Desde 2015 se posicionó una tendencia en los medios a rechazar o refutar la palabra “golpe” para describir el derrocamiento de Rousseff. Se evitó su uso, trayendo una impresión de legitimidad, legalidad y normalidad constitucional a su destitución, aunque había sido reelecta tan solo catorce meses antes
Brasil vive una democracia fallida desde 2015. El caso Lava Jato ha llevado a prisión a decenas de políticos, el expresidente Lula da Silva fue encarcelado injustamente, víctima de un complot -tal como lo revelaron documentos filtrados que publicó The Intercept- para evitar que ganará las elecciones en 2018, y la también exmandataria Dilma Rousseff fue destituida en un polémico impeachment que despertó las alarmas de un golpe de Estado.
Esta semana, en una entrevista concedida al programa Roda Viva, del canal TV Cultura, el expresidente de facto Michel Temer finalmente reconoció -hasta en dos ocasiones- que el juicio político que sacó del gobierno a Dilma Rousseff fue un vil golpe de Estado.
“Yo jamás apoyé ni hice nada para que se diera el golpe”, declaró Temer, quien asumió el Ejecutivo tras el derrocamiento de Rousseff en 2016, reseñó la agencia Nodal.
Temer, quien nunca antes había empleado el término “golpe”, intentó lavarse las manos agregando que, presuntamente, intentó “impedir el avance del juicio político” después de una charla telefónica que sostuvo con Lula.
“La gente decía ‘Temer es golpista’ y que yo había apoyado el golpe, pero al contrario de eso, nunca apoyé ni me empeñé en que se produjera el golpe”, acotó Temer. Incluso, al ser interrogado sobre “si no había conspirado ni un poquito”, afirmó que “no” lo hizo.
Además, tres años después es que se atreve a decir -con Lula en prisión- que si el líder del Partido de los Trabajadores hubiese sido nombrado ministro de Presidencia en 2015, el impeachment contra Dilma difícilmente podría haberse concretado.
“Él (Lula) tenía buenos contactos en el Congreso”, aseveró. Sin embargo, también reconoció que en aquel momento la nominación de Lula fue impedida por el Supremo Tribunal Federal, después de que el entonces juez Sérgio Moro divulgara una conversación entre Lula y Rousseff, en la que ambos trataban los términos de posesión del cargo.
Rousseff duda de la honestidad de Temer
Tras estas declaraciones, Rousseff no tardó en pronunciarse y, dudando de la honestidad de Temer, señaló: “Michel Temer cometió un nuevo acto de ‘sincericidio’ ayer en Roda Viva. Admitió que sufrí un Golpe de Estado y dijo que si Lula hubiera entrado en mi gobierno no habría habido juicio político».
Luego, agregó: “Lo que Temer no dijo fue que el golpe de 2016 se produjo para encuadrar a Brasil dentro del neoliberalismo. Y claro, negó haber participado directamente del golpe”.
A pesar de sus recientes declaraciones, no es la primera vez que Temer admite que hubo intereses ocultos en la “destitución” de Rousseff. Tres años antes, con Dilma recién derrocada, en Nueva York, en la sede del Consejo de las Américas de Wall Street, aseguró que Rousseff había sido destituida por su negativa a implementar una plataforma de política ultraneoliberal.
Curiosamente, esa política conocida como «El puente hacia el futuro» es la guía del programa de gobierno de Bolsonaro«.
Censura mediática para ocultar el Golpe
Desde principios de 2015, el portal Brasil Wire ha publicado múltiples análisis de una tendencia en los medios de comunicación brasileños a rechazar o refutar la palabra “golpe” para describir el derrocamiento de Rousseff. Se evitó su uso, trayendo una impresión de legitimidad, legalidad y normalidad constitucional a su destitución, después de ser reelecta por el pueblo brasileño en comicios democráticos tan solo catorce meses antes.
“Se veía y sentía editorialmente como una campaña de propaganda en tiempos de guerra, al igual que la cobertura general de la Operación Lava Jato, que fue la columna vertebral del Golpe; tanto por su pretexto anticorrupción como por el sabotaje de la economía de Brasil en 2015, que causó una contracción estimada del 2.5 % del PIB y la pérdida de 6 a 8 millones de empleos. Este daño se utilizó para justificar aún más la eliminación de Rousseff”, reseña el medio.
