Carta de Mahmoud Khalil desde un centro de detención del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos, ICE

Mahmoud Khalil, el estudiante al que la administración de Trump retuvo y amenazó con la deportación por denunciar las atrocidades cometidas en Gaza, dictó una carta abierta desde su celda de detención en Luisiana

Carta de Mahmoud Khalil desde un centro de detención del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos, ICE

Autor: El Ciudadano México

En esta carta, Mahmoud Khalil expone las injusticias presentes en el sistema de centros de inmigración de Estados Unidos y explica que su detención pone de manifiesto la represión que el gobierno ejerce sobre la disidencia; subrayando la necesidad apremiante de defender las libertades civiles y el derecho a la protesta.

Me llamo Mahmoud Khalil y soy un preso político. Les escribo desde un centro de detención en Luisiana, donde por las mañanas siempre hace frío y paso largos días siendo testigo de las injusticias silenciosas que se están cometiendo contra muchas personas excluidas de las protecciones de la ley.

¿Quién tiene derecho a tener derechos? Está claro que los seres humanos hacinados en las celdas de este centro no. Desde luego no el senegalés que he conocido y que lleva un año privado de su libertad con su situación legal en el limbo y su familia a un océano de distancia. Tampoco esa persona detenida de veintiún años que conocí aquí y que llegó a este país con nueve años, solo para que la deportaran sin siquiera tener una audiencia.

La justicia se escapa de los contornos de los centros de inmigración de este país.

Fui detenido el 8 de marzo por unos agentes del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés). Se negaron a aportar una orden judicial y nos abordaron a mi esposa y a mí de manera agresiva cuando regresábamos de cenar. A estas alturas, la grabación de esa noche ya se ha hecho pública. Antes de que supiera lo que estaba pasando, lxs agentes me esposaron y me obligaron a subir a un vehículo sin identificación. En ese momento, mi única preocupación era la seguridad de Noor. No tenía ni idea de si se la llevarían también, ya que la habían amenazado con detenerla si no se alejaba de mí. El DHS no me dijo nada durante horas y yo desconocía la razón de mi detención, o si me enfrentaba a una deportación inmediata. Dormí en el frío suelo del edificio oficial en el número 26 de Federal Plaza, en la ciudad de Nueva York. Me llevaron a otro centro en Elizabeth, Nueva Jersey, a primera hora de la mañana. Allí dormí en el suelo y me negaron una manta a pesar de haberla pedido.

Mi detención fue una consecuencia directa de ejercer mi derecho a la libre expresión, ya que abogaba por una Palestina libre y el fin del genocidio en Gaza; genocidio que se reanudó con fuerza el lunes por la noche. Con el acuerdo de alto al fuego que se pactó en enero ya roto, los padres y madres de Gaza vuelven a mecer mortajas minúsculas en sus brazos y las familias se han visto obligadas a escoger entre la hambruna y el desplazamiento forzoso o las bombas. Es nuestro imperativo moral persistir en la lucha por su libertad absoluta.

Nací en un campo de refugiadxs palestinxs en Siria, en el seno de una familia desplazada de su tierra desde la Nakba de 1948. Pasé mi juventud en la proximidad de mi tierra natal, pero lejos de ella a la vez. Pero ser de Palestina es una experiencia que trasciende fronteras. Veo similitudes entre mis circunstancias y el uso que hace Israel de la detención administrativa —el encarcelamiento sin juicio ni cargos— para despojar a la gente de Palestina de sus derechos. Pienso en nuestro amigo Omar Khatib, a quien Israel encarceló sin cargos ni juicio cuando regresaba a casa después de viajar. Pienso en el Dr. Hussam Abu Safiya, director del hospital de Gaza y pediatra al que el ejército israelí capturó el 27 de diciembre y que a día de hoy sigue en un centro de torturas israelí. Para las personas palestinas, los encarcelamientos sin debido proceso están a la orden del día.

Siempre he creído que mi deber no es solo liberarme de quienes me oprimen, sino también liberar a mis opresorxs de su odio y miedo. Mi detención injusta es un indicativo del racismo antipalestino que tanto la administración de Biden como la de Trump han demostrado durante los últimos 16 meses, ya que Estados Unidos ha impedido la intervención internacional y ha continuado suministrando a Israel las armas que matan a las personas de Palestina. Durante décadas, el racismo antipalestino ha motivado la expansión de leyes y prácticas estadounidenses que se utilizan para reprimir de manera violenta a las personas palestinas, árabes estadounidenses y otros colectivos; este es el mismo motivo por el que se me persigue a mí.

Mientras espero las decisiones legales oportunas y el futuro de mi esposa y mi hijx pende de un hilo, las personas que han permitido que esto ocurriera siguen cómodamente asentadas en la Universidad de Columbia. Los rectores (Minouche) Shafik, (Katrina) Armstrong y Dean (Keren) Yarhi-Milo sentaron las bases para que el gobierno estadounidense me atacara, imponiendo castigos arbitrarios a los estudiantes propalestinos y permitiendo que las campañas virales de ‘doxing’, basadas en el racismo y la desinformación, quedaran sin control.

La universidad me fichó por mi activismo y abrió una dictatorial oficina disciplinaria con el fin de saltarse el debido proceso y silenciar a lxs estudiantes que critiquen a Israel; asimismo, ha cedido ante las presiones estatales, proporcionando expedientes académicos de sus estudiantes al Congreso y acatando las últimas amenazas de la administración de Trump. Algunos ejemplos claros de esto son mi detención, así como la expulsión o suspensión de al menos veintidós estudiantes de la Columbia —algunxs despojadxs de sus títulos pocas semanas antes de graduarse— y la expulsión de Grant Miner, presidente del sindicato Estudiantes Trabajadores de Columbia (SWC, por sus siglas en inglés), en la víspera de las negociaciones contractuales.

En todo caso, mi detención es un testimonio de la fuerza del movimiento estudiantil para cambiar la opinión pública hacia la liberación palestina. Lxs estudiantes han estado durante mucho tiempo a la vanguardia del cambio: dirigieron las protestas contra la guerra de Vietnam, estuvieron en primera línea del movimiento por los derechos civiles e impulsaron la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Hoy en día también, aunque el público aún no lo haya comprendido plenamente, son lxs estudiantes quienes nos conducen hacia la verdad y la justicia.

La administración de Trump me está fichando como parte de una estrategia más amplia para reprimir la disidencia. Esta represión política afectará a todo el mundo por igual, independientemente de si son inmigrantes con visado, residencia permanente, o ciudadanxs estadounidenses. Es imprescindible que, en las próximas semanas, lxs estudiantes, activistas y funcionarixs electxs se unan para defender el derecho a protestar por Palestina. No solo están en juego nuestras voces, sino las libertades civiles fundamentales de todxs.

Aunque soy plenamente consciente de que este momento trasciende mis circunstancias individuales, espero, no obstante, poder presenciar el nacimiento de mi primer hijx en libertad.

Mahmoud Khalil es un residente legal permanente de los Estados Unidos, que está siendo detenido y perseguido para su deportación por el Departamento de Seguridad Nacional por protestar contra la guerra de Israel en Gaza.

Foto: Mahmoud Khalil durante un boletín de prensa en la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York el 1 de junio de 2024. (Selcuk Acar / Anadolu vía Getty Images) vía Jacobin

Fuente: Internacional Progresista/El Ciudadano

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