El relato más impactante del colapso de Pilar Sordo

Por Jessica Celis Aburto En 2014, una grave alteración metabólica la obligó a parar, escucharse y re-conocerse

El relato más impactante del colapso de Pilar Sordo

Autor: Ciudadano

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Por Jessica Celis Aburto

En 2014, una grave alteración metabólica la obligó a parar, escucharse y re-conocerse. Renegó de la medicina tradicional para auto-sanarse, guardó silencio, se hizo preguntas, y el resultado fue su séptimo libro, «Oídos sordos», un llamado a escuchar las señales del cuerpo.

Por cerca de 3 años la sicóloga Pilar Sordo (50) –30 años de trayectoria, 7 libros y 8 investigaciones– tuvo muchos síntomas que la tenían sumida en perturbaciones constantes. El problema era que no los veía. O, como ella dice, «no oía porque estaba sorda. Las primeras señales de una enfermedad no son físicas y no estamos acostumbrados a tomarlas en cuenta».

Corría el 2013 cuando la pérdida de energía comenzó a ser una constante. Decía que era cansancio. Dormía mal, tenía retención de líquidos y se empezó a hinchar. «No andaba muy armónica, aún cuando tengo facilidad de angustiarme porque soy muy autoexigente. Andaba más suspicaz, suspirando y con una sensación de guata apretada permanente, aunque no es una sensación desconocida en mi historia en general. Entonces pesqué menos», cuenta.

Los síntomas corporales más evidentes comenzaron el 2014, con derrames oculares cada 15 días. Partió al oftalmólogo, quien le recetó gotas para los ojos. «Todo está normal», le dijo. Y ella siguió su rutina como si nada. Luego vinieron las taquicardias y visitó al cardiólogo, quien no le encontró nada. «Era muy raro, paradójico. Sentía que estaba haciéndolo todo bien, porque me estaba haciendo todos los exámenes, siendo responsable de mi en cuanto a lo que socialmente había que hacer. Por primera vez en mi vida era top en eso».

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Luego se le hincharon los ojos y generó alergias frente a alimentos que nunca le habían provocado problemas. Finalmente un sangramiento vaginal durante 3 meses la llevó dónde su ginecóloga, Silvia Kauac, quien no encontró explicación para lo que le ocurría. No era pre-menopausia. «Ella me dijo que me encontraba ‘rara’, y le conté todo lo que me venía pasando en términos físicos, y se aterró. Me dijo que lo que me pasaba era gravísimo, que era una alteración metabólica severa, lo que antiguamente se le conocía como surmenage. Es loco porque todo tenía que ver con la sangre: mi cuerpo me estaba indicando que me estaba reventando», confiesa.

De esa experiencia –y tras 4 años de investigación– nació el libro «Oídos Sordos», un llamado a escuchar las señales del cuerpo y encontrar la verdadera salud, donde relata en primera persona lo que descubrió a través de su propia enfermedad y su proceso de sanación. Por primera vez ella fue parte de su estudio.

«Mis síntomas fueron muchos y los fui viendo de a uno, sin entender que el cuerpo me estaba dando señales de un conjunto de cosas al que yo hice ‘oídos sordos’. Sí, el título de este libro parte desde una autocrítica muy seria. Desde esta misma vereda pienso que otros títulos habrían sido igual de apropiados: Yo, la peor de todas, o No hay peor sordo…», cita al iniciar su libro.»Es importante aclarar que, independiente de que no nos demos cuenta de lo que nos pasa y de los significados que esto tiene, la medicina actual no ayuda en nada en esa visión integradora que necesitamos para entender de manera global lo que se entiende por salud. La medicina está hoy tan fragmentada e hiperespecializada que los médicos nos ven como órganos independientes más que como seres integrales», explica en el mismo texto.

