Estás tomándote una cerveza y de repente te duele la cabeza. ¿Podré tomarme una pastillita? Es la pregunta de rigor. Las respuestas ante la interrogante pueden ser variadas, porque existen muchos mitos en torno a esa combinación.
La respuesta certera, científica, la ofrece el portal web Hospital Alemán (Deutsches Hospital), e indica que el efecto que provoca el ingerir alcohol en simultáneo con ciertos medicamentos, varía dependiendo de las cantidades.
Sin embargo, cuando se bebe en forma crónica, el alcohol estimula las enzimas del cuerpo generando que se reproduzcan. Esto provoca que algunos medicamentos se metabolicen más rápido y que ante la dosis habitualmente indicada, el efecto sea menor.
Como otras formas de interacción, algunas bebidas alcohólicas, como la cerveza o el vino, tienen una sustancia llamada tiramina, que al mezclarse con medicamentos pueden originar náuseas, vómitos o enrojecimiento facial. El paracetamol combinado con el alcohol puede aumentar sus efectos tóxicos en el hígado.
Mientras algunos medicamentos que actúan sobre el sistema nervioso, como la benzodiacepinas (alprazolam, diazepem, lorazepam, etc), causan sueño y relajación. Si son ingeridos junto con alcohol pueden disminuir la capacidad de respuesta, provocando accidentes de tránsito o domésticos.
La población de mayor riesgo ante estos casos está compuesta por las personas mayores de 65 años, debido a que son más sensibles a los efectos del alcohol, y aquellos que toman una medicación crónica que requiere niveles en sangre más estables como los anticonvulsivantes y los anticoagulantes.
La cantidad de alcohol que puede generar un efecto adverso es impredecible, ya que los efectos y la resistencia a ellos depende de cada individuo. Lo recomendable es informarse de cómo actúa la medicación que receta con el alcohol.
En el caso de que un tratamiento y una reunión social coincidan, todo dependerá del medicamento. Por ejemplo, la mayoría de los antibióticos que se usan cotidianamente no interaccionan significativamente con el alcohol. Además, hay medicamentos que pueden ser suspendidos transitoriamente, pero otros requieren un nivel estable en sangre, lo que impide su suspensión.
Algunas creencias populares indican que una persona no puede tomar alcohol si está recibiendo antibióticos, pero la verdad es que sólo algunos interactúan seriamente, como el metronidazol o la isioniacida. Los más usados, como la amoxicilina, no tienen interacciones clínicamente significativas con el alcohol.
Uno de los principales riesgos de los antiinflamatorios, como el ibuprofeno o el diclofenac, es la posibilidad que tienen de generar gastritis si son ingeridos durante un largo periodo de tiempo. Si la persona es bebedor crónico, el alcohol aumenta esas posibilidades. Pero si solo tomó una o dos dosis de antiinflamatorios, el riesgo de sufrir gastritis producto de la combinación con el alcohol no es importante.
Si uno toma un par de bebidas en el lapso de 6 o 7 horas, podría generar un incremento de los niveles en sangre de algunos medicamentos, aumentando la posibilidad que aparezcan efectos secundarios. Una vez que el cuerpo metabolice el alcohol, el medicamento se puede restaurar sin problemas.
Normalmente lo que genera problemas no es la bebida, con excepción de las ya mencionadas que contienen tiramina, sino el alcohol, por lo tanto las bebidas con mayor graduación alcohólica son las que mayor interacción con el medicamento tienen.
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