Parece un hormiguero. El Saara de Rio de Janeiro está a reventar en vísperas del Carnaval. De este mercado sale el 99% de los disfraces del carnaval callejero de la ciudad: orejas de conejitos, rabos de diablos, coronas de flores sintéticos, plumas de todos los colores, pelucas y toneladas de purpurina. Todo Made in China.
Con un presupuesto de 5 a 70 euros, cualquier carioca puede encontrar el complemento ideal para salir a la calle con dignidad carnavalesca. La creatividad manda y muchos compran objetos y detalles que después pegan en casa con el arma del delito: la pistola de pegamento caliente. No vale ponerse cualquier cosa para desfilar en los blocos. Lo que mola es ser único y customizado.
La fiesta está marcada por la irreverencia y en las tiendas del Saara abundan las máscaras de José Dirceu y Graça Foster, protagonistas del macro-escándalo de corrupción de Petrobras, la principal empresa del país.
Saara significa Sociedade de Amigos das Adjacências da Rua da Alfândega. Este centro comercial al aire libre se articula alrededor de la Rua Alfândega, la calle más antigua de Rio de Janeiro. La zona fue ocupada a principios del siglo XX por inmigrantes musulmanes, judíos y cristianos maronitas procedentes del Imperio Turco-Otomano, en proceso de desintegración. Por eso durante un tiempo la Rua Alfândega pasó a llamarse popularmente Calle de los Turcos.
Al estar localizado muy cerca del puerto, este local también atrajo a inmigrantes sirios, libaneses, griegos, españoles, portugueses y argentinos, que llegaron a Brasil huyendo de los estragos de la Primera Guerra Mundial. En Brasil encontraron un país en paz, con perspectivas mejores para el futuro. Comenzaron a trabajar comomascates, vendedores ambulantes que cargaban maletas con todo tipo de mercancía. Con el tiempo, los mascates se establecieron en las tiendas, que funcionaban a pie de calle, mientras la parte superior era utilizada como residencia.
En 1962, ante la amenaza de demolición de las casas coloniales en una época de fuerte especulación inmobiliaria y grandes obras que llevarían a la construcción de la Avenida Rio Branco, los comerciantes de la zona se asociaron para defender esta parte característica del Rio antiguo.
Hoy el Saara es un polo de atracción para los fanáticos del Carnaval. Nadie se libra de pasar al menos una tarde en sus calles abarrotadas, con vendedores que anuncian las últimas novedades a golpe de micrófono. Pese a su localismo no ha resistido a la embestida del comercio chino, que hoy campa a sus anchas. Y como la legislación brasileña obliga a todas las empresas extranjeras a contratar un porcentaje alto de trabajadores locales, en las tiendas hay vendedores brasileños. Sin embargo, siempre hay chinos pululando, escondido en la trastienda.