A ver si entiendes cómo se siente que te dejen caer de un día para otro del lugar más alto que creías haber alcanzado.
Duele, ¿verdad? Te destroza el alma, como si un ser invisible insertara sus largas y afiladas garras en tu pecho y te desgarrara el corazón milímetro a milímetro, deleitándose, suspirando… continuando hasta el final. Cuando ya no queda nada. Nada, excepto ese deseo de suplicar por que pare, y al mismo tiempo implorar que siga, porque sabes que si lo deja a medias, no podrás poner las piezas de vuelta en su lugar.
Destruye, ¿verdad? Cuando le escuchas pronunciar esas palabras que tú tan fervientemente esperabas que te dijera. Cuando le ves hacer las cosas que nunca hizo por ti. Cuando le observas proclamar su nuevo amor a todo pulmón.No hay pena. No hay vergüenza. No hay excusas.
Mata, ¿verdad? Te arranca todo tu sentir, como cuando una flor es removida desde su raíz. No lo siente al principio, pues es libre de moverse a su antojo, de curiosear a su alrededor, no se da cuenta de que la vida se le escapa de las manos. Y cuando por fin es consciente de que está muriendo, ya es demasiado tarde.
¿Pero tú que has de saber? Si eres ese, el que está al otro lado de la línea. Ese ser que duele. Ese que destruye. Ese que mata.
Ojalá nunca te enamores como yo enamoré de ti. Espero nunca suspires por una mirada suya. Una mirada que derrite tu interior en espeso y dulce caramelo, que hace que cada músculo tiemble y entre en erupción, que hace que te sientas amado. Ojalá nunca cuentes los minutos para verle, los enumeres y los lances lejos con todas tus fuerzas para no tener que sufrir la espera. Una espera larga que se torna infinita, como si se estirara a propósito, expandiéndose, prolongándose, tomando todas las formas existentes con un único propósito: el deseo, ardiente y expectante de mirarle. Tenerle tan cerca que seas capaz de contar sus pestañas en un parpadeo. Tenerle tan cerca que sientas que ya no solo respiran el mismo aire, sino que lo comparten, lo viven.
Espero que jamás te ilusionen, que nunca te lleven al infinito con flores y nubes alrededor, que en la vida te eleven hasta que sientas que ya no puedes respirar, que de ningún modo hagan que tus mofletes se enciendan como velas en plena noche ante un dulce comentario, que en absoluto el corazón se te acelere con su compañía.
Ojalá nunca te suelten cuando sientas que estás volando más alto, cuando estás a punto de alcanzar el sol con las puntas de tus dedos, cuando tu confianza es tan fuerte como las olas en una tormenta, cuando menos te lo esperas.
Porque la caída es peor de lo que imaginas. No hay nada de dónde sostenerse. Solo estás tú y tu soledad. Tú y tu dolor. El pánico es tu amante temporal, porque sabes que tarde o temprano, cuando choques con la realidad, el impacto te matará sin siquiera pestañear. Las lágrimas no son suficientes, los gritos son una burla, y el dolor es la única escapatoria.
Ojalá en la vida…
¿Sabes qué? He cambiado de opinión.
Ojalá que un día te enamores perdidamente de alguien como tú.
Artículo por Iris Ángeles Mendoza
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