Cójase la tripa de una oveja, preferiblemente que sea del intestino ciego. Lávelo primero en agua y después en lejía. Dele la vuelta y vuelva a lavarlo. Repetir la operación cambiando el agua cada 4 o 5 horas unas 5 o 6 veces consecutivas. Quite con la uña la membrana que lo acompaña. Desinféctelo y vuelva a lavarlo con agua y jabón. Aclárelo, ínflelo y séquelo.
(Visto en iO9)
Estas serían las primeras instrucciones para hacerte tú mismo, con tus manitas y tus abalorios, un preservativo casero. Al menos así lo describía el libro The United States Practical Receipt Book publicado por primera vez en 1844 en Estados Unidos. Es una especie de manual práctico con consejos para casi cualquier cosa: desde hacer un buen licor, reconocer la calidad de una ternera, la diferencia entre un baño caliente y uno tibio o apañártelas para poner freno a tu fertilidad cuando no quieres usar el mejor preservativo de todos: la abstinencia.
El libro iba dirigido a fabricantes, comerciantes, agricultores y amas de casa. Los consejos estaban basados en la moderna ciencia de entonces y los ingredientes que pudieran necesitarse para muchos de ellos podían encontrarse en cualquier hogar.
Tal y como van las cosas en cuanto a economía mundial se refiere, que nadie desprecie esos remedios de abuela. Seguro que pedirle unas cuantas tripas de cordero a tu carnicero la próxima vez que vayas a la compra te resultará más barato que una caja de condones, por mucha oferta 2×1 que tengan en tu farmacia. Piénsalo, que no es broma.
¡Ah! Para no dejar a medias el preservativo, ahora que lo has empezado, solo tienes que cortarlo a la medida y atarle un cordón en la parte abierta. Lo del sobrecito de papel o plástico para envolverlo ya es cosa tuya y de tu buen gusto.
POR M. ÁNGELES GARCÍA en Yorokobu