia, luego reggaetón. Además se cambia dos veces de vestuario mientras dura su presentación. Invita a bailar a los hombres, los molesta, hasta que termina sentando a uno y bailándole encima. La gallada ríe a carcajadas. Para terminar aparece Kassandra con el show más glamoroso de todos. Ella usa un vestuario –una suerte de bikini verde con brillos y lentejuelas- que se mueve al ritmo de sus caderas, lleva una diadema que se hizo y que combina perfecto con su traje. Además baila, canta y se acerca a la gente. Es aclamada. Lo mismo en el segundo espectáculo, al otro lado de la capital. Este es más íntimo y hay menos público. Se cambian de vestuario, pero bailan y cantan los mismos temas. Los asistentes ríen, participan. Más entrada la noche, el alcohol ha calado hondo y se dan ciertas tensiones durante el show. Terminan. Se despiden y todos dan las gracias, los asistentes al beneficio y las chiquillas.
Termina la noche. Terminan los shows. Las luces se apagan. El escenario se desmonta. Una vez en el auto, el silencio habla. La tensión se hace presente. Van a tener que conversar en la casa. Terminamos siendo testigos de un espectáculo que no queríamos ver.
La Mansión Lady Divas. “Los hombres”. El deseo irrenunciable. La naturalidad espontánea, la impulsividad de las ganas. La seducción da la pauta, sin género ni limitaciones de forma. “Lo normal” no necesariamente es “lo bueno”. La heterosexualidad enfrentada al deseo, asumida como imperfecta. Atreverse a cambiar, bifurcación en el camino. Rebelarse al discurso dominante, que aunque pretenda, no logra apropiarse por completo de los cuerpos. La mercantilización de éstos como objetivación y mercancía. La fuerza de trabajo hecha carne en los instintos desde las vísceras. Mujeres con pene como objeto de fantasías y morbosidades ocultas. Mantener la genitalidad para conservar la llama. Y aunque reproduzca ciertas dimensiones de la heteronorma, son familia no sanguínea, estrechada por lazos afines. La Mansión Lady Divas, que de mansión tenía poco pero de divas todo, que entre escarcha y lentejuelas es hogar al margen de la regla.
Reportaje publicado en la edición nº 215 de El Ciudadano.