¿Plantar un árbol? ¿Escribir un libro? ¿Tener un hijo? No. Lo que no puedes dejar de hacer antes de morir es divertirte.
Vivir un año en el extranjero: no existe el momento ideal para agarrar la mochila y largarse por el mundo. Siempre vamos a sentirnos atados a “algo” que no podemos dejar: una pareja, un trabajo, el alquiler de un departamento… Esperar a que las circunstancias se amolden a nuestro deseo es utópico, y de esta forma puedes pasarte toda una vida sin realizar el viaje que siempre soñaste. No dejes que esto suceda. Busca la manera, elige el momento y lánzate a expandir tu mente a través de personas, sabores y lugares desconocidos.
Emborracharse hasta la médula: los excesos no son buenos. Nunca. Pero al menos una vez en la vida debes pasar por la experiencia de despertarte y no recordar absolutamente nada de lo que sucedió la noche anterior. Al menos una vez debes dejarte llevar por el alcohol hasta convertirte en un payaso, hasta bailar de manera tan ridícula que perdurará para siempre en la retina de tus amigos (cuidado con los celulares que filman y las redes sociales). Sobre todo, no puedes cruzar hacia el otro lado sin saber lo que es una auténtica resaca.
Experimentar sexualmente: ¿Cómo puedes estar 100% seguro de tus preferencias sexuales si nunca probaste algo distinto? ¿Te imaginas si descubres que puedes pasarla infinitamente mejor de una manera que creíste imposible? ¿En un escenario que creíste imposible? El sexo es tan inabarcable como el universo, libérate de prejuicios y expándete. Si estás en pareja –y planeas estarlo el resto de tu vida- la búsqueda de nuevas y divertidas formas de relacionarse sexualmente puede ser de a dos (o de a tres, o de a cuatro).
Enamorarse desesperadamente: la vida es muy corta para estar con una persona solo porque es cómodo o porque estás habituado. Salir de la zona de confort y animarse al desborde que implica estar realmente enamorado, vale la pena. El amor conlleva sufrimiento –siempre- y es por esto que debes elegir entre estar tranquilo o estar enamorado. Lo primero es estable y funcional, lo segundo es simplemente extraordinario.
Atreverse al ridículo: el pudor social nos mantiene conviviendo en una sociedad estructurada de una determinada manera. Romper con este pudor solo para ver de qué forma reacciona la gente es demasiado divertido como para no hacerlo al menos una vez antes de morir. Péinate con dos colitas para ir al kiosco o usa una máscara al pagar tus impuestos. Disfrázate de Batman para hacer las compras en el súper mercado. Finge ser una estatua viviente y luego asusta a quien se te acerque. Hay miles de opciones, solo hay que tener un poco de creatividad.