Hasta que te encontré: Un lugar para comer con cariño y nostalgia en el Barrio Matta Sur

Ya en el interior noté que el tiempo se había detenido. Todo lo que estaba frente a mis ojos era antiguo, vintage o de décadas pasadas

Hasta que te encontré: Un lugar para comer con cariño y nostalgia en el Barrio Matta Sur

Autor: El Ciudadano

Por Álvaro Bustos Barrera

Cada cierto tiempo llegan a mis oídos algunos nombres de restaurantes o picadas para visitar. Hace no mucho en una fiesta donde me tocó entrevistar a dos músicos de la escena nacional, un tipo, más o menos de mi edad, me recomendó dar una vuelta por el barrio Matta Sur, entre Vicuña Mackenna y Santa Rosa.   

Mi último recuerdo de ese antiguo sector de la comuna de Santiago, fue hace por lo menos 35 o 40 años, cuando con mi viejo, Ernesto, íbamos a una carnicería ubicada en calle Victoria, esquina Cuevas. Su nombre, lo recuerdo bien, era Musso y su dueño, don Antonio (QEPD).  

Todos los fines de semana me decía: “Álvaro, acompáñame a la carnicería”. Yo, con cero poder de decisión, asentía sin dudarlo y nos subíamos a su Datsun amarillo del año 80’ rumbo al popular barrio Matta en busca de bistec de asiento, un poco de carne molida y un trozo de plateada para la semana.

Hoy, después de mucho tiempo, volví a esa misma zona, más específicamente a Cuevas # 1390 A, donde hoy funciona un lugar para comer que lleva por nombre “Hasta que te Encontré” y que es atendido por sus dueños, la Fran y Fer, una pareja que rescató hace 10 años el espacio, donde antiguamente funcionaba una imprenta, y posteriormente funcionó un comedor para trabajadores del barrio y los vecinos de siempre, con el rótulo de “Casino Los Ángeles”.       

Me apunté un sábado de enero, sabiendo que los fines de semana no atienden a público, sin embargo, aquel día habían decidido probar suerte y franquear sus puertas. Llegué poco antes de las 13:00 horas y noté en la entrada que aún no era el momento de ingresar, por lo que me senté en una banquita de madera a los pies de la puerta principal, igual como lo hacían mis abuelos paternos en la comuna de La Cisterna.

Mientras esperaba la apertura, comenzaron a llegar familias, parejas y uno que otro personaje solitario. Nos agolpamos en la vereda y aprovechamos de ojear la coqueta pizarra que ofrecía el menú del día: Milanesa de carne, tarta de cebolla caramelizada, prietas con salsa verde, pollo asado a la mostaza y garbanzos al curry verde, mientras que los acompañamientos consistían en papas fritas naturales, risotto de mote, arroz blanco, y en postres, trozos de sandía, jalea, flan casero, arroz con leche y la clásica paleta de helados York… ¿El precio? $9.500 pesos.  

En breve, una sonriente muchacha nos invitó a pasar. Recorrí lentamente el angosto pasillo de entrada mirando sus muros y viendo espejos antiguos, cuadros, fotografías y adornos varios.

Ya en el interior noté que el tiempo se había detenido. Todo lo que estaba frente a mis ojos era antiguo, vintage o de décadas pasadas. Las mesas, los vasos de vidrio tipo cañitas del barrio Franklin, el servicio, las servilletas de papel, las sillas, las alcuzas, todo, absolutamente todo. Balanzas, cartelitos, pocillos de loza futura, relojes de muro, botellas de Sorbete Letelier, sifones con agua gasificada, teteras, tarritos de Royal, el clásico teléfono público amarillo de la CTC, televisores de tubo, el ratoncito de orejas gigantes, Topo Gigio, entre una infinidad de otros objetos.    

Me senté en una mesita mientras los otros comensales hacían lo propio y se esparcían por los tres salones que dan vida al protagonista de esta crónica. El lugar tiene capacidad para unos 60 comensales y es atendido por 6 a 7 personas que además son como parte de la familia. En lo que dura un suspiro me pusieron encima de la mesa unos pancitos en forma de corazón y un pocillo con pebre. Acto seguido me preguntaron qué iba a pedir y rápidamente mi respuesta se inclinó por la milanesa con papas al merkén.

Mientras esperaba mi orden y escuchaba desde unos antiguos parlantes la versión original de Luis Alberto Martínez y su hit “Ya no Habrá Luna de Miel”, que en los 80’ la hiciera aún más conocida el recordado Pepe Tapia disfrazado de novio, me dispuse a saborear el pan con ají y tomate picado. El bocado más un sorbo de “tecito”, abrió mi apetito y en breves minutos llegó mi plato con el delgado trozo de carne empanizado con su acompañamiento y medio limón.

La música seguía llenando el espacio con canciones de Buddy Richard y otras del norteamericano Del Shannon y su inolvidable “Runaway” (Fugitiva), melodías que los comensales de turno tarareaban con una mezcla de nostalgia y alegría, mientras, además, se embelesaban con los adornos desplegados por todo el restaurante.  

“Hasta que te Encontré” es una experiencia de principio a fin. Un lugar mágico, un espacio que nos hará retroceder el tiempo y que, de seguro, te hará recordar algo de la infancia. En calle Cuevas # 1390 A, en el barrio Matta Sur, además de comer rico, sentirás esos olores que reconocías cuando estabas pronto a llegar a tu casa materna o donde tu abuela, luego de una mañana en el colegio o después del partido de fútbol con tus amigos del barrio. También llegarán a tu nariz sensaciones y recuerdos únicos. Se respira historia en estos salones y la calidez de sus dueños se hace sentir.

“Hasta que te Encontré”, dispone de un menú distinto todos los días, de lunes a viernes por un módico valor de $6.500, que se da a conocer en el Instagram @hastaqueteencontre. Consta de una ensalada o consomé, tres opciones de plato principal, con tres a cuatro acompañamientos distintos, un botellín de jugo natural, tres variedades de postre, pancito y el rico pebre.

Después de este festival, mi vista apuntó a la vieja carnicería de Don Antonio Musso. El ya no está. César en cambio debe estar sonriendo con un tremendo cuchillo en mano.

Evaluación: Muy bueno.

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