Un viaje ilegal hasta el corazón de la zona de exclusión radiactiva de Chernobyl, se vuelve más peligroso conforme te adentras en su interior. Las calles están desiertas y los edificios carcomidos, por lo que cada paso puede resultar fatal. Al llegar el atardecer la cosa se complica, pues la visibilidad es escasa y no existe alumbrado eléctrico, excepto en antigua central nuclear, a la que es mejor no acercarse.
A pesar del peligro, miles personas al año se adentran en la zona en busca de emociones, como este grupo de jóvenes que ha compartido con nosotros su experiencia. Su deseo es conocer de primera mano la enigmática atmósfera que lo envuelve todo y las historias de vida que quedaron atrás cuando se produjo el desastre. Y es que a juzgar por sus fotografías, la zona es fascinante.
El primer día
Salimos muy temprano de nuestro domicilio, dejando nuestro coche escondido lejos de la zona de exclusión. A pie, nos fuimos adentrando por los caminos amparados por las tenues luces del amanecer, para de esta forma, evitar los coches patrulla de la policía.
Conforme anduvimos, la hierba se volvía cada vez más alta y el rocío empapaba nuestra ropa. Los mosquitos del mes de junio tampoco nos dieron tregua.
Primeras viviendas
Tras varios kilómetros, tropezamos con las primeras viviendas aisladas, decidimos descansar, comer algo y cambiar nuestra ropa mojada.
Nuestra curiosidad pronto ganó la partida y nos adentramos en ellas para explorar.
Camas infantiles, botellas, notas, armarios y ropas. Objetos de una vida que quedaron atrás. Incluso los vehículos y motocicletas fueron abandonados en el lugar, debido a la alarma social que se creó aquel fatídico día.
Al atardecer comenzó a llover. Cansados tras una larguísima caminata, decidimos refugiarnos en una vivienda y dormir.
Zona industrial
A la mañana siguiente, y aún en penumbra, comenzamos a caminar hasta llegar a la zona industrial de Pripyat. En esta zona apenas hay gente, y ni tan siquiera es habitual que los agentes forestales o la policía se adentre. Eso nos permitió relajarnos y disfrutar de las construcciones que encontramos.
Avanzamos mirando el radiómetro, pues somos valientes pero no idiotas.
Entre las calles, llenas de vegetación y altos edificios, apenas podíamos ver nada, pero se hacía de noche y teníamos que encontrar un sitio donde dormir.
Buscamos un bloque de apartamentos que visité el año pasado, pues era de suponer que continuaría despejado. En una vivienda relativamente limpia montamos el campamento, allí cenamos, jugamos y bebimos algo de vodka.
Cuando se hizo de noche, subimos hasta la azotea para contemplar las luces de la central nuclear de Chernóbil.
Panorama
A la mañana siguiente, retomamos nuestro viaje y desayunamos en la azotea para poder contemplar las calles verdes y la central responsable de toda esta desolación.
Es curioso que un pequeño reactor nuclear pueda cambiar la vida y el futuro de tanta gente.
El colegio
Continuando nuestro viaje llevé a mis amigos a una de mis zonas preferidas, el colegio.
Accediendo por la zona de la piscina pudieron descubrir como un edificio antes lleno de risas y vida, hoy es la casa del silencio.
Aunque el colegio, al igual que otras zonas de Chernobyl, ha sido muy maltratado por los vándalos, todavía puede encontrarse con facilidad todo tipo de material escolar.
Libros de tarea, postres, globos terráqueos, libros de texto, pupitres, pizarras… todo fue abandonado de un día para otro.
El colegio es una de las zonas más escalofriantes que puedes encontrar, con sus largos pasillos y los dibujos infantiles.
Aunque de todas, la peor sin duda es la cafetería, y no es por el menaje de cocina, la comida putrefacta o la caja registradora.
Sino por máscaras de gas de tamaño infantil y los juguetes que puedes ver en el suelo del comedor. Trágico.
Emprendimos nuestro regreso, se hacía de noche, y nos preparamos para pasar nuestra última noche en el lugar.
El camino de vuelta.
A la mañana siguiente y conforme nos alejamos del centro, pudimos ver que las señales de peligro radioactivo se hacen más frecuentes, advirtiendo a todo el que la encuentra de no adentrarse en la ciudad. Precisamente el lugar del que veníamos.
Pero Pripyat guarda tantos secretos, que es difícil resistirse. Como el pequeño parque de atracciones, otro de mis lugares preferidos.
Es también un lugar desolador, pues fue construido para divertir y hacer feliz a la gente, y hoy, permanece desierto.
Tras explorar el parque de atracciones, nos dirigimos a la estación de tren de Yanov, por la que nos alejamos siguiendo el sendero de las vías del tren.
Para nuestra sorpresa, pudimos ver indicios de que alguien vive en la zona, desafiando todas las normas de seguridad.
La vuelta a casa transcurrió con tranquilidad, aunque procuramos evitar caminos principales y tuvimos que agazaparnos cuando una patrulla policial pasó cerca de nosotros.
Nuestro medidor de radiación indicó en todo momentos niveles altos, pero seguros, ya que no nos acercamos demasiado a la zona centro.
Todos nosotros nos encontramos bien de salud, y encantados de haber vivido esta aventura. Espero que vosotros también la hayáis disfrutado.
Solo me queda una cosa que decir: “Adiós Chernobyl, hasta el año que viene”.