El tema económico es complicado: si uno gana más que el otro, si los dos ganan lo mismo pero uno es más gastador, si uno cree que el sueldo del otro es la extensión de su propia billetera y se maneja considerando únicamente sus propias necesidades, y otras variantes, pueden generar desequilibrios que, sumados a que el dinero es un tema tabú y, por ende difícil, de conversar, confluyan en un estallido de peleas.
La base para un sano aborde a la cuestión, es la sinceridad y la verbalización de los conflictos. Esto último es fundamental ya que las cosas no dichas a tiempo suelen surgir por algún otro lado, a veces como reproche en medio de una discusión sobre cualquier otra cosa, y eso además de hiriente es catastrófico.
Claro que dependerá de la situación de cada relación (si conviven es una cosa, si no es otra) pero aquí hay una serie de tips para aliviar los roces con respecto a lo económico:
La independencia: Como no son un organismo unicelular sino dos personas que comparten un vínculo, es importante que cada uno cuente con, al menos, un cúmulo de dinero personal para gastarlo en lo que se les antoje. Este monto es propiedad exclusiva de cada uno y, por lo tanto, no hay que dar explicaciones sobre en qué se utiliza o en qué no. Pero siempre hay que dejar las reglas claras: si el presupuesto es compartido y uno gastó su dinero particular antes que el otro, no es obligación del segundo otorgarle nada de su parte personal.
Ser realistas: Dividir absolutamente todo al 50% es imposible. Por eso, es recomendable que se haga un fondo común para los gastos compartidos en donde ambos, puedan o no, invertir la misma cantidad de dinero. Si uno tiene un salario mayor, tal vez quiera hacer un aporte más generoso, siempre y cuando se establezca un determinado piso al que los dos puedan acceder.
Por otro lado, ser realista también implica saber con qué presupuesto se cuenta y ajustarse a él. No es bonito, pero lamentablemente vivimos en un sistema capitalista que nos obliga a ello -o, si no, a meternos en deudas y préstamos-.
Pero, ¿qué sucede si uno es más despilfarrador que el otro? En este caso, como se trata de un adulto, hay que hablarle con paciencia y explicarle las consecuencias que conlleva andar por la vida agitando la billetera como si se fuera Donald Trump. Es importante mantener la calma, por más exasperación que la irresponsabilidad económica pueda generar.
¿Y si el otro es un amarrete y no quiere nunca, jamás, salir a cenar? Sucede lo mismo que en el caso anterior: con las cuentas claras, los gastos fijos estipulados, el monto común y un margen concreto de dinero destinado al ocio, explicarle que ese es un gusto que pueden permitirse.
Reciprocidad: Sabemos que el dinero no es lo más importante. Que, en definitiva, no tiene ni siquiera punto de comparación por el amor que sentimos por la otra persona. Que es un elemento que estamos obligados a utilizar por vivir en esta sociedad, pero que, como dicen, «va y viene». Lo que sí es importante es el acto de compartir y de ser generoso, lo cual, no quiere decir que una de las partes se aproveche de la otra y sea siempre el mismo el que pague los pequeños lujos o, incluso, los gastos cotidianos. Esta es la parte más incómoda de conversar, pero si se quiere tener una relación sana, hay que enfrentar la situación de la manera más delicada y honesta posible.
¡Suerte!