Atrás quedaron los días en el campo en los que faltaba el alimento. Tiempos en los que durante el verano el sol bronceaba esos rostros pálidos en los que el lodo era el único maquillaje que los cubría. Rostros que en el invierno se confundían con figuras fantasmagóricas. Eran días en los que parecía que la esperanza había muerto y que la única ocupación era el trabajo. Un trabajo arduo y que al menos mantenía la mente ocupada. Una mente que estaba agotada aunque no más que el cuerpo delgado. Los ojos azules a veces perdían el brillo, pero éste lograba recargarse cuando miraba a las estrellas. Porque alguien en otro lado del mundo estaría mirando ese cielo estrellado; a kilómetros de distancia alguien veía el firmamento y lo hacía desde un lugar que estaba mejor que el que ella pisaba. Tan vasto, tan grande y tan pequeño; una alternativa era la que le marcaba el cielo. Una luz de esperanza que mostraba una escapatoria; una salida a la vida difícil: al lodo, al frío, a la falta de educación, a la pobreza, al hambre, a la guerra. Una salida de un país de bellas mujeres rubias, delgadas y de ojos azules. Una escapatoria de un país dividido, una tierra disputada. Ni de Rusia, ni de Europa. Un país amarillo y azul localizado al Este de la anhelada Europa. Una nación que mira con recelo a los países de la Europa Occidental. Una nación que no encuentra la paz.
Salir de Ucrania era su mayor deseo aunque nunca lo hubiera expresado abiertamente. La desigualad de su país dificultaba que algunos tuvieran derecho a una buena educación, sobre todo para aquellos que vivían y trabajaban en el campo. Muchas partían con la promesa de hombres que les hablaban de una mejor vida, aunque se exponían a que fueran explotadas sexualmente. Una alternativa para muchas que tenían la esperanza de abandonar la pobreza. Incluso en las ciudades la situación se complicaba con los enfrentamientos, las protestas prorrusas y la violencia excesiva del último año.
Ella tuvo suerte. Conoció al hombre que la sacó de ese país cuando él hacía un voluntariado en países del Este. Él llevaba unos meses fuera de Estados Unidos, su labor ayudar a aquellos que lo necesitaban a través de la palabra de Dios. Mientras trabajaba en un lugar pobre y olvidado por los gobiernos, vio un hermoso rostro que ni el lodo pudo ocultar. Esos ojos azules lo vieron con esperanza sin saber realmente qué pasaría. Él no sabía tampoco qué sucedería. Tras unos meses juntos, él le dijo que dejara atrás esa vida. Que el lodo no iba bien con su rostro y que los trapos no eran dignos de ella. Sin nada que perder, ella aceptó. Sin dificultad se despidió del país que la vio nacer y que le dio vida, pero sabía que si no lo dejaba sería también el que se la quitaría en poco tiempo. Era momento de decir adiós y explorar otros territorios, de seguir la luz que había visto en el firmamento y dar la bienvenida a una nueva vida al lado de ese extranjero. El hombre que se convirtió en su esposo.
Historias de este tipo hay muchas. Y son bastantes las mujeres que están dispuestas a casarse para salir de esa vida, ¿se enamorarán? Tal vez algunas lo hagan, tal vez sólo estén agradecidas, tal vez se casen y luego se olviden de ese hombre, y otras quizá permanezcan a su lado toda la vida.
Desde 2014 se han intensificado los enfrentamientos en el Este de Ucrania, un país que permanece dividido y cuyo conflicto no parece tener fin. Tras las protestas prorrusas, iniciadas por estudiantes universitarios y a las que se unieron otros sectores de la población que estaban en contra de la política económico-social, muchos han buscado la manera de abandonar el país. Con una población dividida desde 2013 –una mitad que apoya la asociación con Rusia y el resto con Europa– las manifestaciones y disturbios son parte de la vida diaria. Además con la declaración de independencia de Lugansk y Donetsk, los enfrentamientos fueron peores. La violencia en Ucrania, con noticias tristes y preocupantes, ha encabezado los periódicos y le ha dado la vuelta al mundo.
Debido al conflicto algunas personas buscan salir de su país, bajo este pretexto en las redes sociales ha aparecido una “campaña” que se anuncia como “adopta una ucraniana”. Este parecería ser el sueño de muchos hombres que estarían dispuestos a adoptarlas con otro fin y para presumir que tienen una novia/esposa rubia, delgada y de ojos azules. No faltarán los hombres que crean lo que esas páginas dicen y en las que supuestamente el gobierno apoya la decisión de las familias ucranianas que buscan enviar fuera de su país a sus hijas mayores de edad para que comiencen una vida lejos de la guerra. Como si se tratara de una mascota a la que deseas dar hogar, estas páginas se han aprovechado de la difícil situación del país del Este para divulgar información falsa. Es cierto que muchas mujeres se casan para salir de su hogar, pero también es cierto que algunas simplemente se enamoran como es el caso de la historia del inicio (basada en hechos reales).
La respuesta no está en adoptar sino en ayudar. En informarse sobre la situación de Ucrania y ver qué es lo que se puede hacer para apoyar a esa parte de la población. Además no hay que olvidarnos de aquellas mujeres que sufren en nuestro propio país, sea México, Perú, Chile, Guatemala, Colombia, Argentina, Paraguay… Está bien que volteemos a ver al otro lado del mundo, pero eso no implica que desviemos la mirada de los que mueren todos los días bajo nuestros pies. De los que son asesinados a causa de la violencia, del narcotráfico, de los feminicidios, de los que mueren de hambre, y de todos aquellos culpables que gozan de impunidad. Adoptemos una causa, escojamos la que va mejor con nosotros y trabajemos en ello. Una ucraniana parece más atractivo, pero recordemos que hay estrellas que nos miran y que podemos darle luz a alguien que vea la misma que nosotros desde el mismo territorio.