Libertinos, escandalosos, sumisos, dominantes y hasta completamente asexuados. La vida de los grandes escritores de tiene una significancia tal en sus obras, que no logramos ser ajenos a sus biografías. Aquí un informe sobre su sexualidad.
No es un secreto que Lord Byron, el padre de romanticismo, haya mantenido una relación incestuosa con su media hermana mientras estaba casado con una de sus esposas; la misma que, una vez separados, lo acusó de violación. Más tarde tendría una hija con Claire Clairmont, hermana de su amiga Mary Shelley, de la que nunca se haría cargo. Una curiosidad: conservaba como souvenir de sus amantes un mechón de vello púbico en una gran caja. Contaba orgulloso más de 250, entre hombres y mujeres. Al menos nos legó su poesía y su prosa donde eleva al amor, porque en lo que respecta a su comportamiento… es otro capítulo en su vida.
Tolstoi se casó a los treinta y cuatro años con una joven Sofía Behrs de dieciocho. Ella fue la abnegada madre de sus ocho hijos y copista de toda su obra. En la noche de bodas, León no tuvo mejor idea que enseñarle su diario íntimo, donde relataba todas sus aventuras amorosas que, parece, no eran pocas. Sofía confesó que se había asqueado de tanto descaro.
El gran librepensador Thoreau fue un rompecorazones nato a pesar de que, según su vecino Nathaniel Hawthorne, era «feo como un pecado. De nariz larga, boca torcida y modales zafios y rústicos». Para peor, nunca se bañaba y se paseaba con la misma ropa una y otra vez. Pese a todo esto, muchas mujeres cayeron bajo su embrujo. Entre otras, la autora de Mujercitas y otros grandes clásicos, Louise May Alcott. «Bajo sus defectos, el ojo del Señor vio las grandes líneas que servirán de modelo para el hombre perfecto», escribió sobre él. Y si no fuera por el ¿pequeño? detalle del aseo, pues no se equivocaba.
Oh, la atormentada Virginia Woolf, la querida inglesa frágil e intelectualmente glamorosa. Abusada de pequeña, al igual que su hermana, por sus dos hermanastros, feminista a ultranza alentando a las mujeres a alzar su voz, la Woolf se debatió entre la depresión y una vida amorosa truncada. Su primer marido, Jack Hills, murió en la luna de miel a causa de una peritonitis. Más tarde, Virginia Stepehen —tal su apellido de soltera— se casó con el también escritor Leonard Woolf, siempre arrastrando sus psicopatologías. Amiga de personalidades de la talla de Bertrand Russell y Wittgenstein, formó parte del exclusivo grupo literario Bloomsbury, que entendía la libertad sexual como una de sus principales máximas. Así, comenzaría una importante relación con Vita Sackville West, también escritora, también casada. Fue una relación que duraría años y a la que Woolf le dedicará su épico Orlando, la vida de un héroe a lo largo de tres siglos en los cuales es tanto hombre como mujer. Vita lo entenderá como una encantadora carta de amor. A pesar de dar fin a la relación, continuaron la amistad hasta el suicidio de Virginia en 1941.
Más allá, bastante más allá, de considerar al Ulises de James Joyce como una de las grandes novelas del siglo XX, el irlandés fue de los fetichistas más destacados en el mundo de las letras. No solo le rogaba a su amada Nora Barnacle que lo azotara, lo abofeteara y flagelara —sendas cartas firmadas de puño y letra lo confirman—, también se ratoneaba con sus propios escritos refiriendo a «sus enormes tetazas» y su «culo lleno de pedos» y hasta le pedía que no lavara su ropa interior. «Es como si me volvieras animal. Eras tú, pequeña picarona desvergonzada, la que llevabas la iniciativa», escribe Joyce, dando a entender que la delicada Nora tenía la mente más sucia que él.
