La sexualidad a lo largo de la historia ha sido blanco de represión y negación. La naturaleza humana, llena de instintos y pasiones, fue por muchos siglos oculta bajo la concepción del ser humano racional. El hombre y la mujer se han enfrentado a la presión social de mantener una imagen atada a los estereotipos de cada género.
Un gran número de ideas, mitos y tabúes sobre el tema provienen de la época victoriana, que fue el pasaje de la historia del Reino Unido que acompañó el apogeo de la Revolución Industrial, lo que convirtió a la nación británica en una potencia económica mundial, por lo que sus ideas culturales se expandieron a todo occidente, impactando la moral humana. Durante esta época se diseñaron manuales que no combatían el desconocimiento del cuerpo humano y de algo tan natural como el sexo, pues estaban plagados de ideas conservadoras como la infravaloración de la mujer y el patriarcado como eje rector de la familia.
En palabras de Sigmund Freud, la mujer casada dejaba de ser un individuo. La actividad sexual femenina quedaba encerrada en la intimidad del hogar con el único objetivo de la reproducción. Las mujeres de las clases sociales altas eran educadas en los exquisitos y rigurosos modales para mantener una intachable conducta bajo normas que, por lo general, la misma aristocracia desobedecía. Esa “doble moral victoriana” consistía en mantener una fachada sobria y conservadora ante la mirada de amigos y conocidos, pero en la vida privada transgredirla cometiendo los más “despreciables” actos.
Mientras tanto, la prostitución vivía un apogeo; tabernas y burdeles eran el escenario de la perversión que inundó las calles de manera ilícita, convirtiéndose en un secreto a voces. Ante esta libertina realidad, la “mujer de sociedad” se idealizó para justificar la mentalidad machista asegurando que sólo las prostitutas tenían libertad de gozar del sexo, una mujer de casa no debía, bajo ningún motivo, aspirar a explorar su vida sexual, porque para ello existían las otras mujeres que sólo se dedicaban al placer.
Lo que se conocía sobre el embarazo, las relaciones sexuales y el cuerpo humano se reducía a lo que la moral fundamentalmente religiosa permitía difundir, y como resultado se crearon diversos mitos, como los que se presentan a continuación, que en la actualidad podríamos calificar como absurdos pero en la cosmovisión de la época predicaban la forma de vida correcta y civilizada.
Tener sexo con una pareja a quien no amas garantiza tener un hijo extremadamente feo
Pensamiento irónico en una sociedad caracterizada por los matrimonios arreglados, pero de alto impacto en las mujeres más jóvenes que conservaban las ilusiones en el amor y en la felicidad que brindaba la apariencia de una familia ideal y moralmente correcta. La apariencia física de los bebés no eran el único tema que representaba una superstición, pues se creía que la dirección e intensidad del viento afectaban el temperamento del bebé.
La masturbación es un vicio solitario.
Se pensaba que la masturbación en exceso podía volver loca e infértil a la mujer que lo practicara, y que si se exploraba desde edad temprana podía afectar el desarrollo de sus órganos. Sin embargo, en la misma época se inventó el consolador mecánico para tratar la histeria, en contraposición con el pensamiento de la sociedad.
La masturbación se evita comiendo alimentos poco condimentados, evitando el consumo de mostaza, pimienta, cerveza, vino, y fumar tabaco
Además de la dieta rigurosa, la intensa actividad física consumía la energía y evitaba la masturbación.
Montar a caballo después de una relación sexual evita el embarazo.
Pero únicamente si se monta transitando un camino irregular.Otra alternativa para evitar un embarazo era bailar. Además, una mujer no podía concebir como producto de una violación, debido a que el cuello uterino es muy estrecho y tenía que succionar el semen durante el orgasmo, que era inexistente en las violaciones según el imaginario colectivo victoriano. También se creía que el bebé se parecería físicamente a quien tuviera el orgasmo más intenso durante la relación y que si el coito se llevaba a cabo en una escalera, el bebé tendría la espalda torcida.
El cuerpo es maldito
Ignorar y censurar los placeres carnales del cuerpo es una herencia del pensamiento religioso que lo considera sucio por ser la fuente de tentaciones prohibidas, seguir los deseos corporales era el camino hacia la decadencia. El ser humano debía aspirar a que quien guiara sus actos fuera el razonamiento y no lo “salvaje ” que nos pondría a la par de los animales y las bestias.
Ser hombre o mujer es lo que determina nuestra personalidad y conducta
Pensar que el aspecto físico es el factor determinante del carácter de una persona y su manera de entender el mundo es en la actualidad una idea obsoleta, pues prohíbe y censura ciertos intereses y actitudes sólo por pertenecer físicamente a un género.
Hay una rivalidad natural entre los sexos
La mítica batalla entre sexos inicia dese la familia victoriana al privilegiar un género sobre el otro e imponer roles tradicionales. Este mito tiene repercusiones actuales cuando hombre y mujer compiten en lo laboral o en lo sexual, pensando que los hombres son los que deben probar su masculinidad, la que se ve intimidada cuando las mujeres toman las riendas de su relación amorosa o de la economía familiar.
El sexo es algo que hace un hombre a una mujer
Implicaría que el papel de la mujer es de receptora y no igual al hombre, y que la mujer debe sacrificarse en beneficio de la satisfacción de su esposo y no para alcanzar ella también el placer durante la relación. La sumisión sexual era uno de los deberes maritales en el pensamiento victoriano, así como la virilidad expresada en agresión y el rechazo de emociones o afectos románticos, mientras la mujer debía adaptarse a sus exigencias.
Las mujeres tienen pocos deseos sexuales
Esta afirmación es completamente falsa, ya que dos de cada tres mujeres experimentan excitación sexual espontánea aun sin la intervención masculina, y el 53 por ciento de esas mujeres sienten esos deseos a diario o casi diario, mientras que un 19 por ciento los tiene varias veces en un día. El potencial sexual femenino no depende de los varones. Otra idea era que a las mujeres les cuesta trabajo alcanzar el orgasmo, se pensaba que era su culpa no llegar al éxtasis, pero cuando el clítoris es estimulado adecuadamente, el 96 por ciento de las mujeres lo alcanzan en dos o cuatro minutos.
Culturalmente, el goce sexual se sustituía por la frigidez de asumir con dolor y desconocimiento la práctica del sexo. Lo que deriva en otro mito: que las mujeres son quienes más fingen los orgasmos y que tardan en interesarse en el sexo, pero al igual que los hombres, las mujeres experimentan sensaciones sexuales tempranas -antes de los diez años- y comienzan a masturbarse por lo general antes que los hombres. Es verdad que las mujeres tienen mayor conciencia respecto a cuándo y cómo se realiza la práctica sexual, porque la protección ante un embarazo es una posibilidad siempre latente que los hombres no siempre toman en cuenta, lo que proviene de la tradición victoriana en la que la mujer y su castidad tenían un precio: la dote.
Las mujeres relacionan el sexo con el amor
Es verdad que existe la tendencia a buscar relaciones estables, pero también la experiencia del sexo esporádico es altamente aceptada por el sexo femenino. El mito se originó porque las mujeres debían llegar vírgenes al matrimonio, por lo que era algo reservado para las parejas sentimentales formales el tener una vida sexual activa.
Ahora que conocemos los mitos que se aferran a los sectores conservadores de la sociedad para no desaparecer, es momento de reflexionar ¿cuántos nos han dicho nuestras abuelas, tías y madres? y sobre todo ¿por qué les hemos creído durante tanto tiempo? –
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