¿Qué te estaba diciendo tu cuerpo?
Tengo la sensación, hoy, que me dijo que no era capaz de seguir acompañándome con el ritmo de vida que estaba llevando. Llevo 6 años viajando 15 días al mes por Chile e Hispanoamérica para dar conferencias; éste sería el séptimo. Es un camino que hago por muchos lugares y no todos son hoteles cómodos como se puede imaginar. Súmale a eso que no he parado de trabajar desde los 18 o 20 años. Creo que mi cuerpo me dijo que hasta ahí llegaba.

¿Cómo te hiciste cargo?
Hice el inside de que esto era algo que yo me había generado, y tenía dos opciones. La primera era meterme en el túnel de la medicina tradicional (alópata), no salir nunca más de ahí y donde iba a terminar con antidepresivos sin estar deprimida. Si la tomaba me sentía súper inconsecuente con mi mensaje. Gran parte de mi caminata tiene que ver con el autocuidado en todos los órdenes, entonces no me podía parar en un escenario a decirle a la gente «a mí no me resultó, estoy drogada…». No podía. Entonces le pedí a la Silvia y a otro médico que me dejaran hacerlo sola. Esa era la segunda opción: investigar por mi cuenta, estudiar todo, desde la alimentación hasta aprender a meditar. También empezar a preguntarme. Iba a cumplir 50 años, y creo que también se produce este reventón porque me casé hace 2 años con un hombre maravilloso (Juan Fabri), quien es capaz de sostenerme. Y como siempre estuve a cargo de mi vida y en términos emocionales bastante sola, siento que mi inconsciente supo que tenía un colchón para poderme tirar, supo que de verdad me podía enfermar, porque estoy segura que si no hubiera sentido ese espacio de contención habría seguido hasta reventarme con un infarto. Él se ríe porque es 18 años mayor que yo, se suponía que el viejo era él y que yo lo iba a cuidar (risas). En todo caso es mucho más joven de alma que yo. Lo único que me pidieron mis médicos tradicionales fue que acelerara mi metabolismo.

En ese punto partió con la zumba, la cual practicó pero dejó por varias razones que asume en un mea culpa. «No he logrado retomarla, pero tengo claro que es una tarea pendiente», dice.

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En ese momento, ¿paraste las giras?
Sí. El 2014 suspendí una enorme que tenía por Uruguay, Paraguay y el norte de Argentina. Después hice lo que por contrato estaba obligada a hacer, y en el verano no hice nada. El año pasado organicé todo pero con distancia, porque tenía miedo de que al sentirme mejor pusiera de nuevo la pata en el acelerador, porque es mi estructura ser así. Cuando ya conoces tus propias trampas es más fácil tener las herramientas para tomar decisiones en pos de un autocuidado.

Hablas del concepto «enfermedades de la pasión», que atribuyes a Sergio Lagos, y que alude a las personas apasionadas por su trabajo, que lo aman. Entonces, ¿cuál es el límite para no enfermar?
Hay dos cosas distintas. La gente que ama lo que hace –y me incluyo– tenemos menos claves para reconocer el cansancio porque disfrutamos lo que hacemos, entonces no nos damos cuenta que estamos cansados ni asociamos que algo que se hace con placer igual es cansador. Y que además cambia con el paso de los años: lo que hacía fácilmente a los 30 ya no me es tan fácil a los 40 o 50, porque el cuerpo no es el mismo y se cansa más. Las personas «enfermas de la pasión» debemos aprender que lo que amamos hacer debe ir de la mano con un cuerpo en sincronía y armonía. Eso implica guardar silencio y preguntarnos cómo estamos o nos sentimos, aún cuando estemos disfrutando, porque el cuerpo te puede estar informando otra cosa. A la gente que no le gusta lo que hace le pasa algo distinto, porque tienen permanentes reportes, como andar 3 veces a la semana con jaqueca o tener lumbago. Tampoco nunca se han preguntado por qué les pasa eso, entonces, deberían preguntárselo, y la respuesta es que deben buscar algo que de verdad les guste hacer. Esos síntomas son directamente causales, y es muy frecuente en personas que viven con el «me gustaría» o «voy a tratar», que para mí son dos frases de mierda que deberíamos erradicar del léxico. Al final, para quienes amamos nuestro trabajo y para los que no, tenemos el mismo desafío: detenernos y preguntarle al órgano que te duele por qué te duele. A lo mejor sí vas a necesitar un fármaco, pero si te lo tomas, vas a estar conciente de que estás haciendo un trabajo emocional que de verdad hace sentido. Si no, es pura anestesia todo el rato, ¡Somos el país hispano que tiene más farmacias por metro cuadrado en América Latina! Todos los centros de salud pública, a pesar de sus fallas, ¡están repletos! Eso no puede ser normal. No puede ser que no haya cupos para atenderse de nada. En Chile hay una sobrevaloración del síntoma y cero de las causas que lo generan.Imagen foto_00000002