Qué hay para agregar sobre la pública y escandalosa vida homosexual de Oscar Wilde en la época victoriana y conservadora que le tocó vivir, que no hayamos leído en De Profundis. Quizá que tras su muerte y entierro en el cementerio francés de Pere Lachaise, un enorme falo de plata engalanó la tumba. Un furioso visitante lo rompió a martillazos y los empleados del lugar utilizaron las piezas como pisapapeles. El actor fetiche de Tim Burton, el eternamente joven Johnny Depp (¿Dorian Grey, sos vos?) durmió una noche en la pequeña habitación de hotel donde vivió —y murió— un ya pobre y olvidado Wilde: «Estaba obsesionado con su fantasma», cuenta el actor, «creía que aparecería de madrugada para sodomizarme». Un psicólogo a la derecha, por favor.
Ah, y la querida Gertrude Stein. Hemingway mantuvo una relación por años con ella, aunque «nunca pude llevarla a la cama», dirá el autor de El viejo y el mar. Y así como rechazó a Ernest, Stein, que prefería la compañía de las mujeres —se rumorea de una bella espía rusa como parte de su harén—, tras leer las poesías de Picasso le dijo: «Pablo, andá a casa a pintar, querido». Su eterna compañera, Alice Toklas —también mujer de letras de familia judía—, pareja, confidente y musa estuvo junto a la escritora hasta el último de sus días.
El Bardo recorría Inglaterra de arriba a abajo con sus manuscritos y así, el padre de las letras inglesas dejó, como en su obra, cantidad de hijos bastardos seduciendo a cuanta doncella —y hasta algunos jóvenes varones— se le cruzara (inclusive las esposas de sus amigos), un verdadero Casanova libertino resultó el gran William Shakespeare.
La poetisa Sylvia Plath, a pesar de haber vivido en Londres, no gustaba del hombre local: «Son como homosexuales pálidos y neuróticos», sentenció. En cambio, cuando conoció a Ted Hughes, quien terminaría siendo su marido, se excitó tanto que llegó a morderle una mejilla.
Sartre, el pensador que también nos heredó sus poleras como etiqueta de rigor para todo intelectual que se precie, aún a pesar de su aspecto desgarbado y de su matrimonio con Simone de Beauvoir, se paseó por la cama de cuanta joven estuviera interesada. No lo consideraba una infidelidad sino más bien una forma de masturbación, ya que no eyaculaba evitando así, creía él, una innecesaria intimidad.
También están los escritores asexuados, desde ya. Paul Bowles, el hombre tras El cielo protector, demostraba una gran apatía por el sexo. Tanto así que se casó con Jane Auer, escritora inglesa, declarada bisexual. Bowles aprobaba a las y los amantes de su esposa dada su aversión por el sexo.
J.M. Barrie, autor de Peter Pan, padecía de enanismo psicogénico lo cual aparentemente no le permitió desarrollar los genitales. Estuvo casado con la actriz Mary Ansell pero se divorciaron frente a la imposibilidad de concretar el matrimonio.
Aunque capaz de sentir un profundo amor, otro famoso asexuado fue Franz Kafka quien no solo escribió El Proceso y la Metamorfosis, sino que en sus Diarios apuntó: «El coito como castigo por la felicidad de estar juntos. Vivir en lo posible de manera más ascética que un soltero, esa es la única posibilidad para mí de soportar el matrimonio».
Quien también dejó asentado su desagrado por el sexo fue Salvador Dalí. Según sus propias palabras, su madre le «devoró» el miembro viril cuando era apenas un crío. «El sexo no es para mí», escribió en su Vida secreta de Salvador Dalí. A pesar de su larga y escandalosa relación con Gala, su eterna musa rusa, jamás la tocó.
La relación entre sexualidad y concepción artística no es ajena en un marco psicológico. La sexualidad puede ser desde la facilitadora hasta la inhibidora de su expresión cultural. Las perversiones son generadas por distintos disparadores que resultan el alimento de muchas de las obras artísticas a las que podemos echar mano en nuestras bibliotecas. Muchos escritores en su afán de reafirmación de género desarrollan una identidad sexual exquisitamente abrumadora.
Mientras el erotismo es la gran musa, el sexo es arte.