María madre de Jesús de Nazaret, fue una mujer judía de Nazaret de Galilea, que según diversos pasajes neotestamentarios pertenecientes al Evangelio de Mateo, al Evangelio de Lucas y a los Hechos de los Apóstoles, como también distintos textos apócrifos tales como el Protoevangelio de Santiago, vivió entre finales del siglo I a.C. y mediados del siglo I d.C. También el Corán, libro sagrado del islam, la presenta como madre de Jesús, bajo su nombre árabe, Maryam o Miriam.
La presencia de María en el cristianismo primitivo no fue la de una simple testigo, sino la de una personalidad cualificada y en más de un sentido única, partícipe singular de un momento clave de la Historia de la salvación, la encarnación de Jesucristo, y copartícipe de otros dos, la crucifixión y muerte de Jesús, y la conformación de la primera comunidad cristiana orante inmediatamentes antes de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Desde el inicio del cristianismo se constata la devoción por María. Ya en el siglo II, San Ireneo de Lyon la denominaba “nuestra más eminente abogada” y su figura aparecía representada en las catacumbas de Priscila en Roma. También en el siglo II, se decía de ella: “Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por él concedida a los hijos de Israel”. Ignacio de Antioquía, obispo y mártir durante el reinado de Trajano, compuso siete epístolas.
Sin embargo, otros creen que la devoción a María fue más tardía. Cabe mencionar que algunos ven en la veneración a María similitudes con la veneración de mujeres de otras culturas paganas.
En todas las culturas ancestrales el Sol siempre ha sido la máxima divinidad masculina, de ahí surge el halo santo, una reminiscencia del disco solar y la Luna, a su vez, es la máxima divinidad femenina, asociada siempre a la fertilidad. Muchas muestras de esto las encontramos en las representaciones de diosas de distintas culturas, en la mitología sumeria Inanna la hija de la Luna y el Dios de la Luna o Ishtar como era conocido en Mesopotamia.
Existen grandes similitudes entre Isis, diosa de la mitología egipcia, y María. Como podéis ver en la imagen que os mostramos a continuación, ambas se tocan un pecho, este gesto simboliza la fertilidad. Isis era conocida como diosa de la fertilidad.
Estas doctrinas tuvieron una gran influencia en Grecia y Roma, estas adoptaron sus creencias aunque eso sí con un cambio de nombre. Pero, sobre todo, era el culto a Isis el que tenía una importante atracción para la cultura religiosa romana, que la representaba con su hijo Horus en su regazo. En el proceso de cristianización de la sociedad romana, existen muchos datos que nos indican que jamás se abandonó el culto a la “Madre de Dios”, Isis, y lejos de destruir sus imágenes simplemente cambiaban su nombre.
De hecho, la primitiva imagen de la Diosa Madre era una piedra esférica u obosom. Las venus paleolíticas son otra forma de representarla. Muchas de las vírgenes que fueron colocadas sobre enormes peanas esferoides escondían en realidad la piedra primigenia en la peana. La gente adoraba la piedra y la jerarquía eclesiástica instituyó a la Virgen sobre la piedra para ganar adeptos. Más tarde hicieron desaparecer la piedra bajo la peana.