No todas las personas tienen la oportunidad de nacer en familias que se preocupan por compartir unos valores en base al respeto y no a la exclusión. John Cheese, un niño crecido en una familia racista de Estados Unidos, ha publicado en la revista Cracked las que considera que son las 6 claves que marcan una educación xenófoba. Resumimos su argumentación, que rompe algunos tópicos. Tal vez la mejor manera de combatir el racismo sea conocer sus raíces.
1. Cómo sucede
Creo que poca gente tiene una maldad tan propia de dibujos animados como para sentar a sus niños y darles lecciones sobre por qué las demás culturas son una amenaza a nuestra brillante y de blanco angelical forma de vida. No digo que no existan, pero para la mayoría, se trata todo de condicionamientos sutiles.
Si oyes un chiste racista lo acabarás repitiendo ante tus mayores. Y seguro que todos se van a reír en la sala porque este niño inocente acaba de decir mierda realmente chunga. Como el bebé que dice una palabrota y no para de repetirla porque todos le ríen las gracias. No creo que este aspecto pueda ser exagerado. No se trata sólo de llamar la atención, se trata de ser aceptado.
2. Cómo escapar
Aunque en mi familia eramos racistas, mi padre amaba los programas de televisión protagonizados por negros. En mi entorno todo el mundo era racista, sobre todo en relación a la gente negra, aunque todos tenían algún amigo y algún héroe que era negro.
Lo mismo sucedía con mis amigos y sus padres, quienes tranquilamente hacían comentarios sobre dejar morir a los mexicanos en la frontera. Pero enseguida entendí que el racismo no debía expresarse en cualquier contexto. Sólo podía hacerse de puertas adentro o con gente blanca. Una vez, mi tío me susurró un comentario racista y sexista cuando pasó una mujer negra por delante de casa. Yo lo grité bien alto. Cuando la mujer aceleró el paso asustada, mi tío me empezó a regañar asegurándosede que ella lo oyera y no fuera a pensar mal de él. Luego, me llevó delante de mi padre quien se mostró muy avergonzado.
Pero si estas cosas están mal dichas en público ¿por qué llegamos a decirlas?. Luego pensé: “Un momento… somos gilipollas”. Pero muchos se equivocan sobre cómo sucede la transformación…
3. No te “curas” instantáneamente del racismo
Cuando uno se imagina a un racista reformado, es fácil pensar en un momento de clic, de cambio de vida, de “oh, Dios mío”. Como si se tratara de arrancar las malas hierbas del jardín. Pero no es así, más bien se trata de la idea de plantar una semilla.
No odias a las otras razas. Pero tienes un montón de imágenes y estereotipos en la cabeza. Algunos ni siquiera sabes que son racistas hasta que los dices en público y alguien te llama la atención sobre ello. Y que te llamen la atención sobre ello es el peor sentimiento que se puede tener. Bueno, aparte de ser una víctima uno mismo de racismo. Imagino que probablemente eso sea peor.
4. Cuando te enfrentas a ello, te vuelves el tipo malo
Afrontar el racismo en público es duro, pero sabes que habrá alguien que te apoyará o pensará como tú. Escribir un artículo también lo es, pero nadie me va a discutir mientras escribo y luego suelto el micro y que digan lo que quieran. Pero enfrentarse a familia y amigos es un monstruo distinto.
Una vez comienzas una transición para dejar de ser racista quieres que aquellos que te rodean y a quienes amas dejen de ser racistas también. Pero cualquier gesto de desaprobación te convierte inmediatamente en el tipo malo. Les estás diciendo que están equivocados y eso se considera un ataque. Porque incluso en una sala llena de racistas, llamarle “racista” a un blanco es casi como llamarle “negrata” a un negro.
5. Te vuelves hiper consciente de la raza
Me cuestiono todo lo que entra en mi cabeza y lo que sale de mi boca. Incluso ahora me cuestiono si mi forma de decir “gente negra” no será racista. ¿Debería decir “afroamericanos”? ¿”Gente de color”?, ¿”Morenos”? ¿”Con mucha melanina”? ¿Fue ofenisva la broma de la melanina? ¿Debería borrarla?
No lo digo como una forma de lamentarme con un: “ay, pobre de mí”, pero me he encontrado en un edificio lleno de blancos donde un hombre negro me pidió hablar con el encargado. Fui al encargado y le describí al hombre sin decir que era negro, que habría sido el camino más corto.”¿Era el tipo negro? ¡Habérmelo dicho así!”, me recriminó mi jefe.
6. El racismo se queda contigo para siempre
A día de hoy, si sé de una persona negra que escucha música alternativa me quedo sorprendido. En su día yo tomaba copas en casa de una familia mexicana, y al descubrir que bebían vodka en vez de tequila casi se desmorona mi visión del mundo. Me imaginaba a la madre en la cocina haciendo tortitas todo el día. Así que toma racismo y sexismo a la vez. Pero cuando hablamos de comida ella me dijo: “Um, no… las compro en la tienda, como hacen todos. Y sólo tomamos tacos cada varias semanas. Ahora, si fueras tan amable de pasarme mi sombrero mexicano y mis maracas”, maldita sea, lo inteligente que era la tipa.
Creo que seguiré teniendo estos prejuicios para el resto de mi vida, aunque haga 30 años que sigo aprendiendo cosas. No digo que todo el mundo tenga tendencias racistas, sólo quiero decir que para aquellos que quieran cambiar, comentarlo puede ser embarazoso, pero ¿no es mucho mejor que dejar que esa mierda se pudra en tu cabeza y dársela como herencia a tus niños?