Es una práctica-tradición que se celebra cada verano en la academia militar de West Point, en Nueva York
Nadie podría imaginarse a Dwight Eisenhower o a George S. Patton enfrentándose al enemigo esgrimiendo como arma la almohada de su cama, pero la batalla de almohadas es una práctica-tradición que se celebra cada verano donde esos ilustres generales se formaron como militares, la prestigiada academia de West Point, en Nueva York. Ocurre que en los últimos años el evento no suele desarrollarse como en una infantil fiesta de pijamas, al menos así lo demuestra el balance de bajas de la edición de este año: 30 cadetes heridos, 24 con traumatismo craneal y el resto con fracturas óseas diversas, brazos, piernas, costillas, codos, hombros y rodillas. Es probable que el 20 de agosto de 2015 pase a la historia de la academia como el día de las cabezas rotas, aunque según todos los indicios ni es el primero ni tampoco será el último.
Numerosos cadetes decidieron elevar el riesgo de la batalla y sustituyeron plumas de las almohadas por objetos más contundentes, fundamentalmente armas y objetos metálicos, que convierten la almohada en un arma que en la más suave de las contusiones le rompe la nariz al adversario. Las fotos de cadetes con la nariz ensangrentada son celebradas en Facebook, Twitter e Instagram. Y tal como se observa en las imágenes que han circulado por internet, los cadetes se lo pasaron en grande. La mayoría consideró que la pelea era «una oportunidad para divertirnos después de siete semanas de entrenamiento». Al fin y al cabo, la fiesta está promocionada por la propia academia con el objeto de «fortalecer el espíritu de comunidad y camaradería», según declaró al New York Times el portavoz de West Point, el coronel Christopher Kasker. Lo fortalecieron tanto que algunos de los heridos publicaron orgullosos sus heridas de guerra en internet. Ya lo dijo un jefe a uno de los cadetes: «Si no vuelves con la nariz rota, será que no has bregado lo suficiente». O sea, que había que demostrar que el valor no sólo se supone.
Una prueba de que los propios mandos militares sabían que la batalla iba a resultar más dura de lo que podría preverse de un combate de cojines era su propio consejo de asistir a la batalla protegidos con el casco. En las imágenes que han circulado por la red se comprueba que buena parte de los cadetes no iban protegidos, precisamente porque el casco era el principal material utilizado dentro del cojín para aumentar la contundencia de las plumas.
El acontecimiento tuvo lugar el pasado 20 de agosto y no ha trascendido hasta ahora que lo ha aireado el New York Times a partir de comentarios en las redes sociales de los propios cadetes, algunos que lo denunciaban pero la mayoría se limitaban comentarlo con el orgullo que caracteriza el ardor guerrero propio de quienes se preparan para la guerra en Nueva York, en Moscú o en Toledo.
La divulgación mediática ha obligado a los responsables de la academia a lamentar suavemente lo ocurrido y a anunciar la apertura de una investigación. «La mayoría ha entendido el sentido de la fiesta, pero algunos lo han interpretado en sentido equivocado y estamos llevando a cabo las investigaciones correspondientes sobre las causas de las lesiones», declaró el coronel portavoz.
Sin embargo, un mes después, todo el mundo está en su puesto, no ha habido castigos ni siquiera la academia piensa poner fin a esta tradición que acaba resultando tan cruenta, porque obviamente no es la primera vez que la fiesta acaba con sangre. En la fiesta de 2012 a un cadete no se lo ocurrió mejor idea que colocar una caja de caudales en el interior de su almohada. Hizo tanto daño a alguno de sus adversarios que la dirección del centro optó por suspender la batalla de las almohadas del año siguiente.
La fiesta de las almohadas es el último ritual del durísimo período de formación inicial de los cadetes, que dura seis semanas. En esta promoción ha habido 1.270 aspirantes, entre ellos 280 mujeres.
Fuente: La vanguardia: