La historia de la mujer cuya vagina le impide tener sexo

Esta historia fue escrita por Jamie Manelis  quien relató en primera persona, para la edición norteamericana de Vice, cómo es vivir con una incapacidad sexual de la que poco se habla, pero que es más común de lo que parece… «Mi novio del colegio y yo lo intentamos todo: lubricantes, vino rojo, velas aromatizadas, marihuana, canciones […]


Autor: Andrea Peña

what-its-like-to-be-cockblocked-by-your-own-vagina-324-body-image-1427227983

Esta historia fue escrita por Jamie Manelis  quien relató en primera persona, para la edición norteamericana de Vice, cómo es vivir con una incapacidad sexual de la que poco se habla, pero que es más común de lo que parece…

«Mi novio del colegio y yo lo intentamos todo: lubricantes, vino rojo, velas aromatizadas, marihuana, canciones como «Glory Box» de Portishead, ejercicios de respiración, estimulación del clítoris, analgésicos, mirarnos a los ojos fijamente repitiéndonos «te amo, y todo va a estar bien». Pero nada de eso funcionó.

De adolescente tuve una libido sana; es decir, vivía arrecha 24/7. Mi cuerpo, sin embargo, reaccionaba a la penetración como el de una anciana decrépita. Me mojaba y me excitaba como cualquier persona lista para tener sexo, pero en el momento de la penetración mi flor simplemente se cerraba. Además de la frustración de no poder tener coito, el dolor físico y los esfuerzos eran agotadores. Cuando trataba de tener sexo sentía como si me pusieran un embudo con ácido caliente. Emocionalmente me acababa: terminé sintiéndome aislada, incompetente y totalmente jodida.

Después de un tiempo entendí por qué para mí era tan difícil tener sexo: tenía vaginismo, un desorden en el que los músculos del suelo pélvico se contraen involuntariamente en el momento de la penetración. Los síntomas del vaginismo y de la disfunción eréctil han sido registrados durante siglos. Para los hombres la solución está en una píldora, pero para el vaginismo no existe tal milagro. Los dos únicos tratamientos son la terapia y los dilatadores, y con ninguno se garantiza cuándo será posible la penetración. Claramente contarle a alguien que tienes esta aflicción no es la mejor forma de romper el hielo; además, el nombre suena al de una enfermedad venérea y esto no ayuda en lo más mínimo.

La idea de tener adentro cualquier objeto extraño me causaba espasmos involuntarios. Mi primera y única experiencia con un tampón fue cuando tenía 15 años. Me tomó 45 minutos, dos amigas y un ataque de pánico. Sólo logré calmarme cuando mi amiga Érica me acomodó en el baño y lo sacó.

«¡El tampón estaba apenas adentro y se tiró al piso a llorar!». Érica se atacaba de la risa cada vez que le contaba la historia a nuestros amigos y a extraños. Aunque el cuento siempre hacía que gente indeseable terminara comentando mi vagina, finalmente era ella la que había sacado un pedazo gigante de algodón con sangre de mi interior. Creo que si lo miramos como un «balance del universo», estábamos a mano las dos.

Aunque este desorden no está muy bien documentado, es una de las disfunciones sexuales más comunes entre las mujeres. Doctores especialistas estiman que dos de cada 1.000 mujeres padecen vaginismo; sin embargo, como la mayoría de las mujeres siente vergüenza de tener este cinturón de castidad integrado, no pide ayuda profesional. Incluso algunas mujeres nunca han experimentado tener relaciones sexuales con penetración porque se sienten sexualmente incompetentes. Durante algunos años, pensé que sería una de ellas.

what-its-like-to-be-cockblocked-by-your-own-vagina-324-body-image-1427228305

He reprimido la mayoría de mis intentos fallidos, pero uno de los recuerdos que no he podido enterrar ocurrió el día que cumplí 18 años. Mi novio del colegio, David, y yo nos registramos en un hotel de Disney. Aunque ya llevábamos dos años intentado, esperábamos que, como pasa en La Cenicienta, cuando sonaran las 12 mi calabaza impenetrable se convertiría en un carruaje de oro, abierto y listo para la acción. Nada cambió. En una hora y media ensayamos diez posiciones distintas, sufrí dos ataques de pánico y tuve que ponerme un paquete de hielo. La mañana siguiente me dieron un pin con la leyenda «¡Es mi cumpleaños!», y esto inspiró un sinnúmero de canciones improvisadas de cumpleaños interpretadas por casi todos los personajes de Disney.