¿Somos maestros para resaltar siempre lo malo y no lo bueno, en todos los ámbitos de la vida?
Lo que más me preocupa es cómo hemos eliminado la expresión de sentimientos positivos, el «te quiero», «te echo de menos». Justo lo que te faltó o no estuvo bueno, es lo que se te menciona. Creo que eso a la larga va enfermando a un pueblo. Todos necesitamos que nos reconozcan, que nos evalúen con cariño, que nos acojan, porque todos tenemos dolores. Si a los dolores individuales se suman los malos tratos que recibo cuando salgo a la calle, en mi trabajo, mis dolores aumentan el doble.

¿Qué se puede hacer en lo cotidiano para ser chilenos más contentos, más amables, más positivos, menos quejones?
No soy iluminada ni tengo ninguna condición especial, por eso investigo. No puedo hablar desde mí, y por eso mis libros no son de autoayuda porque no hablo desde lo que sé, sino desde lo que descubrí. Y para responder tu pregunta, tengo la frase de Margarita, una mujer que ya murió. Estaba en una sala común del Sótero del Río muriendo de cáncer. Entré a verla con la gente de mi fundación del Cáncer Vida. Una de las cosas que promuevo es que cuando se tiene cáncer hay que maquillarse con colores más rosas para cubrir el amarillo de la piel, por ejemplo. Margarita estaba en sopor, apenas hablaba y despertó para conversar conmigo y pedirme que la maquillara. Me dijo «mi «campo de elección es muy mínimo. No hay nada que pueda elegir porque me voy a morir, salvo una cosa: cómo morirme». La maquillamos, y esa frase del «campo de elección» siento que es una tremenda frase, porque uno espera que ojalá en su vida los campos de elección fueran infinitos y uno pudiera elegirlos todos, pero no se puede. Cuando lo pasas mal, esos campos inevitablemente se estrechan. Lo importante es aprender que aún cuando pareciera que en algunos casos no los tenemos, siempre existen.

En el fondo, decidir ser feliz o no…
Absolutamente. Y puede ser algo muy mínimo. Siempre puedes cambiar el contexto a tu favor. Lo que más me duele del estudio es ver que no es que seamos tontos para vivir, sino que nadie nos ha dicho que tenemos espacios de elección, y que frente a ellos depende de nosotros el estar bien. Es tan básico el análisis que ni siquiera hemos llegado a preguntarnos cosas tan fundamentales sobre qué nos hace bien o mal, por ejemplo, por qué ver las noticias que están llenas de puras cosas negativas. O endeudarnos en Navidad para hacer regalos. ¿Te has preguntado si tienes ganas de ir a meterte a un mall o tienes plata para eso? La sociedad asquerosa de consumo nos entrena a no preguntarnos nada, porque así compramos más. Al sistema económico no le conviene que nos cuestionemos. Los medios están diseñados para mostrarnos una visión del país que no es. Chile no es lo que muestran las noticias. En Chile hay mucha más gente buena que mala, más gente que se levanta a trabajar que a destruir o robar, pero la buena noticia no vende, y además desconfiaríamos si hay puras noticias buenas.

