Desde tiempos inmemorables, la pornografía ha sido parte esencial del ser humano. Miles de años atrás la gente ya marcaba la sexualidad en representaciones con el fin de estimular la imaginación. Hoy muchos creen que la pornografía se refiere sólo a los videos que encontramos en Internet en los que hay gente real teniendo sexo, pero en realidad el porno va más allá de eso, adentrándose en el arte, que para no ser ligada a esa industria gusta de llamarse “arte erótico”. Muchos artistas se alegran de hacer eso, de marcar una diferencia entre lo que algunos consideran inmoral y malo, pero otros como Porus Walker, hacen de su obra algo completamente explícito para no perder la relación entre arte, sexo y pornografía.
A partir de dibujos de una calidad discutible el arte de Porus Walker hace evidente su idea del sexo: algo capaz de crear, destruir, transformar, ser irreverente y más. En esencia, el sexo es el origen y el fin, la respuesta a las interrogantes y algo que siempre, ante cualquier circunstancia, deberías estar haciendo. Sus imágenes parecen ser esos dibujos en la última página de los cuadernos de alumnos de secundaria; personas obsesionadas con el sexo (a pesar de nunca haberlo practicado) que retratan el acto de distintas maneras, que incluso transforman los cuerpos y las escenas para que sea aún más explicito y que se apegan a la irrealidad para darle sentido a sus obras.
Esa edad, la pubertad y la adolescencia son la que nos marcan para siempre. Nuestras expectativas en cuanto al sexo se revelan, pero antes de eso vivimos una época de incertidumbre, de obsesión y de expectativa. Dicen que un hombre piensa en sexo muchas veces al día; si tan sólo pudieran ver la mente de un adolescente, notarían que esa verdad se multiplica considerablemente. Las imágenes mentales transforman la realidad y es entonces cuando la imaginación se apodera de nosotros. Escenarios sexuales en todas partes, posiciones irreales con gente azarosa que se atraviesa en nuestro campo de visión. Una etapa en la que se respira sexo sin siquiera tenerlo y que el artista retrata de forma fiel en sus dibujos.
La transgresión de sus dibujos también es importante en otro nivel. Vulgaridad sería una palabra con la que muchos describirían sus obras. Penes atravesando la cara de una mujer mientras ella se dispone a dar sexo oral puede considerarse como algo bastante misógino, pero también encontramos manos destruyendo penes ante la expectativa de masturbar placenteramente a su pareja. Rompiendo las reglas del erotismo, sus trabajos se refugian en el humor para hacernos pensar en esas primeras veces. Esa primera vez que nos enfrentamos a la realidad del sexo oral y en la que nuestra obligación autoimpuesta es llevar a una mujer al orgasmo a través del uso de una inexperta y nerviosa lengua. Para ellas tampoco es fácil, como diría Ángeles Mastretta en “Arráncame la vida”: “Yo había visto caballos y toros irse sobre yeguas y vacas, pero el pito parado de un señor era otra cosa”.
Exagerar el sexo para de verdad sentirlo. Romper la intimidad y transgredir la imagen. No son obras que usan la sutileza y el erotismo como a tantos artistas les gusta. Aquí nos enfrentamos al exceso y la confrontación para demostrar que ése es el sexo verdadero, pues al hacerlo nadie quiere reprimir esos primarios e instintivos gritos, gemidos y expresiones de las que todos somos culpables aunque nadie hable de ello.
Expresar lo más ilógico para encontrarnos en ello. La sexualidad es libre y cualquiera puede amarla a su manera. El trabajo del artista no debería ser considerado menor al de grandes del erotismo, pues al final él también logra representar un particular punto de vista que muestra su visión, pero con la que miles también se identifican y ahí es cuando el arte nace.