¿Para qué, si me siento bien?
¿A qué voy? ¿A que me esté tocando un cabrón que ni siquiera conozco?
Si a mí no me gusta hacerlo, ahora imagínate a una enfermera metiéndome algo por ahí.
Nunca es agradable ir al ginecólogo. No hay forma de ocultarlo: la vergüenza, el miedo y el dolor son cuestiones de peso que, a primera vista, parecen suficientes para evadir una cita que en el imaginario colectivo no sólo es molesta, también inservible y por decir lo menos, odiosa. Sin embargo, se trata de la parte más importante de la medicina, el pequeño resquicio donde la ciencia y la inteligencia humana aspiran a encontrar terapias y tratamientos capaces de traer consigo un estado de salud permanente: la prevención y el diagnóstico oportuno.
No hace falta sentirse mal para acudir al menos una vez al año a consulta ginecológica. Mucho menos cuando se trata de una pandemia que no tiene la atención ni los reflectores del VIH o la diabetes, pero que padecen más del 80 % de los hombres y mujeres alrededor del mundo.
El virus del papiloma humano (VPH) es especialmente común en la actualidad. Según el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, se trata de la enfermedad de transmisión sexual más común en todo el globo, gracias a que se transmite con el simple contacto contacto genital, sin necesidad de penetración o fluidos de por medio. Su presencia incluso funciona como indicador de que una persona inició su vida sexual y es altamente probable que el grueso de la población, alguna vez en su vida, haya adquirido VPH.
Se trata de un virus y como tal, no existe una cura ni forma de evitarlo distinta a la vacunación. En gran número de países de América Latina, la inmunización ya forma parte del esquema obligatorio de vacunación, pero los gobiernos y organismos encargados de salud aún tienen dificultades para conseguir una cobertura universal, especialmente para las mujeres.
A pesar de lo cotidiano que resulta encontrar a una persona portadora del VPH, el problema real está en su diversidad biológica y evolutiva: se estima que existen más de 120 cepas del papiloma humano, de las cuáles cerca del 85 % son temporales y resultan inofensivas en un sistema inmunitario promedio.
No obstante, el verdadero riesgo está en el resto, especialmente en las variedades 16 y 18, que se diferencian de otros tipos por actuar silenciosamente y cuando se mantienen a largo plazo, son las principales responsables en más del 90 % de los casos de cáncer del cuello cérvicouterino. Otras variedades, como la 6 y 11, sólo producen alteraciones a nivel epidérmico, como la aparición de verrugas en el área genital y perianal, éstas pueden ser combatidas con un tratamiento médico.
He ahí la importancia de dejar de lado la vergüenza, la molestia y la ignorancia para acudir con el especialista de la salud sexual femenina con frecuencia para un chequeo de rutina. Éste debe incluir la prueba del VPH y el Papanicolau para evitar futuras complicaciones que fomenten la aparición de células anormales y comprometan la salud.
La prevención también juega un papel imprescindible: el uso de condón en cada relación sexual, pues los hombres son portadores silenciosos de distintos tipos de VPH.
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