¡Ahora comprendo por qué cuando atacas a los hombres en compañía de las cihuateteo, al amparo de la noche, estos te gritan puto!
Y por qué los naguas llaman al acto sexual tlazolli, que significa erotismo, tierra y destrucción, pero también usado, desgastado, podrido, corrupto, desecho, basura, suciedad.
Así blasfemó Xochiquetzal –diosa de las flores, el amor, la belleza, el pecado y la transgresión, propiciatoria de las relaciones ilícitas y patrona de las prostitutas, cuando Tezcatlicopa –dios Negro y todopoderoso– decidió raptarla para conducirla a la región fría y oscura del norte, ubicada en el noveno cielo, para ahí violarla.
Como éste existen numerosos mitos prehispánicos de los que se recopila la esencia e historia erótica de las culturas nahuas; mismas que, aunque se desconozca, influenciaron la cosmovisión sexual que concebimos hoy. A través de deidades, fechas y actos, la sexualidad fue comprendida por distintas culturas mesoamericanas como el acto de explotar el placer con determinada finalidad.
A diferencia de la concepción milenaria que se tenía sobre el sexo, hoy, el placer es considerado más bien un derecho. De hecho, el erotismo y la sexualidad no se limitan al coito específicamente; mujeres y hombres del siglo XXI saben que la masturbación es un recurso inminente para explorar y explotar la satisfacción propia.
Nacho Casanova ilustra esos momentos en los que las mujeres– cautelosas, tímidas y, minutos después, rendidas ante ellas mismas– van explorando, poco a poco, las etapas de su deleite sexual. Desde mirarse al espejo en ropa interior hasta frotarse contra las sábanas en medio de la madrugada, es lo que ellas intentan para denotar el gozo físico que añoran.
Casanova nos incita a imaginar cómo ellas pueden disfrutar de sus dedos dentro de la vagina, pero también del golpeteo del asiento de una bicicleta sobre la que pedalean en ropa interior. El clítoris, los labios, el pubis, los glúteos y todas sus terminaciones nerviosas son el conducto que las eleva al cielo para ver las estrellas y luego las azota en el infierno para hacerlas arder.
Etapa 1
El reconocimiento de las propias curvas, cada cavidad, la textura de la piel, el umbral de dolor de las áreas más sensibles y la exploración táctil, son parte de la primera parte de ese despertar sexual. Mismo en el que el miedo, la duda o el bochorno, van desvaneciéndose conforme se eleva la temperatura.
Etapa 2
La decisión de introducir uno o dos dedos, o bien, de frotar con las yemas el área deseada, es el comienzo de un viaje idílico para quien se entrega ante las habilidades de sus manos o quizá al motor de un consolador. Saber cuándo parar, con qué velocidad avanzar y encontrar el punto más alto del deleite sólo es posible una vez iniciada esta etapa de ejecución.
Etapa 3
Mantener e incrementar los niveles de satisfacción en el cuerpo no es tan complejo, la verdadera prueba es dejarse llevar mental y emocionalmente para alcanzar el orgasmo sin interrupciones. Una vez que se perciben los primeros estragos de placer, la idea es no parar hasta que todo ebulla.
Etapa 4
La fusión de un río –ni salado ni dulce, más bien amargo y caliente– con el entumecimiento de los músculos, la implosión de varios vasos sanguíneos y la explosión de partículas sustanciosas comienza. Entonces, el orgasmo queda en el recuerdo, como un tatuaje en la vulva y algunos rasguños en la piel.
Pareciera que Nacho Casanova ilustra cada una de las fases a través de las que una mujer explora su propio placer. Con trazos sugerentes, líneas sencillas en un solo color y close ups al cuerpo femenino, este artista logra dos cosas: la primera, hacernos disfrutar de cada escena para imaginarlas en la realidad y la segunda, invitarnos a probar alguna de estas tácticas para conseguir aquel orgasmo que no todas han experimentado aún.
Vía: CC