Mayukh Sen, escritor para el NY Times y otros importantes portales, decidió exponer el lado B de Gandhi, una de las figuras que a nivel mundial más asimilamos con el concepto de paz. Resulta que además de eso, tenía graves problemas con los parias de las castas en India, racismo contra gente de color y marcaba la diferencia entre hombres y mujeres. ¿Era sólo por ser de otra época, o Gandhi no es como lo pintaron?
«En agosto de 2012, justo antes del 65º aniversario de la Independencia de la India, Outlook India, una de las revistas impresas con mayor circulación en el país, publicó los resultados de una encuesta que había realizado entre sus lectores. ¿Quién, después de «el Mahatma», es el personaje más destacado de la India? El Mahatma de esta pregunta era, por supuesto, Mohandas Karamchand Gandhi.
No resulta sorprendente que Outlook diera por buena esta suposición como verdad absoluta. Gandhi se ha convertido en un barómetro obvio para la grandeza de la India, si no para la grandeza en general. Después de todo, ¿a quién no le gusta Gandhi? Lo conocemos como un anciano frágil, noblemente desnutrido, con un alma piadosa y moral. Es el tipo que marcó el comienzo de una nueva resistencia pasiva en la India, un país al que ayudó a escapar de las garras del dominio británico. Lideró diversas huelgas de hambre hasta que el disparo de un nacionalista hindú lo mató y, a todos los efectos, lo convirtió en un mártir. Mi abuelo materno estuvo en la cárcel con Gandhi en 1933, así que crecí sabiendo que este mito fue improvisado a partir de verdades a medias. Mi abuelo utilizó las lecciones que había aprendido en la cárcel para comenzar un Ashram en las entrañas de Bengala Occidental. Como consecuencia de ello, mis padres me criaron con una comprensión íntima y profunda de Gandhi que oscilaba entre lo laudatorio y lo crítico. Mi familia lo adoraba, aunque en realidad nunca compramos la idea de que él solo orquestara el movimiento de independencia de la India. Esto por no hablar del fanatismo de Gandhi, que estaba prohibido mencionar en casa. En las décadas transcurridas desde su asesinato en 1948, la imagen de Gandhi se ha construido con tanto cuidado, limpiando todos sus sucios detalles, que es fácil olvidar que basaba su retórica en el desprecio hacia los negros, en la alergia a la sexualidad femenina y en la falta de voluntad general para ayudar a liberar a los parias o «intocables».
Gandhi vivió en Sudáfrica durante más de dos décadas, de 1893 a 1914, trabajó como abogado y luchó por los derechos de los indios, pero solo por los del pueblo hindú. Para él, como expresó con toda claridad, los sudafricanos negros apenas eran humanos. Se refirió a ellos usando el insulto despectivo sudafricano kaffir y lamentó que los indios se consideraran «poco mejores que los salvajes o los nativos de África». En 1903 declaró que «la raza blanca en Sudáfrica debía ser la raza predominante» y después de que lo enviaran a la cárcel en 1908, se mofaba de que a los indios se les enviara con los presos negros y no con los blancos. Algunos activistas sudafricanos han sacado estas partes del pensamiento de Gandhi de nuevo a la luz, como hicieron dos académicos de Sudáfrica en un libro publicado el pasado septiembre, pero apenas han hecho mella en la conciencia cultural de Occidente.
Por esas mismas fechas, Gandhi empezó a cultivar la misoginia, que lo acompañaría durante el resto de su vida. Durante sus años en Sudáfrica, respondió una vez al acoso sexual por parte de un joven hacia dos seguidoras de Gandhi cortando a la fuerza el cabello de las mujeres para asegurarse de que no provocaran ningún deseo sexual (Michael Connellan explicó con todo detalle en The Guardian que Gandhi creía que las mujeres perdían su humanidad en el momento en que los hombres las violaban). Se guiaba bajo el supuesto de que los hombres no podían controlar sus impulsos depredadores básicos y, al mismo tiempo, afirmaba que las mujeres eran responsables de esos impulsos. Sus opiniones sobre la sexualidad femenina eran igualmente deplorables: según indica Rita Banerji en su libro Sexo y Poder, Gandhi veía la menstruación como la «manifestación de la distorsión del alma de una mujer por su sexualidad», y también creía que el uso de anticonceptivos era signo de tendencia a la fornicación
Se enfrentó a esta incapacidad para controlar su libido masculina cuando juró celibato (sin comentarlo con su esposa) en la India y empleó a mujeres —incluyendo a niñas menores de edad, como su sobrina y su nieta— para poner a prueba su paciencia sexual. Dormía desnudo junto a ellas en la cama sin tocarlas, asegurándose de no excitarse.
Tal vez era Kasturba, la esposa de Gandhi, con quien éste se desquitaba. «Simplemente no puedo soportar mirar la cara de Ba», dijo una vez Gandhi sobre ella mientras lo cuidaba durante una enfermedad. «Su expresión suele ser como la de una vaca mansa y le da a uno la sensación de que en su propia manera tonta está diciendo algo». Por supuesto que un defensor a ultranza afirmaría que las vacas son seres sagrados en el hinduismo, así que el que Gandhi comparara a su esposa con una vaca era en realidad un cumplido. O tal vez podríamos atribuirlo al mero fastidio marital. Pero cuando Kasturba contrajo neumonía, Gandhi le negó la penicilina. A pesar de que los médicos dijeron que la curaría, insistió en que el nuevo medicamento era una sustancia desconocida que su cuerpo no aceptaría. Ella sucumbió a la enfermedad y murió en 1944. Unos años más tarde, tal vez al darse cuenta del grave error que cometió, voluntariamente tomó quinina para tratar la malaria y sobrevivió.
Hay un impulso occidental por ver a Gandhi como el aniquilador de castas, una caracterización categóricamente falsa. Gandhi consideraba la emancipación de los parias como un objetivo insostenible y sentía que no merecían tener derecho al voto. Insistió, en cambio, en que los parias siguieran resignándose, a la espera de un giro que la historia nunca les concedió.
La historia, como Arundhati Roy escribió en su importante ensayo publicado el año pasado The Doctor and the Saint (El doctor y el Santo), ha sido increíblemente condescendiente con Gandhi. Esto nos ha dado la libertad de restarle importancia a sus prejuicios y considerarlos como meras imperfecciones, pequeñas marcas en unas manos limpias. Los defensores más acérrimos insistirán en que Gandhi era humano y por eso tenía defectos. Tal vez transformen sus prejuicios en algo positivo, prueba de que era igual que nosotros o algún otro tipo de deserción retórica: sacar a la luz los prejuicios de Gandhi demuestra que los occidentales albergan una fascinación enfermiza por los problemas de la India, como si los escritores no orientales estuvieran obsesionados con inventar de la nada males sociales que azotan el subcontinente.
Estos son los ejercicios mentales que empleamos cuando estamos ansiosos por mitificar a alguien. Los rasgos infames que Gandhi mostró persisten en la sociedad india: desprecio virulento hacia los negros, una indiferencia displicente hacia los cuerpos de las mujeres, una miopía prudente en torno al pésimo trato hacia los parias… No es casual que estas partes de la retórica de Gandhi hayan sido erradicadas de su legado
Pero, ¿cómo se puede estar a la altura de un sobrenombre ridículo como «el personaje más grande de la India»? Ser nombrado la persona más importante de un país donde viven miles de millones de personas supone una carga colosal para cualquiera y crear a un ídolo falso implica ejercitar el olvido en grandes dosis. Es sencillo admirar a un hombre que en realidad no existe».
Fuente: Broadly, VICE.