¿Medios de comunicación que responden a sus auspiciadores?
Es toda una industria, lo mismo que la medicina tradicional. Si uno aplicara el trabajo personal y de las miles de personas que participaron en mi libro, los laboratorios podrían quebrar, porque a ellos no les conviene que haya gente que se haga cargo de este circuito. Con lo grave que estuve, llegué a tomar sólo un medicamento en la noche, todo lo demás fue natural. No le sirvo al sistema médico. Soy pésima paciente, no me hice ninguna resonancia ni scánner.

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Actualmente Pilar se encuentra con un dolor en el hombro, pero ya sabe su origen al aplicar lo que ella descubrió en su investigación. «Partí al traumatólogo para que viera si tenía una lesión, y me mandó a sacar 2 radiografías. No hice nada más que eso y ahora estoy mejor. Cuando supe que se venía todo el lanzamiento de este libro empecé a sentirme rara, saltona, me dolía la guata e hice lo que cuento en el libro que hay que hacer para empezar a tratarme: le pregunté a mi cuerpo, amorosamente, algo que nunca había hecho. Le pregunté a mi guata qué me pasaba, y me dijo clarito que tenía miedo. Y así era. Tenía miedo de volver a aparecer públicamente después de haber estado escondida mucho rato.

Volver a exponerte
Sí. Además, las investigaciones me las financio completamente y eso implica que tengo que pedir créditos, porque es caro.

En ese sentido, las críticas que recibes por ser considerada «liviana o light», ¿te pesan?
Ya no. No puedo decir quiénes son los que me cuestionan, porque nunca nadie lo ha hecho de frente, pero supongo que lo hace cierta élite intelectual que considera que para ser inteligente hay que hablar en complicado, y justamente mi esfuerzo intelectual es al revés: trato de simplificar todo lo más posible para que todo el mundo lo entienda y así ser lo más transversal que pueda. Lo que más me produce orgullo en mis 30 años de trabajo es que en una casa me conoce desde la nana hasta el dueño de esa casa. Esa transversalidad me ha costado horrores mantenerla en Chile y Latinoamérica. Lo que me da pena es la mentira, como que digan que no investigo o que no me preocupan las injusticias sociales. Pero la vida es sabia y me ha pasado muy frecuentemente en el último tiempo que se me ha acercado gente a pedirme perdón en las charlas por ser prejuiciosas conmigo. Creo que tiene que ver con varias cosas, como que ahora soy más clara con el mensaje y con mostrarme como quién soy a mis 50 años. Ya no tengo ganas de darle explicaciones a nadie por mi trabajo. Ya me gané la vida, y sé cómo seguir haciéndolo.

¿Cómo es tu estado espiritual y emocional hoy?
Siento que no estoy de alta, porque no me quiero sentir de alta, si no voy a volver a lo mismo. Quiero mantenerme en tránsito permanentemente y hasta el fin de mis días, porque quiero estar siempre alerta. No quiero que se me olvide nada de lo que viví, porque lo pasé horriblemente mal. Mi primera clase de zumba me la lloré toda porque me dolía el cuerpo, me sentía angustiada, no quería bailar y sentía que no podía hacerlo, me sentía pesada. No quiero olvidar eso, porque en 10 años más voy a tener 60 y esta década es clave en el cómo voy a envejecer. Lo que haga bien o mal va a redundar en mi vejez, proporcionalmente. Y quiero envejecer linda y sanamente. Mi única intención es poder llegar al corazón de la gente, y desde ahí dejar una huella antes de morirme.

SU REGALO A FRANCOIS HOLLANDE
Hace años que Pilar Sordo no atiende pacientes por su trabajo como investigadora y charlista, pero le encantaría volver a hacerlo y no lo descarta. En un tiempo más partirá a Europa. Casi todos sus libros se empezaron a traducir al francés y rumano, y pronto estarán en italiano y portugués. «Pasó algo muy lindo con el embajador chileno en París, Patricio Hales. Tras los atentados de noviembre le enviamos al presidente Hollande mi libro ‘Bienvenido Dolor’, traducido al francés, para que se lo enviara a los familiares de los afectados por el atentado. Ahora todas esas familias lo tienen.»

Con información de: NuevaMujer


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