El ser humano tiene una disposición genética que lo programa a sentir miedo. Está definido en nuestro ADN el responder con temor ante potenciales peligros que puedan amenazar nuestra seguridad o espacio de confort.
Uno de los miedos extremos más comunes es la acrofobia o la fobia a las alturas. Aunque hay quienes parecieran ser inmunes al vértigo. Un ejemplo de ellos es Philippe Petit, funambulista francés que se hizo conocido mundialmente tras cruzar sobre un cable la distancia que separaba las antiguas Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York.
Como el caso de las Torres Gemelas, el diseño y construcción de rascacielos fue el lugar de mayor desarrollo de este tipo de edificaciones. Por ello, el rubro de la construcción se estableció como una fuente de ingresos segura y creciente, atrayendo a grandes cantidades de albañiles, carpinteros y soldadores que, trabajando sin descanso, enfrentaron la peligrosidad de estas construcciones para levantar estos bastiones de acero.
Tras el término de la Primera Guerra Mundial y con el nuevo orden de naciones, Estados Unidos fue uno de los países que recibió mayor cantidad de inmigrantes provenientes de Europa, quienes tras el azote de la Gran Guerra buscaban en Norteamérica nuevas oportunidades de vida.
Y fue en el campo de la construcción, específicamente de rascacielos, donde encontraron una cierta seguridad. Con el acelerado desarrollo de proyectos y la gran cantidad de edificios en construcción la mano de obra se hacía escasa. Además de la peligrosidad ya mencionada, los trabajadores debían soportar el duro invierno, las altas temperaturas de verano y la complejidad del trabajo a alturas nunca antes vistas.
Fue por esta última razón – el trabajo en altura – que un nuevo grupo de obreros tomó fuerza en la región. Eran los indios mohawks, provenientes de la reserva de Kahnawak, en Montreal, Canadá, quienes habían amplio reconocimiento por su excelente labor y pericia en alturas durante la construcción del puente que atravesaba el río St. Lawrence, en el territorio de Mohawk.
Con una particular fisonomía de pómulos pronunciados, piel cobriza y una caminata altiva sobre las vigas de acero suspendidas a cientos de metros de altitud, no eran inadvertidos y fueron denominados como las «águilas de la construcción», generando impacto y admiración en la población.
Un reflejo de lo anterior quedó registrado en la histórica fotografía «Lunch atop a Skyscraper» tomada el 20 de septiembre de 1932. En la imagen tomada por el fotógrafo Charlie Clyde Ebbets, se captó a once obreros mohawks almorzando en una viga suspendida en el piso 69 – a unos 244 metros del suelo – del RCA, edificio del Rockefeller Center, durante su construcción.
En la foto se pueden apreciar dos elementos fundamentales: en primer lugar, las precarias condiciones laborales en que trabajaban en la época de plena recesión económica, sin sistemas de seguridad, arnés ni cascos; y en segundo lugar, la probable mutación genética que tenían estos individuos que les impedía sentir vértigo.
La tasa de accidentes
Después de un largo tiempo de circulación de la imagen, se supo que dos de los hombres que aparecen en la fotografía no eran de ascendencia mohawk: los trabajadores que aparecen a ambos extremos de la foto eran de origen irlandés.
Sin embargo, la ausencia de miedo de los mohawks a las alturas fue de gran utilidad para los desarrolladores de estos impresionantes proyectos, ya que contaban con una fuerza de trabajo que podía ejecutar tareas de alto riesgo que no terminaran en accidentes. De hecho, durante la construcción del Empire State Building hubo solo cinco muertos por accidentes laborales.
De igual forma, y como parte de toda leyenda, se decía que al finalizar la jornada y encaramados a los tablones se reunían los mohawks para jugarse a las cartas su salario, unos dos dólares por hora.
Sin lugar a dudas, algo más que falta de miedo debe haber ocurrido.
Con información de ABC.