El inmaduro y, por lo tanto, frágil sistema inmune de los bebés los convierte en especialmente vulnerables a los efectos de la contaminación en todas sus variantes. Estar atentos a ello y actuar en consecuencia en la medida de lo posible puede hacer una gran diferencia.
Los expertos advierten del peligro que supone la exposición de los más pequeños a fuentes de polución atmosférica exterior o doméstica o, por ejemplo, aquellas que se encuentran en los alimentos, en juguetes, accesorios o en los mismos productos de higiene.
No se trata de alarmarse, sino de tener información confiable que vaya más allá de las precauciones que toma la normativa para así poder tomar medidas que nos ayuden a prevenir problemas derivados de la toxicidad que implica la contaminación.
Básicamente, la contaminación es la presencia de un factor externo (sustancias químicas o energéticas, como los restos de pesticidas, el CO2, la luz o el ruido) en un ambiente natural equilibrado que causa inestabilidad y algún tipo de daño o malestar en el medio ambiente, entendido como un ecosistema en el que hay seres vivos, en este caso, centrándonos en el ser humano.
Se manifiesta de muy distintas maneras, desde reacciones alérgicas, dermatitis, autismo, problemas respiratorios, cardiovasculares, entre otras muchas enfermedades de diferente gravedad. De hecho, la ciencia no deja de avanzar en el estudio de las consecuencias de la polución en los colectivos más débiles, como personas convalecientes, mujeres embarazadas, bebés y niños de corta edad.
Antes de nacer
Ya desde la concepción se sufren los efectos de la contaminación. El feto, así es, puede verse afectado por fuentes externas contaminantes y también internamente, a consecuencia de la afectación de la madre.
La alimentación de la madre es importante por esta razón. Yendo más allá, idealmente se debe cuidar la alimentación y el estilo de vida en general desde antes de la concepción. Tanto en el hombre como en la mujer, algo lógico, pues la concepción implica tanto al ovocito como al espermatozoide.
Lo que ingiere la madre y los cosméticos o productos de higiene personal utilizados durante el embarazo se considera esencial para que el desarrollo del feto no encuentre dificultades a consecuencia de elementos polucionadores que resulten tóxicos. Por ejemplo, los metales pesados que se encuentan en el pescado, los restos de pesticidas de los vegetales…
Como es bien sabido, los malos hábitos, como el tabaco, también influyen en el desarrollo del feto y se observan secuelas en los niños que luego arrastran durante toda su vida. Igualmente, afecta a las mujeres embarazadas que son fumadoras pasivas y a los futuros bebés. Se trata de un tipo de contaminación que no siempre puede evitarse.
Contaminación atmosférica
La contaminación atmosférica es un serio peligro para las mujeres embarazadas. Según un reciente estudio sueco, incluso la contaminación moderada, que se encontraba dentro de los límites permitidos, podía provocar un aumento de la presencia de azúcar en sangre entre las embarazadas que vivían cerca de carreteras o áreas industriales.
El riesgo de contraer diabetes gestacional aumentó un 70 por ciento entre las que vivían en zonas donde había más tráfico y los bebés sufrían el estrés oxidativo causado por ello, ya que produce una inflamación que debilita las defensas.
Son innumerables los estudios que confirman la necesidad de aplicar políticas eficaces a la hora de reducir los factores de riesgo ambiental que ponen en jaque la salud de las embarazadas y del feto.
Por otra parte, la polución atmosférica en ocasiones está detrás de niños con bajo peso al nacer y de los defectos congénitos cardíacos que afectan a los recién nacidos. Las malformaciones se produjeron durante su desarrollo en el vientre materno, de acuerdo con un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Alberta, en Canadá.
Alimentación, cosméticos y accesorios
El bisfenol A es un componente que se ha prohibido en biberones y otros accesorios para bebés, pero que aún se usa para fabricar envases alimentarios como botellas o tuppers. La alternativa es utilizar otro tipo de envases, idealmente el cristal o el acero inoxidable, y siempre preferir la comida fresca a la envasada, y lo mismo cabe decir del agua. Mujeres embarazadas y niños deben evitar los alimentos enlatados, pues también se usa para el revestimiento de las latas.
Los cosméticos infantiles, como colonias, champús, geles de baño, leches hidratantes o, por ejemplo, las toallitas húmedas pueden tener componentes que representen un riesgo para el bebé. Sus formulaciones suaves ni mucho menos garantizan la ausencia de elementos químicos nocivos.
Por su parte, la comida orgánica minimiza la ingestión de productos químicos, esta vez en forma de antibióticos u hormonas sintéticas en carnes, huevos y leche o, por ejemplo, de insecticidas y fertilizantes en vegetales. Del mismo modo, la cosmética bio para bebés nos ayudará reducir la exposición a tóxicos de un modo similar, pues todo lo que apliquemos en la piel se absorbe, y lo que se inhala llega al torrente sanguíneo a través de los pulmones.
La limpieza verde en el hogar y renunciar a ambientadores químicos también reducirá el nivel de polución en su hábitat, y ello se traducirá en un entorno más saludable para la futura mamá y el bebé.
Por último, los juguetes y tejidos orgánicos serán de gran ayuda para prevenir y, en algunos casos, incluso la inhalación de pegamentos y materiales artificiales que puedan suponer un riesgo para su salud. Cualquier alternativa ecológica capaz de mejorar la habitabilidad del entorno será una buena decisión.