Cuando ves los siete samurai de Kurosawa, ambientado en el Japón del siglo XVI, no quedas exactamente inundado con el poder de las guerreras samurái que blanden katanas. De hecho, ni aparecen, pero esas mujeres sí existían.
Estas mujeres guerreras, conocidas como onna bugeisha, encuentran su precursora más temprana en la emperatriz Jingū, que en el año 200 A.D. llevó una guerra a Corea, luego de que su marido, el emperador Chūai (decimo cuarto emperador de Japón), muriera en batalla. La leyenda dice que logró ganas la guerra sin derramar una gota de sangre. Utilizó su posición para provocar un cambio económico y social. A finales del siglo XIX se convirtió en la primera mujer en aparecer en un billete japonés.
Las bugeisha de Onna generalmente evitaron el uso de katanas usadas por sus homólogos masculinos. En lugar de la katana ocupaban la naginata, un arma de asta muy versátil con filo curvo. El arma es más larga, lo que le permitía a esta guerras tener más distancia ante oponentes más grandes y pesados. Con este mismo objetivo utilizaban mucho armamento de distancia como arcos, flechas y lanzas.
Tomoe Gozen y Nakano Takeko son ejemplos famosos de onna bugeisha, aunque algunas de sus hazañas pueden pertenecer más a la tradición que a la historia.
En “El cuento de los Heike”, se menciona a Tomoe:
“Tomoe era especialmente bella, de piel blanca, cabellos largos y características encantadoras. Ella era también una arquera notablemente fuerte, y como espadachín era un guerrero digno de mil, lista para enfrentar a un demonio o a un dios, a caballo o a pie. Cabalgaba incansable por caminos peligrosos”:
Nakano Takeko vivió en el siglo XIX. Mientras dirigía las tropas del ejército imperial le dispararon en el pecho. Sabiendo que le quedaban pocas horas de vida le pidió a su hermana Yuko que le cortara la cabeza y la hiciera enterrar, para que el enemigo no la tomara como trofeo. Su cabeza fue llevada al templo Hōkai y enterrada bajo un pino.
Mientras dirigía una acusación contra las tropas del ejército japonés imperial del dominio Ōgaki en el centro-sur de Japón, le dispararon en el pecho. Sabiendo que su tiempo restante en la tierra era corto, Takeko le pidió a su hermana, Yūko, que le cortara la cabeza y la hiciera enterrar en vez de permitir que el enemigo la tomara como un trofeo. Fue llevado al templo de Hōkai y enterrado debajo de un árbol de pino.