Desafiando la gravedad: Reflexiones sobre la Brigada Cuba Primero de Mayo 2023

Dos siglos después de que se acuñara la Doctrina Monroe, la determinación de Washington de controlar su "patio trasero" seguía intacta

Desafiando la gravedad: Reflexiones sobre la Brigada Cuba Primero de Mayo 2023

Autor: El Ciudadano México

En abril de 1823, John Quincy Adams invocó a Isaac Newton y describió Cuba como una «fruta madura» cortada de su «árbol nativo español». El entonces Secretario de Estado argumentó que las «leyes de la gravitación física» atraerían a la isla caribeña hacia Estados Unidos. Meses más tarde, el presidente James Monroe expuso ante el Congreso su nuevo enfoque de política exterior. La Doctrina Monroe desafiaba el dominio de las potencias europeas en las Américas. Monroe, Adams y sus sucesores estaban dispuestos a asumirlo, decididos a mantener a América Latina firmemente bajo su dominio.

Como delegado de Unite Scotland en la Brigada del Primero de Mayo de 2023 de la Campaña de Solidaridad con Cuba, pasé dos semanas visitando la isla que, desde que Colón avistó por primera vez sus costas a bordo de la Santa María en 1492, tanto ha atraído la ira de los imperialistas. Sin embargo, exactamente dos siglos después de que se declarara por primera vez la Doctrina Monroe, Cuba sigue desafiando las leyes de la gravedad de Washington.

Era mi primera visita a Cuba. Mis ideas preconcebidas habían sido forjadas por los ricos retratos de la revolución de Gabriel García Márquez y la fluida prosa de Eduardo Galeano. Pero nuestra estancia en Cuba disiparía estas ideas románticas, al tiempo que profundizaría mi fe en el modo de desarrollo socialista.

Las revoluciones pierden algo con la intimidad», señaló un Che Guevara de 25 años cuando llegó por primera vez a la Guatemala de Jacobo Árbenz en 1953, pocos meses antes de que United Fruit ordenara el golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos. Esto era innegablemente cierto también de la época de nuestra brigada en Cuba, pero eso no era malo. Las ideas erróneas de que la revolución había resuelto todos los problemas de la isla se desvanecieron rápidamente cuando se hizo evidente la realidad del bloqueo. Al salir del aeropuerto y subir a nuestros autocares, vi colas de coches que se arrastraban por la carretera. A la cabeza había una gasolinera con un único surtidor operativo. El combustible escaseaba. Las 243 nuevas sanciones de la administración Trump, la designación de Cuba como Estado patrocinador del terrorismo, la caída de las importaciones de Venezuela y el impacto de la pandemia en la industria turística habían dejado a la isla con solo dos tercios del combustible que necesitaba. «Si el pueblo cubano tiene hambre, echará a Castro», dijo el presidente Eisenhower en 1960. Sesenta y tres años después, la escasez sigue siendo el arma preferida de Estados Unidos.

Éramos delegados internacionales y estábamos bien acomodados, pero los recordatorios de la misión declarada de Estados Unidos de «provocar la desesperación» eran inevitables. Las dificultades de la vida cubana no se nos ocultaban, ni mucho menos. «La verdad es siempre revolucionaria», dijo a nuestra brigada el periodista Michel Enrique Torres Corona. Durante nuestro seminario inaugural, Gladys Hernández, profesora de economía de la Universidad de La Habana, explicó la «crisis sin parangón» a la que se enfrentaba Cuba. La isla era única. Se enfrentaba a todos los retos de otras naciones en desarrollo en un sistema internacional errático, pero con la imposición adicional de un bloqueo de sesenta años por parte de su vecino más próximo, el Estado más poderoso de la Tierra.

Sobre la crisis climática, Hernández fue contundente. «Nuestro pueblo se ahogará si Cuba no se prepara», afirmó. Para hacer frente a la subida del nivel del mar, el gobierno ha puesto en marcha la «Tarea Vida», destinada a proteger el 10% del territorio que se prevé quedará bajo el agua en 2100.

Salimos de aquella sala de conferencias con concepciones utópicas de la vida cubana como un recuerdo lejano y una renovada admiración por la resistencia del pueblo cubano. «Este es un país que vive para disfrutar de la vida», nos había dicho Hernández. «Tenemos problemas, pero nunca nos rendiremos». Durante las dos semanas siguientes, todos los lugares que visitamos mostraban esta resistencia. Fuimos testigos de una forma alternativa de organizar la sociedad que se esforzaba por ofrecer dignidad en lugar de despojarla. Durante siglos, los recursos cubanos habían alimentado los beneficios de Europa y Estados Unidos, mientras el motor del imperialismo endulzaba el té de los opresores. 1959 rompió este ciclo de dependencia, poniendo al pueblo al mando.

La agricultura prerrevolucionaria privatizada de Cuba «multiplicaba las bocas hambrientas, no el pan», escribió Galeano. En La Habana, pasamos tres mañanas trabajando en las granjas cooperativas que hoy conducen a Cuba hacia la autosuficiencia. En la capital, los huertos urbanos -organopónicos- ocupan el 10% del suelo urbano y han revolucionado la agricultura sostenible. Cuando Cuba era el mayor productor de azúcar del mundo, estos mismos campos alimentaban el desarrollo del capitalismo industrial en el norte global. Ahora, estos huertos proporcionan el 60% de las frutas y verduras de La Habana. Estábamos en medio de la ciudad, pero los campos se extendían en todas direcciones, a veces rodeados de árboles o setos. Por magros que fueran nuestros esfuerzos, no olvidaré este ejemplo de cómo el ingenio colectivo y sin recursos no sólo aliviaba sino que innovaba.