Antes de darme cuenta de mi incapacidad para «hacerlo», tuve señales de advertencia. Por ejemplo, nunca pude echarme dedo. Y todavía no lo hago. Siempre que intentaba me dolía mucho y terminaba con los hombros encogidos, diciéndome a mí misma que «eso no me interesaba». Sin embargo, lograba satisfacer mi deseo sexual de otras formas. Cuando tenía 8 años, accidentalmente descubrí los placeres de frotarme con la cobija. Me acuerdo que el día que estrenaron en Disney Channel Zenon: la chica del siglo XXI, experimenté mi propia definición de niña supernova. Estaba tan entusiasmada con mi descubrimiento, que llamé a todos mis amigos y les enseñé mi nuevo truco. Sí, yo fui «esa niña» de las pijamadas que cuando estaba en cuarto de primaria escandalizaba a las mamás del colegio. Lo siento.

La única información que obtuve sobre el vaginismo en el momento de crisis me la dieron mi terapista, WebMD, Wikipedia, Yahoo Answers y, raro, mi mamá. Aunque no es una condición genética, ella también la padeció. El vaginismo era tan poco investigado en su época, que sus médicos y sus pésimos equipos pensaron que lo mejor sería sedarla con anestesia general y penetrarla con el prototipo de un pene.

Cuando me contó su historia, mi vagina se encogió como una uva pasa. No sólo por el hecho de escuchar a mi mamá describir cómo había sido penetrada, sino porque me hizo pensar que yo también tendría que pedirle algún día a mi ginecólogo que me drogara y me penetrara. Pero afortunadamente la medicina ha avanzado y no tuve que pasar por lo que vivió mi mamá.

«¿Cómo lo superaste?», le preguntaba constantemente, esperando una respuesta diferente. Quizá unos pasos concretos a seguir y que no involucraran un pene sin cuerpo.

Parecido a como le ocurrió a mi mamá, no puedo decir con certeza cómo lo superé. David y yo terminamos nuestra relación adolescente no consumada. Tenía 18 años y esperaba vivir mi vida sin sexo, sin entender lo que era «conectarse con alguien» y sin tener mis propios hijos. Me consideraba no apta para las relaciones y, en cierto sentido, no digna de ser amada. Sin embargo, bastó un comentario de mierda de un novio de mierda para que se rompieran las paredes de la derrota de mi vagina.

Sean era mi supervisor en el trabajo. Tenía 22 años, muchos tatuajes y un récord de promiscuidad. Yo tenía 18 y mi libro negro estaba vacío. Sean sabía sobre mi condición, pero la mayoría de los hombres a los que les contaba la tomaba como una mentira o como una estrategia de conquista. En ese momento, el sexo ya no me importaba porque simplemente no me podía importar. La virginidad no era algo sagrado para mí; en lugar de eso, era mi mayor carga.

Aunque Sean me repitió muchas veces que no le importaba que no pudiéramos tener sexo, con el tiempo se comenzó a frustrar. «¡No estamos en el colegio escondidos en las graderías!», me dijo una vez con desprecio, después de que lo había masturbado de una forma patética. Me dio la espalda y yo lloré. David era más joven cuando estábamos juntos, siempre fue comprensivo y paciente conmigo, pero Sean era más viejo, experimentado y resentido.

El día siguiente a ese suceso era Pascua, probablemente uno de los festivos que menos deseo sexual despiertan. Sin embargo, luego del Seder con mi familia, Sean me preguntó que si quería «hacerlo». Me subí la falda y me dejé la camisa pensando que sería otro intento fallido. Pero sucedió. De verdad pasó. Fue la experiencia más decepcionante pero con mayor impacto en mi vida. No fue nada parecido a como me lo había imaginado: acabábamos de comer rábano y huevos cocidos, eran las 7:00 p.m., mi familia estaba a unos cuantos metros y sonaba «Bulls on Parade». Pero para mí lo fue todo. No se trataba de él, o del tiempo, o del hecho de que había perdido mi virginidad mientras escuchaba Rage Against the Machine. Se trataba únicamente de que por fin había logrado sentirme sexualmente capaz, y no para nadie, sino para mí misma.

Todavía tengo dificultades dependiendo de la situación, pero la mayoría de las veces lo logro. A veces me pasa que, sin importar la cantidad de lubricante y la estimulación sexual previa, en la mitad del acto siento dolor o incomodidad. Aunque mi mamá me apoyó mucho a lo largo de los años, son pocas las veces en que una hija le puede llorar a su mamá porque no puede follar. Si el vaginismo fuera algo más discutido, no hubiera sentido tanto temor o vergüenza, y quizá no hubiera creído que era una mujer anormal y una carga como novia. Me hubiera sentido más segura con la anomalía porque ninguna mujer, a ninguna edad, debería temerle a su vagina.

what-its-like-to-be-cockblocked-by-your-own-vagina-324-1427228472-crop_social

*Los nombres fueron cambiados y la traducción corresponde a Vice españa

Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano