Con el reciente vídeo de Fifi aparecen los viejos fantasmas de la formación del chileno promedio: un cierto conservadurismo solapado, buena onda, donde la vigilancia se transforma en seguridad. En cualquier caso es vigilancia articulada como una cuestión moral. ¿De qué se protege a Fifi? Del vicio. Quizá del vicio del otro. Quizá de una inconveniente comunión de deseos.
Sin embargo esta clase de acontecimientos modifican (reavivan, derrocan y nos tiran en la cara) qué es el deseo legítimo. Dicho de otra forma: qué es legítimo desear y quién es el sujeto legítimo de deseo. Y esto no es gratuito.
La pornografía es un dispositivo pedagógico. Esa frase es de la filósofa española Beatriz Preciado, pero mi memoria no me permite esclarecer la procedencia de la cita. Cuando decimos dispositivo nos referimos a un elemento que pone en contacto o en conocimiento dos medios, como podemos decir que un computador es un dispositivo porque pone en contacto un medio virtual con uno real, y que nos permite acceder a un determinado tráfico de información. Parece ser que todo dispositivo conlleva un aparato. Y al haber contacto entre un medio y otro, quizá, también podríamos afirmar que en el fondo todo dispositivo tiene un carácter pedagógico. El conocimiento, luego, se inscribe en ese aparato. Es decir, en el medio, a través del cual conocemos algo, se nos presenta ya interpretado eso que estamos conociendo, puesto que ello nos es enseñado (nos es indicado, somos instruidos en tal) y nuestra interpretación está sometida a ese conocimiento a través del que se nos presentó. Es evidente que el contenido de lo que se nos presenta y se nos enseña en la pornografía, como dispositivo pedagógico, es una determinada interpretación de las prácticas sexuales. He ahí el relato de la pornografía, que posiblemente tenga más que ver con Fifi y con nosotros, que con los cuerpos y los deseos que rondan el porno. Por esto hay varios asuntos que al sujeto de a pie le pueden resultar horrorosos en el vídeo de Fifi, sin embargo en lo fundamental éstos son tres asuntos: Cómo se administran, en el dispositivo generado por Fifi y sus amigas y amigos, los contenidos de un cierto conocimiento sobre el sexo, los contenidos de cómo se administran los lugares para el sexo y cómo se administran los cuerpos que ejecutan prácticas sexuales.
La parodia de un cuerpo en llamas
Lo paradójico de la pedagogía (y también lo liberador de ella) es que el sujeto que el ignorante puede enseñar luego de un proceso. La puesta en escena pornográfica de Fifi pretende enseñarnos algo, teniendo en cuenta el rol pedagógico de la pornografía: cómo se ejecuta una práctica sexual. Exitosa o no, es otro cuento. Ahí viene inmediatamente el primer asunto horroroso a los ojos de un conservador: ¿cómo puede un grupo de niños proponerse enseñarnos este asunto? En el fondo se cuestiona la legitimidad de los ejecutantes. Porque, me pregunto, ¿por qué un adolescente no puede ser un sujeto legítimo para tener algo que decir sobre una determinada práctica sexual? El tapaboca (una mordaza, pero también un golpe) que se pone sobre los niños, las restricciones para que enuncien un discurso sobre el sexo, tiene que ver fundamentalmente con la legitimidad de ellos para poder practicarlo. Los niños no tienen sexo, luego no tendrían por qué tener algo que decir sobre ello, más aún si pensamos en que están siendo formados en las instancias pertinentes para esto.
Lo bueno de Fifi y sus amigos es que desmiente todo esto: los niños tienen y viven prácticas sexuales, los niños tienen un discurso sobre el sexo (sobre su propio sexo y sobre el de los otros) y los niños aprenden de ello en las instancias más variadas, en el porno que se encuentra en internet, en la experimentación con sus amigos, en la soledad de sus casas; casas que han dispuesto que el lugar legítimo para el sexo es la pieza marital, donde esa soledad –su pieza, su pornografía, su encuentro furtivo- es un espacio cordial para una sexualidad ilegítima y un sexo que es vivido con cierta marginalidad..
