Susan Sarandon sobre Woody Allen: «No tengo nada bueno que decir sobre él»

Durante estos días se está realizando uno de los más prestigiosos festivales del mundo del cine:  el Festival de Cannes

Susan Sarandon sobre Woody Allen: «No tengo nada bueno que decir sobre él»

Autor: Andrea Peña
US actress Susan Sarandon (L) and US actress Geena Davis pose on May 12, 2016 as part of the Women in Motion talks held at the Majestic hotel on the sidelines of the 69th Cannes Film Festival in Cannes, southern France. / AFP PHOTO / Valery HACHE

FOTO:Valery HACHE/ Gena Davis y Susan Sarandon en el debate sobre Mujeres organizado por el Festival de Cannes

Durante estos días se está realizando uno de los más prestigiosos festivales del mundo del cine:  el Festival de Cannes. En medio de la fiesta del cine, se ha dado espacio para diálogos más profundos como el debate sobre el lugar de las mujeres en la industria del cine donde fue invitada la actriz Susan Sarandon junto a Gena Davis.

Mientras se realizaba el coloquio un periodista le preguntó a Sarandon sobre Woody Allen, el director encargado de inaugurar el Festival con su película Cafe Society, a lo que la actriz respondió:

«No tengo nada bueno que decir de él…Creo que abusó sexualmente de un niño y no creo que eso esté bien»

Refiriéndose al abuso sexual que el cineasta cometió sobre su hija adoptiva Dylan cuando esta era apenas una niña de 7 años.

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Allen junto a Dylan

 

La declaración de la actriz se suma a la columna escrita por Ronan Farrow -el único hijo biológico que tuvo de su unión con Mia Farrow- quien volvía a atacarlo en público por el supuesto abuso a su hermana, un hecho por el que nunca se juzgó al director y que siempre ha negado.
Aquí compartimos la columna publicada el mismo día en que Woody Allen presentaba su nueva película:

«Mi padre, Woody Allen, y el peligro de las preguntas sin hacer»

«Son acusaciones. No están en los titulares. No hay obligación de mencionarlos». Éstas eran las objeciones de mi productor en mi cadena. Era septiembre de 2014 y estaba preparándome para entrevistar a un respetado periodista acerca de una nueva biografía de Bill Cosby. El libro omitía las acusaciones de violaciones y abuso sexual contra el comediante, e intenté enfocarme en esa omisión. Ese productor fue uno de los tantos veteranos de la industria que me advirtió sobre ello. En ese entonces, había poco más que un proceso y algunas mujeres con historias, todas desacreditadas públicamente por el equipo de prensa de Cosby. No había un proceso penal. Eran noticias viejas. No eran noticias.

Entonces llegamos a un compromiso: hablaría de las acusaciones, pero sólo sobre el final con una única pregunta. Y le avisé al autor, de periodista a periodista, dejándole saber lo que vendría. Pareció sorprendido cuando traje el tema. Era el primero en preguntar sobre el hecho, dijo. Hizo una larga pausa, y después preguntó si era en verdad necesario. Al aire, dijo que vio las acusaciones y que no habían sido chequeadas.

Hoy, el número de denuncias aumentó a 60. El autor se disculpó. Y los reporteros que cubrieron a Cosby fueron forzados a examinar décadas de omisiones, de preguntas sin hacer, historias sin contar. Soy uno de esos periodistas y me avergüenzo de esa entrevista.

Algunos reporteros han dibujado conexiones entre la tímida evolución en la prensa de los hechos de Cosby con un doloroso capítulo de mi propia historia familiar. Fue poco antes de que las acusaciones de Cosby explotaran que mi hermana Dylan Farrow escribió acerca de su experiencia, alegando que nuestro padre, Woody Allen, la había abordado con toqueteos inapropiados y la asaltara sexualmente cuando tenía siete años.

Estar en los medios de comunicación por la historia de mi hermana y que la maquinaria de prensa de Woody Allen se pusiera en acción me dio una ventana para saber cuán potente puede ser la presión para tomar el camino fácil. Todos los días, colegas de organizaciones de noticias me reenviaban los correos electrónicos disparados por la poderosa publicista de Allen, quien llevó años orquestando una campaña robusta para validar la relación sexual de mi padre con otra de mis hermanas. Esos correos mostraban opiniones listas para ser convertidas en historias, completadas con una oferta de «validadores» -terapistas, amigos, abogados, cualquiera que pudiera confrontar a una joven mujer con un hombre poderoso y mostrarla como loca, entrenada y vengativa-. Al principio, lo llevaron a blogs, luego a grandes medios que repetían esos puntos: una máquina de autoperpetuación.

La lista en copia de esos correos revelaban los nombres de los periodistas con quienes esa publicista compartía relaciones y beneficios mutuos, dándole su lista de clientes estrellas, desde Will Smith hasta Meryl Streep. Los reporteros que recibieran esto de esta relacionista pública se debatirían si no hacer caso a esos puntos los alejaría del listado A de clientes.

