Por Álvaro Bustos Barrera
Hace unos días en una junta con amigos de la infancia, conversábamos y recordábamos anécdotas e historias de cuando en los años 90’ salíamos hasta altas horas de la madrugada, recorriendo distintos bares, restaurantes, fuentes de soda o tugurios varios, en busca de conversaciones extensas, diversión y amores fugaces. Épocas de nostalgia pura y de presupuesto muchas veces apretado, de sueños y, porqué no, de esperanza con un Chile más justo.
Algunos comensales contaron entre sus recuerdos jornadas memorables en Bellavista, específicamente en un boliche de nombre Galindo. Un restaurante típico chileno cuya historia se remonta a 1968, cuando un garzón sureño llamado Galindo Acevedo, montó un lugar para ofrecer los auténticos sabores de la comida criolla, esta vez, en el Gran Santiago.
Fue gracias a estos recuerdos que decidí visitar luego de unos 10 o 15 años esta popular y emblemática picada de calle Dardignac # 098, esquina Constitución, zona típica desde 2011, uno de los barrios más bohemios de la capital y que es visitado a diario por turistas y público en general.
Cinco minutos para las 13:00 horas divisé a la distancia la casa esquina, que hoy exhibe un color rojo furioso y dos enormes pizarras con algunas de las bondades que se ofrecen para comer y tomar, como costillar ahumado, porotos granados, empanadas de pino, humitas, cazuelas, parrilladas, perniles, arrollados, pastel de choclo y una infinidad de otros manjares típicos como sándwiches o los tan populares completos. Además de productos del mar como albacora, merluza, congrio, atún, reineta o la clásica paila marina. Mientras que para “pasar las penas”, variedades de shop, mojitos, aperol, daikiri, borgoñas, ramazzotti, tequilas o la chilenísima piscola.
Tras cruzar la puerta del Galindo, hoy refaccionada, comencé esta nueva experiencia de Sabores Ciudadanos. El lugar mantiene parte de los objetos de esos años, como algunas fotografías o cuadros, sin embargo, el personal es prácticamente nuevo y ya no están los rostros de antaño. Los antiguos garzones ya son parte del pasado y creo que las sillas también, porque justo la que me tocó estaba casi a punto de desarmarse.
Luego de acomodarme en una de las mesas en su interior, Patricia, una de las garzonas se acercó para ofrecerme algo para tomar. Mi petición y como parte de la tradición, fue un pisco sour con limón de pica ($4.000) y para silenciar el crujir de mis tripas, unas empanaditas fritas de camarón queso ($4.200)
El tiempo estimado fue de unos 15 minutos. Probé con entusiasmo el aperitivo y tras el primer sorbo, fue inevitable realizar una mueca y arrugar la frente, pues el equilibrio entre el limón y el destilado estuvo más disparejo que los resultados de las elecciones del Consejo Constitucional del pasado 07 de mayo. En cuanto a las empanaditas, me costó encontrar el queso en su interior, por no decir que estuvo totalmente ausente.
Luego de este impase, eché una mirada a la carta con la intención de comer algo contundente como plato principal y que me hiciera olvidar el aperitivo y las masitas con solo camarón.
Filete a lo Pobre ($13.900) y una botella de cerveza Cusqueña ($2.900) fue mi elección en la jornada sabatina. Una amable Patricia apuntó mi pedido en su comanda y se encaminó hacia la cocina, mientras yo miraba hacia el exterior y veía cómo empezaban a llegar algunas familias, parejas y grupos de amigos.
La comida no estuvo mala y la atención de Patricia fue la adecuada. Creo que, en ambas, se cumplió lo esperado. Buen sazón y punto del filete, la cebolla caramelizada, las papas fritas bien doradas y crujientes y los dos huevos fritos hicieron un plato correcto. Sin embargo, yo pondría más ojo con algunos detalles que te inviten volver a futuro.
Según lo observado, la dinámica del local es de bastante estrés si la cantidad de comensales es abundante un fin de semana y a la hora punta. Pude notar el nerviosismo de algunos garzones y cierta descoordinación en la entrega de algunos platos, algo que para un local con tantos años de trayectoria y carrete en el cuerpo no debiese pasar.
Tras mi visita al emblemático Galindo, me quedo con una sensación algo amarga. No sé si mi paladar se ha ido afinando con los años, que la oferta en el sector ha ido creciendo y, por ende, cada vez surgen más y nuevos lugares para visitar, o de frentón, la administración del local ya no da el ancho para ofrecer una buena experiencia a quienes se aventuran a cruzar la puerta del clásico local de Bellavista.
Si hay algo que se puede rescatar del popular Galindo, es que mantiene la abundancia de los platos, ciertos sabores de la cocina chilena y los precios aún están al alcance del bolsillo, no obstante, esto no es sinónimo de éxito, ni mucho menos asegurará una nueva visita. El boliche que visité innumerables veces hace más de una década, no es ni la sombra de lo que es hoy.
Evaluación: Correcto