Estos hábitos están profundamente vinculados y no solemos saber por qué.
Aquellos que están tratando dejar de fumar se les hace muy difícil beber alcohol sin recordar las ganas de un cigarrillo.
¿Te gustaría conocer los motivos por los cuales beber y fumar parecen una asociación inquebrantable?
Aquí te lo contamos.
La dopamina, la gran responsable
Beber y fumar es algo común para muchas personas, sobre todo, cuando salen de copas o están aburridos en casa.
Así como también es frecuente un último cigarrillo antes de ir a la cama o mientras bebemos café, estas asociaciones son perjudiciales, pero no tan dañinas como el combo tabaco + alcohol.
Ahora bien, ¿por qué cuando se fuma se tienen ganas de beber y viceversa? La razón es muy simple: la hormona dopamina. Este neurotransmisor aumenta cuando nos sentimos bien y estamos disfrutando.
¿Qué tendría eso de malo? Pues que tanto el cigarrillo como el alcohol son supuestas fuentes de placer porque nos aportan más daño que beneficios.
La dopamina se aloja en el sistema límbico del cerebro. Esta área se vincula a la motivación, las emociones y la memoria. Este químico está encargado de darnos la sensación de recompensa, de placer y de goce.
Por esta razón las personas fuman cuando beben y, apenas tragamos el primer sorbo de una cerveza o vino, sentimos ganas de encender un cigarrillo.
La mente relaciona “placer por fumar” con “placer por beber” (o al revés) y así es como parece que un hábito no puede existir sin el otro.
También esta es la razón por la cual aquellos que quieren dejar de fumar quizás beban más (o coman) y los que intentan abandonar el alcohol necesiten más cigarrillos.
Los efectos de beber y fumar para el hígado
Aunque todos los órganos se ven afectados cuando bebemos o fumamos, hay uno que, en particular, lo sufre más: el hígado.
Se trata del más grande del organismo y de los que integran el grupo de “vitales”. El hígado está encargado de suministrar nutrientes y energía al cuerpo, de producir enzimas y proteínas y de protegernos de ciertas enfermedades.
Por supuesto que estas no son las únicas tareas hepáticas ya que, además, elimina las toxinas dañinas que se van acumulando en nuestro interior como el alcohol y la nicotina (por nombrar el componente más importante del cigarrillo).
Ya que el hígado es el responsable del metabolismo de las sustancias dañinas, es muy susceptible a la ingesta de alcohol.
Digerir 3 latas de cerveza o 2 copas de vino le supone un gran esfuerzo. No siempre tiene la capacidad de excretar la totalidad de toxinas. Por eso, cuanto más bebemos, más complicado es eliminar el alcohol.
Por otra parte, al fumar también estamos dañando nuestro hígado.
¿Por qué? Porque este hábito activa los residuos del cuerpo y provoca estrés oxidativo, causante de muchas enfermedades.
El cigarrillo lesiona las células hepáticas, aumenta la producción de proteínas inflamatorias (citocinas) y contribuye al desarrollo de la hepatitis crónica alcohólica y la cirrosis.
El Journal of Studies on Alcohol and Drugs (JSAD por sus siglas) ha realizado una investigación para saber qué otra consecuencia puede traer esta “combinación” entre la bebida y el cigarrillo.
Los resultados muestran que aquellos que beben y fuman al mismo tiempo experimentan peores resacas (náuseas, dolor de cabeza, problemas para concentrarse y debilidad, entre sus principales síntomas).
Beber y fumar: ¿cómo abandonar los hábitos?
Cuando estas dos acciones están muy arraigadas en nuestro día a día puede parecernos imposible abandonarlas. Es cierto que el compromiso y el esfuerzo han de ser notables pero no podemos bajar los brazos.
Sí se puede dejar de beber y de fumar. Es un arduo camino pero con maravillosos resultados cuando logremos el objetivo.
Supongamos, por ejemplo, que estamos queriendo dejar de fumar y nos invitan a unas copas después del trabajo.
¿Cómo reaccionará nuestra mente si está acostumbrada a acompañar esas cervezas y charlas con un cigarrillo? Pues no muy bien, la verdad.
La asociación entre fumar y beber es muy fuerte por ello estar sentado en ese bar será una tortura para ti. Cuando dejas el cigarrillo, además de sentir ansias por la nicotina, es probable que bebas más alcohol para “compensar” esa falta.
El control sobre tus actos se verá cada vez más debilitado si aceptas beber esas cervezas con tus colegas. Y es más probable que termines encendiendo un cigarrillo o pidiendo una calada a quien tengas al lado.
Cuando quieres abandonar el hábito de fumar beber alcohol empeora la situación, ya que no te permite mantener la abstinencia. Terminarás claudicando y haciéndole caso a tu necesidad y adicción.
Por ello te recomendamos que sigas estos consejos:
Evita beber alcohol el primer mes
Las tres o cuatro primeras semanas luego de decidirse a dejar de fumar son las peores. En este periodo la abstinencia juega en nuestra contra y no habrá nada ni nadie que nos evite la ansiedad.
Quizás el insomnio se apodere de ti, estés de muy mal humor, te comas las uñas o sudes a mares.
Si en esta etapa aceptas una simple invitación a beber con tus amigos (supuestamente inofensiva y que no interfiere en el proceso de dejar de fumar) es más probable que no resistas la tentación de encender un cigarrillo.
Por ello y aunque te sientas desolado y abrumado trata de no consumir bebidas alcohólicas.
Evita las situaciones de “beber y fumar”
Una celebración, una reunión después de la oficina, ir a una discoteca, quedarte en casa mirando una película, preparar una barbacoa… Todos estos momentos relacionan el beber con el fumar. ¡Por eso debes evitarlos!
La tentación es muy fuerte en estos casos y por ello debes alejarte de ella. Tus amigos y familiares deberán comprender que por algunas semanas no te reunirás con ellos ni estarás presente en cumpleaños o fiestas.
Bebe cerveza sin alcohol
Otra opción es la de cambiar tu bebida favorita (y que aviva tus ganas de fumar). Una vez que hayas pasado el primer mes sin cigarrillo, es preciso que continúes en la lucha.
Si al día 31 sales de juerga con tus amigos y bebes alcohol, ¿qué crees que sucederá? Claro, fumarás (aunque no sea un cigarrillo entero, habrás arrojado a la basura tanto sacrificio).
Una buena manera de evitar que el cerebro vuelva a relacionar beber con fumar puedes o bien optar por tragos sin alcohol (mejor si son refrescos o zumos) o cambiar la bebida.
Así cambiarás la sensación de placer y goce en tu cerebro y este no te pedirá un cigarrillo.