De hecho, cuando mi hermana decidió romper el silencio, había ido a múltiples diarios, la mayoría no tocaría su historia. Un editor de Los Angeles Times parecía que publicaría su carta acompañada por hechos fácticos chequeados, pero sus jefes mataron el artículo antes de que saliera publicado. El editor me llamó, perturbado. Había muchas relaciones en juego. Era muy caliente para ellos. Pelearon duro. (Investigado por The Hollywood Reporter, un vocero de Los Angeles Times dijo que la decisión de no publicarla fue de los editores de Opinión.)

Cuando finalmente The New York Times publicó la historia de mi hermana en 2014, le dieron 936 palabras online, embebidas en un artículo con cuidadosas advertencias. Nicholas Kristof, el reportero ganador del Premio Pulitzer y abogado de víctimas de abuso sexual, la publicó en su blog.

Poco después, el Times dio a su presunto atacante el doble de espacio y una posición privilegiada en la edición impresa, sin salvedades o contexto que lo rodeara. Fue un crudo recordatorio de lo diferente que nuestra prensa trata a acusadores vulnerables y a los hombres poderosos que están acusados…

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Con Dylan y Roman

…Quizás sucumbí a esa presión. Trabajé duro para tomar distancia de esa dolorosa historia familiar y mantener mi trabajo imperturbable. Por eso evité comentar las acusaciones de mi hermana por años, y cuando estaba acorralado, cultivaba distancia, limitando mis respuestas a una línea ocasional en Twitter. La decisión de mi hermana de dar un paso adelante llegó poco después de que comenzara a trabajar en un libro y en una serie de televisión. Era la última asociación que quería que se hiciera. Inicialmente, rogué a mi hermana no hacer público nuevamente el caso y que evitara hablar con reporteros. Estoy avergonzado de eso, también. En asuntos de abuso sexual, todo es más fácil que enfrentarlo en su totalidad, diciendo todo sobre el caso, con todas las consecuencias que ello tiene. Aún ahora, dudé antes de aceptar la invitación de The Hollywood Reporter para escribir esta pieza, sabiendo que podría desencadenar otro round de asesinato contra mi hermana, mi madre o contra mí.

Pero cuando Dylan explicó su agonía en la estela de voces potentes que barren a un lado sus acusaciones y los temores que representaba para chicas jóvenes estar expuestas a un depredador, en última instancia, sabía que tenía razón. Empecé a hablar sobre ella más abiertamente, sobre todo en las redes sociales. Y empecé a mirar cuidadosamente mis propias decisiones en la cobertura de historias de agresión sexual.

Le creo a mi hermana. Esto fue siempre así como un hermano que confía en ella, y que aún a sus 5 años fue molestada por la extraña conducta de nuestro padre alrededor de ella, quien subía a su cama en el medio de la noche, forzándola a que le chupe el dedo. Un comportamiento que lo forzó a ir a terapia, enfocado en su conducta inapropiada con niños, antes de las acusaciones.

Pero más importante, me acerqué al caso como abogado y periodista, y encontré sus alegaciones creíbles. Los hechos son persuasivos y bien documentados. No los enumeraré aquí de nuevo, pero la mayoría han sido meticulosamente reportados por el periodista Maureen Orth en Vanity Fair. La última disposición legal es una orden de custodia que encontró el comportamiento de Woody Allen «gravemente inapropiado» y puso énfasis en tomar «medidas para proteger a Dylan».

El 4 de mayo, The Hollywood Reporter publicó una entrevista de Woody Allen en la portada. Para mí es un ejemplo de ley en cómo no hablar acerca de sus asaltos sexuales. Las acusaciones de Dylan nunca fueron tocadas en la entrevista y recibió sólo una mención entre paréntesis: una referencia inexacta sobre los cargos que se habían «caído». La revista hizo luego una corrección: «No se persiguen» (los cargos).

La corrección apunta a lo difícil que son de cubrir Allen, Cosby y otros hombres difíciles. Las acusaciones nunca fueron respaldadas por una condena penal. Esto es importante. Siempre debe ser notado. Pero no es una excusa para que la prensa silencie a las víctimas, para nunca interrogar sus alegatos. En realidad, hace nuestro papel más importante cuando el sistema legal falla a menudo más a favor de los poderosos que de los débiles.

Así es exactamente cómo lucían los casos que no se siguieron en 1993: el fiscal conoció a mi madre y mi hermana. Dylan está profundamente traumatizada, por el asalto y la subsiguiente batalla legal que la forzó a repetir la historia una y otra vez. (Y ella relató la historia repetidas veces, sin inconsistencias, más allá de la emoción que la abordaba.) Cuando más duraba esa batalla, más grotesco era el circo de los medios alrededor de mi familia. Mi madre y el fiscal decidieron no colocar a mi hermana en más años de violencia. En un paso raro, el fiscal anunció públicamente que tenía «una causa probable» para procesar a Allen, pero atribuyó su decisión de no hacerlo «en la fragilidad de la víctima».

