Los tailandeses lloraron desconsoladamente la muerte de su rey. Después de todo, querían y veneraban como a un dios a Bhumibol Adulyadej, el monarca constitucional que reinó por 70 años el país hasta que murió el 13 de octubre. Como en todos los regímenes de esa naturaleza, era el jefe del Estado, ejercía funciones netamente ceremoniales, y servía de garante de la estabilidad nacional. Pero lo que más ha entristecido a sus súbditos es que le sucederá el príncipe heredero, Maha Vajiralongkorn, quien a sus 64 años es una figura excéntrica a quien nadie quiere, ni la elite, ni el pueblo. Todavía no lo han coronado, pero su vida de excesos y mujeres ya arroja grandes dudas sobre el futuro de la dinastía, que proviene del siglo XVIII.
La imagen del príncipe Vajiralongkorn cayó al suelo desde que se filtró el video de la fiesta de cumpleaños de su poodle, Foo Foo, en el que aparecía compartiendo con su entonces esposa Srirasmi Suwadee en topless, cubierta por nada más que una tanga diminuta, mientras un séquito de meseros les tomaba fotos y les pasaba comida. El video causó mucha controversia entre los tailandeses, que vieron desnuda a quien sería hoy su nueva reina si el príncipe no se hubiera divorciado en 2015, su tercer matrimonio fallido y una muestra de su inestabilidad emocional. En 1977 se casó con su prima Soamsawali Kitiyakara, a quien dejó para volver a casarse con su entonces amante, la actriz Sujarinee Vivacharawongse, en 1994.
“Es un poco don juan. Es buen chico, pero las mujeres lo encuentran interesante, y él las encuentra todavía más interesantes a ellas”, justificó su madre, la reina Sirikit, en una rueda de prensa en Texas. Su vida de mujeriego es vox populi a pesar de la ley de lesa majestad que penaliza divulgar cualquier información negativa de la familia real con hasta 15 años de cárcel. Según cuenta el periodista Andrew McGregor en su libro #Thaistory, es un secreto a voces en Bangkok que el príncipe “prefería pasar el tiempo en su casa de campo en Múnich con su amante principal”, Suthida Vajiralongkorn, a quien conoció como azafata de Thai Airways y ahora comanda su guardia personal.
Pero las excentricidades del futuro rey van más allá de su fama con las mujeres, que le valió el calificativo de príncipe playboy en los medios extranjeros. Elevó a su perro al grado de mariscal de la Fuerza Aérea, un título honorífico que en la práctica le permitía asistir a los eventos oficiales, subirse a la mesa y tomar agua de los vasos de los invitados, como contó el exembajador estadounidense Ralph Boyce en un cable filtrado por WikiLeaks. El cariño de Vajiralongkorn por el perro era tal, que cuando murió en 2015 le hizo una ceremonia de cuatro días, lo que duraría un funeral budista para un humano.
Por estas razones la gente quiere muy poco al príncipe. Para la clase popular el futuro monarca es un personaje excéntrico, ajeno a sus costumbres conservadoras. Para la gobernante junta militar su mala imagen es un peligro, pues su legitimidad depende del apoyo de la Corona. Consciente de esto, la junta ha intentado mejorar la imagen pública del príncipe en los últimos meses. Pero para el futuro rey tailandés, que apareció hace unas semanas en el diario alemán Bild cuando descendía de un avión en Múnich, vestido con una camiseta femenina minúscula que le quedaba de ombliguera y luciendo unos tatuajes de mentira que le cubrían la espalda, los hombros y los brazos, ese es un reto muy complicado.
Vía Semana