En estos días en que andamos pateando el tablero de viejos patrones machistas, y no por viejos, menos dañinos, recordé el cuento de Charles Perrault, Barba Azul.
En realidad nunca fue uno de mis cuentos preferidos, más bien siempre me dio un poco de asco con tantas mujeres degolladas, tanta sangre en el piso, ni lo pienso como cuento para chicos. Charles Perrault escribe o adapta estos cuentos ( no solamente es Barba Azul, hay más) en el contexto del rey de Francia, Luis XIV. O sea en el siglo XVII. Parece ser que estos cuentos tenían como destinatarias a las mujeres jóvenes de la corte , para su formación moral . Tanto es así, que luego del final de cada cuento aparece una moraleja, una enseñanza explícita por si algo no les quedaba en claro a estas púberes cortesanas. Sin embargo, creo que cabe resignificarlo en el contexto actual, en donde se exponen a la luz tantos barba azules.
Sabemos para esta altura de las circunstancias que el personaje del seductor considerado un ganador, un campeón durante tanto tiempo, no es más ni menos que un manipulador, un psicópata que encuentra la manera para que alguna despistada no vea su barba tan azul y que sus historias pasadas, ocultas, evadidas permanezcan invisibles. Como si tantas mujeres destrozadas pudieran quedar en el silencio, en la aceptación y el sometimiento. En algún momento todas esas mujeres recuperan su estatura, recobran su vigor, enlazadas en la acción de alguna más afortunada como la última de sus esposas, cuya inteligencia fue más poderosa que el miedo logrando vencer al manipulador con sagacidad y el socorro solidario. Así somos, cuando alguna de nosotras vislumbra una acción de un manipulador al acecho de alguna, ahí están las hermanas, las amigas que advierten el peligro, que ven la barba azul , ven la trampa ahí donde las miradas abombadas por el enamoramiento no pueden reconocer. Rosa Montero, en La ridícula idea de no volver a verte, nos descubre. Copio:”… las mujeres estamos presas de nuestro pernicioso romanticismo, de una idealización desaforada que nos hace buscar en el amado el súmmum de todas las maravillas. E incluso cuando la realidad nos muestra una y otra vez que no es así (por ejemplo, cuando nos enamoramos de un tipo áspero y grosero) nosotras nos decimos que esa apariencia es falsa; que muy dentro de él nuestro hombre es dulcísimo y que, para dejar salir su natural ternura, sólo necesita sentirse más seguro, más querido, mejor acompañado. En suma: nos convencemos de que nosotras vamos a poder cambiarlo, gracias a la varita mágica de nuestro cariño. Rescataremos y liberaremos al verdadero amado, que está preso dentro de sus traumas emocionales. Los salvaremos de sí mismo.Las mujeres padecemos el maldito síndrome de la redención.”
No puedo encontrar qué es lo peor de todo, porque cada uno de los componentes del todo se va uniendo en un sistema feroz: el poder que ejerce el personaje sobre sus mujeres, la obediencia, la resignación, los homicidios, el ocultamiento, el misterio que rodea al personaje, respetado por su fealdad y su riqueza y por ese mismo misterio. En el cuento, esto llega a su fin desde el grito de una nueva generación. Tal vez sea lo que está pasando ahora, en estos nuevos tiempos, con el NO como estandarte, se pueden desbaratar antiguas concepciones y legitimar nuevos puntos de vista desde donde abordar las relaciones humanas, más humanas, menos violentas, más iguales.
A mí me gusta releer las novelas y los cuentos que me han emocionado y me han dejado sin dormir. Por eso estoy releyendo La mujer justa de Sándor Márai. Cuando se relee, se encuentran párrafos que habían pasado inadvertidos en la fruición de primera lectura, se encuentran aristas ahí donde solamente habíamos pasado de largo atrapados en la maraña del argumento. Y encuentro en la voz del personaje femenino, la primera esposa, esta aceptación patriarcal y del poder del varón de una manera singular. Les copio:
“Dime, ¿qué es el poder? Hoy en día se habla y se escribe mucho sobre ese asunto. ¿Qué significa el poder político, qué es lo que hace que una persona logre imponer su voluntad, sobre la de millones? ¿Y cuál es el fundamento de nuestro poder, el de las mujeres? El amor, dices. Puede que sea el amor. A veces dudo de esa palabra. No reniego del amor, nada de eso. Es el mayor poder sobre la Tierra. Sin embargo, a veces siento que cuando los hombres nos aman, porque no pueden hacer otra cosa, al mismo tiempo desprecian un poco ese sentimiento. En todos los hombres de verdad hay un espacio reservado, como si quisieran ocultar parte de su ser y de su alma a la mujer que aman, como si dijeran: “Hasta aquí, querida, y no más allá. Aquí en la séptima habitación, quiero estar solo” A las mujeres tontas esto las hace enfurecer de rabia. Las inteligentes se entristecen, sienten curiosidad, pero, al final, se resignan.”
Estos dos párrafos me evocaron a Barba Azul, salvando las distancias en literatura, en época y en la acción (el de Perrault, las degollaba si entraban al cuarto prohibido, en Márai, le cierra la puerta, solicita que quede afuera, obviamente es más gentil). Me parece extraordinario que todas las personas, tengamos nuestra privacidad, nuestro “cuarto propio” como lo escribió Virginia Wolf hace 100 años o más acá, “El cuarto de atrás” de Carmen Martín Gaite.
Todas las personas, necesitamos habitar un sitio íntimo, inviolable, así sea en nuestro propio cerebro: a falta de espacio físico, nos sobra pensamiento y corazón.
Mi deseo es que los barba azules, queden en el recuerdo de la literatura y que podamos avanzar en el respeto al otro, practicando el desapego como una forma de amor.