Mi madre aún cree que era la única opción que tenía para proteger a su hija. Pero es irónico: la decisión de mi madre de colocar el bienestar de Dylan por encima de todo se convirtió en un medio para que Woody Allen las manchara a ambas.

Muy a menudo, las mujeres con acusaciones no presentan cargos. Muy a menudo, aquellas que sí lo hacen deben pagarlo muy caro, enfrentando un sistema judicial y una cultura que las despedaza. El papel de un periodista no es llevarles agua a esas mujeres. Pero es nuestra obligación incluir los hechos y tomarlos seriamente. A veces, somos los únicos que podemos interpretar ese papel.

Confrontar a un sujeto con acusaciones de una mujer o una hija no respaldada por una simple orden legal es difícil. Significa tener duras conversaciones en redacciones, quemar puentes con figuras públicas. Significa ir contra fanáticos y publicistas furiosos.

Hay más periodistas que nunca mostrando ese coraje y más medios apoyándolos. Muchos son de una nueva generación. BuzzFeed fue pionero en publicar historias recientes de asaltos sexuales en Hollywood. Fue Gawker quien preguntó por qué las acusaciones contra Bill Cosby no fueron tomadas más seriamente. Y es alentador que The Hollywood Reporter me pidiera escribir esta respuesta. Las cosas están cambiando.

Pero la lenta evolución de la vieja escuela de periodismo ha ayudado a crear una cultura de impunidad y silencio. Amazon pagó millones para trabajar con Woody Allen, financiando una nueva serie y película. Actores, incluidos algunos a los que admiro profundamente, continúan protagonizando sus películas. «No es personal», me dijo alguna vez uno de ellos. Pero lastima a mi hermana cada vez que uno de sus héroes, como Louis C.K, o una estrella de su edad, como Miley Cyrus, trabaja con Woody Allen. Personal es exactamente lo que es. Para mi hermana y para mujeres en todos lados con acusaciones de asalto sexual de que nunca fueron atendidas por la Justicia.

Esta noche, el Festival de Cannes se inauguró con una nueva película de Woody Allen. Habrá conferencias de prensa y una alfombra roja para mi padre y su esposa (mi hermana). Tendrá a sus estrellas a su lado: Kristen Stewart, Blake Lively, Steve Carell y Jesse Eisenberg. Pueden estar confiados en que la prensa no le preguntará sobre esos temas. No es tiempo, no es el lugar.

Ese tipo de silencio no está sólo mal. Es peligroso. Envía un mensaje a las víctimas de que no vale la pena la angustia que vendrá. Envía un mensaje acerca de cómo somos como sociedad, qué veremos, qué ignoraremos, a quién le importa y a quién no.

Somos testigos de un cambio en cómo hablamos acerca de asaltos sexuales y abusos. Pero hay más trabajo para hacer, para construir una cultura donde las mujeres como mi hermana no sean más tratadas como si fueran invisibles. Es tiempo de hacer preguntas duras.»

Cuando el director fue consultado por la columna de su hijo, el director respondió

«Nunca leo lo que se escribe sobre mí o las reseñas de mis películas«

Si al director de 80 años no le importa, entonces quizás sea el tiempo en que al resto del mundo le importe y sean condenados públicamente quienes cometen abusos y escudados en su fama viven libres y en la impunidad.

Por si nunca tuviste la oportunidad de leerla, también te dejamos la carta donde Dylan cuenta su abuso y qu efue publicada en el New York Times

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«¿Qué película de Woody Allen es su favorita? Antes de responder, les contaré algo que deben saber: cuando yo tenía siete años, Woody Allen me cogió de la mano y me llevó a un ático sombrío, casi un armario, que había en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Y entonces me agredió sexualmente. No dejó de hablar mientras tanto, de susurrar que era una buena niña y que aquello era un secreto entre los dos, de prometer que íbamos a ir a París y yo iba a ser una estrella en sus películas. Recuerdo mirar fijamente el tren, no perderlo de vista mientras daba vueltas por el ático. Todavía hoy, me resulta difícil contemplar trenes de juguete.