El primer problema planteado por la puesta en escena pornográfica de Fifi y sus amigos: el discurso sobre el sexo ha sido raptado por los adultos y sus piezas maritales.
La parodia de una ciudad en llamas
La pornografía no es una cuestión fundamental a la hora de ejecutar una pedagogía sexual, sin embargo ella misma está saturada de contenidos de diversa índole. Si uno piensa en la pornografía como dispositivo pedagógico para la ejecución de una práctica, es que también presente un protocolo para ella. Pensemos en la pornografía, incluso en la más burda: los lugares son distribuidos y calificados: el lugar privado y el lugar público, luego la alcoba, el baño, un avión un despeladero, etcétera. Se distingue claramente un espacio para el sexo legítimo, otro para el sexo furtivo y otro para la violación. Coincidirá conmigo si digo, por ejemplo, que el sexo legítimo asociado a pieza matrimonial, sexo furtivo a baño público y violación al despeladero.
El vídeo de Fifi y sus amigos participa de esta retórica de los espacios, de esta cartografía los protocolos sexuales: hay espacios privados en los cuales un grupo de niños tiene sexo. A diferencia del porno, el sexo en el vídeo no está velado por el simulacro. Quizá habría que decir que en el porno tampoco, pero le asignamos al menos, para el alivio de nuestra conciencia, el rótulo de actor a quién lo ejecuta. En el porno el acto sexual es cometido en privado, pero en tanto que asunto público, en tanto es presentado como puesta en escena es determinado por el simulacro. Esto último es lo que no pasó con el vídeo en cuestión: el sexo salió del espacio privado y con ello rompe con la asignación protocolar que el mismo porno pretende desarrollar en sus contenidos.
Otra vez aparece la noción de dispositivo: ¿Cómo es que la práctica privada sale deviene asunto público? A través de un dispositivo. Más allá de internet y facebook, como medios, está el lugar en el que fue colgado el vídeo: un grupo llamado “muro de las confeciones” (sic). La confesión es, sin duda, un elemento que pertenece al circuito de lo privado: se le dice a un cura, a un médico, a alguien de confianza. Sin embargo acá es lanzada al espacio público.
El segundo problema planteado por la puesta en escena pornográfica de Fifi y sus amigos: el discurso sobre el sexo ha sido capturado por la propiedad privada y el espacio doméstico.
La tragedia del fuego
Quizá el punto más álgido de todo esto sea el dado por la administración de los sujetos en el discurso pornográfico. Pensemos otra vez en el porno: hay roles asignados para los sujetos, de acuerdo a prácticas asignadas: un pasivo y un activo, un penetrador y un penetrado, un deseante y un deseado. Una serie de patrones binarios y dicotómicos concebido en la antesala de la heterosexualidad normativa. Una serie de roles sexuales se convierten en roles políticos por su violencia visual. Sin embargo la violencia era parte ya del discurso pornográfico. El vídeo en cuestión que reproduce una retórica pornográfica pareciera preocuparnos particularmente por esto: una mujer sometida con una serie de hombres, puesta mediante un lenguaje visual en el rol de sujeto vulnerable.
El tercer problema planteado por la puesta en escena pornográfica de Fifi y sus amigos: el discurso sobre el sexo ha sido enunciado como una cuestión política, que asigna a los cuerpos roles mediante los cuales estos pueden ser vulnerados.
Cada vez que aparece uno de estos vídeos en los que hay niños involucrados en ejecuciones sexuales hay gente poniendo el grito en el cielo. Y me pregunto yo, más allá de la pornografía infantil, de la exhibición cuerpos teniendo sexo y la distribución de roles, ¿no será que nuestra noción del sexo es lo suficientemente violenta y agresiva como para querer restar a los niños de ésta?
El problema claramente no se soluciona con bajar de la red el vídeo. Tampoco cerrando los ojos a formas de sexo adolescente e infantil, ni tampoco cerrándole a ellos la boca sobre estos asuntos. Obviamente tampoco generando mecanismos más eficientes de vigilancia y seguridad en internet. El problema es cómo nosotros, el mundo adulto, hemos hecho del sexo un espacio de vulneración de los cuerpos. El problema (para parafrasear a Beatriz Preciado una vez más) no es la violencia de género, es que el género es una violencia.