Ocho meses después de recibir la primera vacuna, miles de docentes poblanos acudieron por su dosis de refuerzo.
En medio de la cuarta ola de la pandemia, un mal que cumple ya un par de años de asolar al planeta, México avanza con la aplicación del booster de la vacuna anti covid.
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El 2021 se despidió con la llegada de la variante ómicron, altamente contagiosa y cuyos efectos se notan en una curva epidémica que de la noche a la mañana se volvió una línea vertical en las gráficas que cada tarde difunde el gobierno federal.
El año pasado, los docentes fueron uno de los primeros grupos en vacunarse, después de los trabajadores de salud y de los adultos mayores; el profesorado mexicano fue inoculado con la vacuna de la farmacéutica china Cansino, la de una sola dosis.
La medida fue polémica en muchos sentidos, primero por la decisión de vacunar a maestros antes que a otros grupos prioritarios (prioritarios según cada uno de estos grupos, claro está). En segundo lugar, por la campaña de desinformación contra la vacuna de Cansino.
De todo se escuchó en los medios de comunicación: que era poco eficiente, que era peligrosa y que México la compraba por barata. Curiosamente, poco se dijo cuando la prestigiosa revista científica The Lancet publicó los exitosos resultados de la fase 3 de dicho biótico.
Ahora, mientras la mayoría de la población se apresta para recibir un refuerzo de Astra Zeneca, los profes serán inoculados con Moderna, una de las pocas vacunas avaladas por la OMS y que permite el libre ingreso tanto a Estados Unidos como a la Unión Europea.
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Mientras, las clases, al menos en Puebla, se volvieron a distancia por tres días para permitir que fluyera la jornada de vacunación. El regreso obligatorio de los estudiantes fue apenas el 3 de enero de este año, y se cuentan en más de cien los colegios que aún no reabren sus puertas pese al mandato presidencial. Ni qué decir de las universidades, que entre problemas políticos y miedo a la cuarta ola, no acaban de recibir de vuelta a sus alumnos, aunque hoy, sus trabajadores sí asistieron a la cita con la jeringa.
A diferencia de lo ocurrido hace unos meses, la de hoy no fue una jornada exclusiva para los profesores; también los adolescentes, las embarazadas y los rezagados acudieron en masa al Centro Expositor a recibir su refuerzo, segunda o primera dosis, según sea el caso.
Acostumbrados al apapacho de la primera vez, maestras y maestros dedicaron la mayor parte de su larga espera a quejarse por la mala organización y de la decisión de no vacunarlos en centros escolares.
El resto de los grupos, más tranquilos, hacían fila con un gesto de resignación que terminaba por molestar más a los que acudían por primera vez a este encuentro masivo.
Casi diez minutos eran necesarios para encontrar el inicio de la fila, algo así como desenredar una madeja de estambre luego de que un gato jugara con ella. Al parecer eran muchas filas, que describiendo una espiral daban infinidad de vueltas y al final se unían en una, o eso intentaban explicar los que habían realizado el recorrido más temprano.
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Después, ya sea por la molestia de estar bajo el rayo del Sol o no poder sentarse, o por ambas, comenzaron las teorías de complot. Alguien dijo “estamos en la fila equivocada” e inició el pánico.
Una profesora, alarmada desde el inicio porque no llevaba los documentos solicitados, comenzó a organizar a sus colegas como si estuviera en una asamblea sindical. “¡Vamos adelante que se están metiendo en la fila!”, pero poco eco tuvo su arenga y decepcionada volvió a quejarse de la mala organización.
Un conato de bronca se escuchó a lo lejos, pero nadie atinó a decir qué pasaba.
Una profesora convocó a un grupo para cooperar con la gasolina e irse de inmediato a Libres. “Ahí están vacunando y no te piden nada, aquí vas a estar horas esperando”. Algunos se fueron, otros dudaron y perdieron la oportunidad.
“¿Sabe dónde empieza la fila de profesores?”, preguntaban los recién llegados. “Uy, hasta allá atrás, quién sabe”, era la respuesta.
Así como la Brigada Correcaminos se ha vuelto más eficiente con el tiempo, los vendedores también. Sombrillas con filtro solar, aguas, plumas azules y formatos de vacunación eran ofrecidos, igual que una fotocopiadora y una computadora desde donde se podía imprimir el código QR que varios no llevaban. La mayoría no hicieron la tarea y de última hora solicitaban ayuda para completar sus documentos.
El ambiente era muy distinto al de la primera vacuna. La gente estaba menos nerviosa. La sana distancia es recuerdo de un pasado distante y la calma con que los trabajadores del sector salud explicaban el proceso antes de vacunar también cambió.
Al final, nos hemos habituado a la pandemia.
Tras casi cuatro horas se desenreda el caracol y la fila llegó hasta la tan mentada puerta 8 del Centro Expositor. “Por aquí los que no traigan código QR”, decía un altavoz, y a varios les volvió el alma al cuerpo.
Regaños por falta de documentos eran atajados con un “es culpa de mi director que no me dijo lo que tenía que traer”.
Al final, todos pasaron y miles de docentes fueron vacunados y otros tantos lo serán mañana y el viernes.
Insolados, pero inoculados, los profesores abandonaron el Centro Expositor. Caminando despacio, buscando a quienes los esperaba a la salida del recinto, mezclados con los otros grupos que también fueron por su vacuna.
Todos con la incertidumbre por la nueva ola de contagios, pero contentos de recibir un refuerzo anti covid que tal vez no sea el último.