Cada vez que conocemos más del amor de los animales, nos decepcionamos de la raza humana. ¿Qué hace el hombre hambriento cuando ve que otro padece el mismo mal? Pues, aunque suene duro, la verdad es que el egoísmo impera y son muy pocos los que deciden ayudar. Cosa distinta de lo que pasa en el reino animal, donde la compasión es una de las virtudes más impactantes.
La protagonista de esta historia es Lilica, una perra que vive en un depósito de chatarra en Brasil. Su dueña y madre adoptiva notó un comportamiento extraño: cada noche, Lilica salía y volvía tras unas horas con una bolsa en el hocico. Cuando la mujer averiguó qué cargaba en ese plástico, su corazón se encogió, y compartió la historia con vecinos y amigos.
Resulta que Lilica recorría más de un kilómetro cada noche a lo largo y oscuro de la carretera para encontrarse con Lucía Helena de Souza, una profesora que le daba de comer desinteresadamente. Todas las noches, Lilica recibía una bolsa con comida, pero jamás la terminaba. Dejaba un poco y la llevaba al depósito. ¿Por qué?
Lilica cuidaba de los otros animales del depósito de chatarra. Su instinto maternal la hizo adoptar a dos cachorros, un gato y un par de pollos. Todos eran parte de su familia.
Este gesto conmovió a Lucía, quien empezó a darle más comida para que ella pudiera compartir con los otros. Gracias al gran corazón de esta perrita, ningún animal de ese depósito se iba a dormir con hambre.