El marido encontró al amante de su esposa debajo de la cama y lo corrió desnudo por las calles de Bariloche. El suceso habría ocurrido el sábado pasado por la tarde en la ciudad turística invernal de Bariloche. Si bien no hubo denuncia policial, anónimas voces reconstruyeron el hecho y aportaron imágenes, aunque sin el lógico rigor periodístico y con alguna carga de mitología popular. Lo cierto que lo acaecido fue publicado por el diario local El Cordillerano.
Todo habría comenzado cuando un hombre salió de su hogar a trabajar temprano, tal era su sana costumbre. Sin embargo, algo habría ocurrido en su trabajo o quizás fue una sospecha, lo cierto es que a media mañana regresó a su vivienda. No llamó la atención del hombre el desdén de su esposa y el suave reproche por aparecerse sin avisar a esa hora. Pero sí reparó en el nerviosismo y ladridos del perro que no quitaba su mirada de debajo de la cama matrimonial.
Lo habitual, en estos casos es una severa reprimenda al perro, pero quiso el destino o la sospecha que decidiera mirar debajo de la cama. Las miradas de los hombres se cruzaron, una aterrada y la otra sorprendida. Lo cierto, es que el rollizo amante (tal la fotografía que circuló por las redes sociales) logró ganar la calle y huir desnudo aunque luciendo llamativas botas blancas, desdeñando las bajas temperaturas invernales.
Quizás, en su desesperada huida el amante haya recordado aquellos versos del tango Yira Yira de Enríque Santos Discépolo: “…Cuando la suerte, que es grela, fayando y fayando te largue parao; cuando estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao…”. En tal sentido, El Cordillerano señala que un cronista de la redacción vio al hombre correr desnudo a plena luz del día en la intersección de las calles Albarracín y Ruíz Moreno de Bariloche.
El privilegiado testigo afirmó que el amante huidizo tapaba sus genitales con las manos al tiempo que solicitaba ayuda a los conductores que acertaban a pasar por el lugar. No informó el testigo como hacía el amante frustrado para hacerle señas a los conductores. Todos le esquivaban, señaló, hasta que un camionero se apiadó de él. Mientras esto ocurría, a pocas cuadras de allí, el marido burlado se ensañaba con un automóvil estacionado al frente de su casa.