El coaching legitima prácticas empresariales que se aprovechan de la indefensión de los trabajadores en épocas de crisis. Así lo sostiene el escritor y periodista Daniel Ruiz García, ganador del premio Tusquets de novela por La Gran Ola, con un estilo narrativo que mantiene al lector con un pie en el terreno del llanto y con el otro en el de la risa.
Una de las secuencias más esperpénticas muestra a uno de los comerciales de la empresa que acude con su hijo a uno de esos family days utilizados para mejorar el ambiente empresarial, para “confraternizar” y para desarrollar el “sentido de equipo”. La experiencia se convierte en una pesadilla porque todo el mundo va con su esposa y la suya está en casa con una quimioterapia, y su hijo lo deja en ridículo por sus pataletas y sus conductas antisociales.
“Uno de sus mantras es la consabida huida de la zona de confort, algo absolutamente neoliberal e individualista”, dice el escritor sevillano cuando se refiere a los gurús del coaching, lo que le ha granjeado enemistades y críticas a diferencia de los aplausos por la novela anterior, donde se metía con los políticos.
Puede resultar contradictorio hablarles de zona de confort a trabajadores que apenas llegan a fin de mes con lo que ganan y con jornadas laborales extenuantes que no dejan ni tiempo ni energía para nada más. Sólo faltaría decirles que tienen que convertirse en emprendedores o en sus propios jefes y decirles que se paguen un máster en una escuela de negocios.
El escritor sevillano se remonta a los años 70 para identificar los comienzos del coaching en Estados Unidos y a los que les atribuye un potente trasfondo religioso. Dice que sus dinámicas se asemejan a “ejercicios de comunión” que provienen de las practicadas por los predicadores anglicanos, con sus métodos para librar al pecador de sus pecados, aunque aquí no haya pecado.
Se refiere a sus gurús como “chamanes de corbata” que han convertido en best sellers su “pseudo ciencia de pensamiento mágico”. Las empresas dedican presupuestos y cursos para empaparse de conceptos como “emprender”, “innovar” y “motivar”.
El mundo empresarial empieza a adueñarse también del mindfulness, otra práctica convertida en moda. Incluso se ha acuñado incluso el término mindfulleadership. Los gurús del marketing encontraron en el mundo empresarial un terreno fértil para vender una práctica que consistía en aprender a respirar y a meditar para estar más en el aquí y en el ahora.
Nadie puede criticar prácticas que sirvan de base para buscar la felicidad en cada cosa que hacemos, pero produce cierta desconfianza cuando se convierte en instrumento para perpetuar las desigualdades en el mundo laboral. Porque cabe preguntar lo que hay detrás del palabro liderazgo, tan común en los países de América por su cercanía al mundo empresarial anglosajón al que pertenece pero ya importado en Europa.
Se repite hasta la saciedad la frase de que “hacen falta líderes” y a las escuelas de negocios donde proliferan todo tipo de cursos de coaching y ahora de mindfulleadership les da lo mismo utilizar como ejemplo a Nelson Mandela que a Sun Tzú o que a Napoleón.
Gastan frases del tipo de “el jefe manda y el líder convence”, como si sólo existiera un problema de formas en el mundo de la empresa y no en el fondo: precariedad e incertidumbre que llenan de miedo los ambientes de trabajo, donde se dicen por lo bajo frases como “en estos tiempos hay que dar gracias por tener trabajo” o “cuida bien tu trabajo porque hace mucho frío allá afuera”.
Coincide con el postcapitalismo del que habla Ruiz García, y que ejerce una coerción “invisible” sobre trabajadores que asimilan ciertos métodos de forma pasiva cuando se han autoconvencido de que “es algo bueno para ellos”.
Estos gurús animan a sus feligreses a huir de las personas tóxicas, pero éstas no siempre están en la oficina o en casa. A veces llevan corbata y una sonrisa que disfraza el humo que venden con obviedades y con frases huecas para perpetuar el sistema neoliberal.
Carlos Miguélez Monroy