Desde que tengo memoria, mi padre siempre me había hecho cosas que no me gustaban. No me gustaba con cuánta frecuencia me apartaba de mi madre, mis hermanos y mis amigos para estar los dos a solas. No me gustaba que me metiera su dedo pulgar en la boca. No me gustaba tener que meterme en la cama con él, bajo las sábanas, cuando él estaba en calzoncillos. No me gustaba cuando colocaba la cabeza en mi regazo desnudo y respiraba hondo. Me escondía bajo las camas o me encerraba en el cuarto de baño para evitar esas situaciones, pero él siempre me encontraba. Ocurría tantas veces, como si tal cosa, ocultándoselo con tanta habilidad a una madre que me habría protegido si se hubiera enterado, que yo creía que era lo normal. Creía que así era como los padres mimaban a sus hijas. Sin embargo, lo que me hizo en el ático me pareció distinto. Ya no pude seguir guardando el secreto.

Cuando le pregunté a mi madre si su padre le había hecho a ella lo que me hacía Woody Allen a mí, no tenía sinceramente ni idea de cuál iba a ser la respuesta. Ni tampoco sabía la tormenta que iba a desencadenar. No sabía que mi padre iba a a utilizar su relación sexual con mi hermana para encubrir los abusos a los que me tenía sometida. No sabía que iba a acusar a mi madre de meterme la idea en la cabeza ni que iba a llamarla mentirosa por defenderme. No sabía que me iban a pedir que contara mi historia una y otra vez, a un médico detrás de otro, para presionarme y comprobar si reconocía que estaba mintiendo, dentro de una batalla legal que yo no podía entender de ninguna manera. En un momento dado, mi madre se sentó conmigo para decirme que que no me pasaría nada si estaba mintiendo, que podía retractarme de todo lo que había dicho. Pero no podía hacerlo, porque era todo verdad. Sin embargo, a una persona poderosa le es muy fácil entorpecer una acusación de abusos sexuales. Enseguida aparecieron expertos que impugnaron mi credibilidad. Médicos dispuestos a usar sus armas psicológicas contra una niña que había sufrido esos abusos.

Después de una vista para decidir la custodia en la que a mi padre se le negó el derecho de visita, mi madre decidió no presentar una demanda penal, pese a que el Estado de Connecticut había llegado a la conclusión de que había “causa probable”. Lo hizo, en palabras del fiscal, por la fragilidad de “la niña víctima”. Woody Allen no fue nunca condenado por ningún delito. El hecho de que hubiera salido indemne me atormentó durante mi infancia y adolescencia. Me sentía terriblemente culpable de pudiera seguir relacionándose con otras niñas. Me aterrorizaba que me tocaran otros hombres. Adquirí un trastorno alimentario. Empecé a cortarme con cuchillas. Y la tortura se agravó aún más por culpa de Hollywood. Todo el mundo, salvo unos pocos (que son mis héroes), hizo la vista gorda. A la mayoría de ellos les resultaba más fácil aceptar la ambigüedad, decir “quién sabe qué sucedió”, fingir que no había pasado nada. Los actores le elogiaban en las ceremonias de premios. Las cadenas de televisión le llevaban a sus programas. Los críticos hablaban de él en las revistas. Cada vez que veía el rostro de quien había abusado de mí –en un cartel, una camiseta, un televisor–, no podía más que disimular mi pánico hasta que encontraba un rincón en que estar a solas para desmoronarme.

Hace unos días, Woody Allen recibió una nueva nominación a un Oscar. Y esta vez, decidí no desmoronarme. Durante mucho tiempo, la aceptación de la que ha disfrutado me ha mantenido en silencio. Me parecía un reproche personal, como si los premios y los aplausos fueran una manera de decirme que me callara y me fuera. Pero varios supervivientes de abusos sexuales que se han puesto en contacto conmigo, para mostrarme su apoyo y compartir sus temores a dar la cara, a que les llamaran mentirosos, a que les dijeran que sus recuerdos no eran reales, me han dado un motivo para romper el silencio, aunque solo sea para que otros sepan que no tienen que permanecer callados.

Hoy me considero afortunada. Estoy felizmente casada. Cuento con el respaldo de mis maravillosos hermanos y hermanas. Tengo una madre que supo encontrar en su interior la fortaleza necesaria para salvarnos del caos que había introducido un depredador en nuestro hogar.

Sin embargo, sigue habiendo otras personas asustadas, vulnerables, que se esfuerzan para encontrar el valor que les permita decir la verdad. Y el mensaje que les transmite Hollywood es importante.

¿Y si hubiera sido tu hija, Cate Blanchett? ¿Louis CK? ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieras sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson? Diane Keaton, tú me conociste cuando era niña. ¿Te has olvidado de mí?

Woody Allen es una prueba viviente de que nuestra sociedad no se porta bien con los supervivientes de abusos y agresiones sexuales.

Por eso, imagínense a su hija de siete años, imagínense que Woody Allen se la lleva al ático. Imagínense que, durante el resto de su vida, a esa niña le dan náuseas cada vez que oye el nombre de él. Imagínense un mundo que aplaude a su atormentador.

¿Se lo imaginan? Y ahora, ¿qué película de Woody Allen es su favorita?»»


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