Asimismo, el portal confirma que la narrativa maestra de la negación del Golpe se originó en quienes lo protagonizaron y lo respaldaron, tanto en Brasil como en el extranjero. “Al igual que con muchos golpes de Estado en la historia, la negativa a reconocer que estaba sucediendo era un pilar central de su propia propaganda”.
“Debemos preguntarnos por qué los periodistas más prominentes de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá activos en Brasil no hicieron nada para cuestionar o romper el muro de la negación, o incluso argumentaron proactivamente por ello. Aunque muchos de sus tuits ya fueron eliminados, hay un amplio material publicado que demuestra una lectura intencionadamente falsa y falsa de la historia” del Golpe., explica Brasil Wire.
Adicionalmente, a medida que se desarrollaba el llamado “juicio político”, se prohibió a los empleados de grandes agencias de noticias internacionales usar la palabra Golpe (Coup, en inglés) en trabajos publicados o, incluso, en sus propias cuentas personales de redes sociales.
De acuerdo con el portal, uno de los principales promotores de la red de mentiras fue el ministro de Asuntos Exteriores de Temer, José Serra, (excandidato presidencial en 2002 y 2010, apoyado por EE. UU.), quien lanzó una ofensiva de medios internacionales a través de las embajadas, con un único objetivo: ocultar lo que había sucedido con la democracia en Brasil.
Además, este año el documental de Petra Costa titulado «The Edge of Democracy» (La era de la democracia) y las filtraciones de The Intercept sobre la Operación Lava Jato han expuesto aún más la estrategia de cambio de régimen implementada, con base en manipulaciones a la legislación brasileña.
Por ello, hoy la conciencia internacional sobre el golpe de Estado de 2016 es mucho mayor de lo que era ese año. Mientras en 2016 se afirmó falsamente que «solo los partidarios de Dilma Rousseff piensan que es un golpe», ahora uno de sus protagonistas lo admite: Michel Temer, el usurpador del poder y presidente de facto.
Temer corrupto y beneficiado por la justicia
Temer reemplazó a Rousseff en 2016 en un mandato impuesto por el Senado, después de que su partido de derecha, el Movimiento Democrático Brasileño, ayudó a destituir al Rousseff por débiles reclamos de corrupción relacionados con la supuesta asignación irregular de fondos públicos.
De ascendencia libanesa, Temer fue vicepresidente de una coalición entre el Partido de los Trabajadores de Rousseff y el Movimiento Democrático Brasileño.
El propio Temer fue acusado de recibir un millón de reales (unos 250 mil dólares) por un contrato para la construcción de la zona industrial Usina Termonuclear de Angra 3.
De acuerdo con El País, Temer tiene, en total, seis imputaciones en su contra. Cuando aún era presidente, consiguió detener las investigaciones valiéndose de su inmunidad y apoyos suficientes en el Congreso. No obstante, al dejar el cargo el 1 de enero pasado, perdió la inmunidad al entregar la banda a Jair Bolsonaro y pasó a estar al alcance de la justicia.
En mayo de este año se entregó a la policía, pero tan solo cinco días después, el Tribunal Superior de Justicia decidió por unanimidad conceder el recurso de ‘habeas corpus’, para así darle un régimen de libertad y que continúe en prisión domiciliaria mientras duren la investigaciones.
La Operación Lava Lato de Sergio Moro
Estas declaraciones de Temer compaginan con los reportajes publicados por The Intercept Brasil el domingo 9 de junio, los cuales muestran discusiones internas altamente controvertidas, politizadas y legalmente dudosas; así como acciones secretas por parte de fiscales involucrados en la Operación Lava Jato, dirigida por el fiscal principal Deltan Dallagnol, junto con el entonces juez Sergio Moro, actualmente ministro de Justicia de Bolsonaro.
Un archivo masivo de materiales no divulgados previamente, incluidos chats privados, grabaciones de audio, videos, fotos, procedimientos judiciales y otra documentación, proporcionados por una fuente anónima, revelan faltas graves, comportamientos no éticos y engaños sistemáticos de la saga de investigación que condujo al encarcelamiento del expresidente Lula da Silva.
En definitiva, tantos engaños, tanta corrupción y tanto abuso de poder han llevado a Brasil de ser una potencia emergente a una democracia fallida que parece encaminada rumbo a una recesión económica.