A diario somos testigos, a veces sin siquiera saberlo, del maltrato entre parejas. Escuchamos casi semanalmente casos en la prensa, algunos más dramáticos que otros. Pues, en muchos de estos casos, todo sucede de manera silenciosa, casi invisible, incluso para la víctima.
Así es con el «Gaslighting», un término que se comenzó a usar después de la obra Gas Light, de 1938, para definir un tipo de abuso psicológico. En ella, el protagonista quiere convencer a su esposa de que está loca, a través de la manipulación de objetos, creando falsa evidencia con situaciones que «sólo ella ve».
Tomando la premisa que se presenta en el teatro, el Gaslighting es cuando alguien cercano a la víctima intenta hacerle creer que padece un trastorno mental. Así, el agresor crea situaciones a propósito para sustentar falsos delirios, u otros, según el autor Theodore L. Dorpat.
Además de generar una «locura», puede presentarse en forma de negación o hacer creer que se tienen lagunas mentales. Es argumentar en contra de una situación, haciendo parecer que sólo la «víctima» tiene esa percepción: desde «yo no fui quien alzó la voz», hasta crear escenarios de locura.
Según L. Dorpat, lo que se busca es desorientar a la víctima. Y no sólo sucede en relaciones de pareja, sino que también se usa en casos de abuso sexual, incluso infantil, cuando el agresor y los cercanos al afectado no llegan a creer su testimonio, justificándolo con su propia imaginación.
Este tipo de violencia es más agresivo de lo que parece, pues hace que el sujeto se cuestione a sí mismo, y a su cordura. Tanto entre parejas, como amigos e incluso familiares, podríamos ser víctimas de ello sin tener la menor idea.