La innovación revolucionaria iba mucho más allá de la agricultura. Nuestros seminarios tuvieron lugar en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de La Habana, donde contra todo pronóstico Cuba había desarrollado sus propias vacunas COVID-19. Mientras Estados Unidos y Europa acaparaban sus existencias, Cuba enviaba millones de dosis a otros países en desarrollo. Mientras Estados Unidos y Europa acaparaban sus existencias, Cuba enviaba millones de dosis a otros países en desarrollo. Este no fue nuestro último encuentro con el internacionalismo médico. Mientras visitábamos un hospital en la provincia de Sancti Spiritus, un miembro de nuestra brigada preguntó si el personal participaba en las famosas brigadas sanitarias cubanas. Dirigiéndose a las filas de batas blancas sentadas detrás de nosotros en el auditorio, el director del hospital pidió a los que habían participado en misiones internacionales que se pusieran en pie. Ni una sola persona permaneció sentada. En ese momento, explicó el director, el personal del hospital estaba trabajando en 10 países.

Se trata de un compromiso que se remonta a la larga historia de la revolución, pero que atrajo la atención mundial durante la pandemia del COVID-19. El 22 de marzo de 2020, el «ejército de batas blancas» de Cuba aterrizó en Lombardía, Italia. Mientras la propagación de la COVID-19 obligaba al cierre internacional, 53 médicos cubanos volaron al epicentro de la pandemia para ayudar al desbordado servicio sanitario italiano. Se trataba de la misma brigada que viajó a Sierra Leona, en África Occidental, para luchar contra el virus del Ébola en 2014. Para el 1 de abril de 2020, casi 600 médicos cubanos habían sido enviados a 14 países para ayudar a hacer frente al impacto de la pandemia.

En la industria, como en la agricultura, la riqueza la comparten quienes la producen. De pie en el tejado de una fábrica de electrónica de La Habana, me fijé en lo que parecía la cuarta parte de un pequeño estadio de fútbol. «Ahí es donde celebramos nuestras reuniones sindicales», dijo nuestro guía. Todos los trabajadores de la fábrica estaban afiliados, los directivos eran elegidos y podían ser destituidos cada mes. «Son mis jefes», dijo el director de la fábrica, señalando a los dirigentes de la rama sindical. El sindicato también trabajaba en la comunidad. La mayor parte de la plantilla vivía en el barrio vecino, donde los ingresos de la fábrica financiaban proyectos de desarrollo y mantenían las casas de los trabajadores. 3.000 paneles solares hicieron autosuficiente el lugar de trabajo, y la energía sobrante se utilizó para abastecer al barrio. Los cubanos utilizaron la economía circular como medio de aislarse del bloqueo. Por el contrario, aunque Escocia intenta convertirse en una «economía circular», las facturas de la energía, cada vez más elevadas, empujan a los trabajadores a las fauces de los usureros y los caseros planean como buitres sobre las propiedades alquiladas.

De vuelta de la visita a la fábrica, un grupo de personas nos dirigimos en taxi al centro de La Habana para pasar la noche. Éramos demasiados para un taxi y no había suficiente combustible para dos coches. Tendríamos que hacer dos viajes. Mientras conducíamos, nuestro chófer nos explicó que, aunque no le convencía el gobierno, le encantaba Cuba. «Biden es peor para nosotros que Trump«, dijo mientras pasábamos junto a la valla de acero que rodeaba la embajada estadounidense cerrada. Biden, a diferencia de su predecesor demócrata, no ha hecho nada para aliviar el embargo. Obama, en cambio, como explicó Gladys Hernández, «se había dado cuenta de que era imposible derrotar a Cuba con los métodos tradicionales». La vida, dijo nuestro taxista, era más dura que nunca.

Perdidos en la gira revolucionaria, habíamos dejado que las dificultades cotidianas de la vida se nos escaparan de la cabeza. Por su negativa a someterse a las fuerzas del imperialismo, Cuba ha perdido más de 130.000 millones de dólares. Los cortes de electricidad salpicaban nuestros días. Hacíamos cola en los supermercados mientras sellaban las cartillas de racionamiento. Los alimentos eran caros. El combustible escaseaba. En abril, el Presidente Díaz-Canel había sido sincero con el pueblo cubano. «Todavía no tenemos una idea clara de cómo vamos a salir de esta situación», dijo. Algunos con los que hablamos temían los albores de un segundo periodo especial. Las aspiraciones de los jóvenes son mayores que en los años noventa. El avance de la americanización y la militarización de las redes sociales amenazan con provocar inestabilidad, como en las protestas de julio de 2021. De nuevo con los pies en la tierra, nuestra conversación giró en torno a la importancia de la solidaridad material. Pronto veríamos exactamente la diferencia que puede marcar.

En una tranquila esquina del barrio de Playa, en La Habana, se encuentra el Teatro Miramar. El edificio destaca por ser claramente más nuevo que los que lo rodean. Inaugurado en 2012, esta renovación de 350.000 libras fue financiada íntegramente por donaciones solidarias del Reino Unido a través de la Campaña de Solidaridad con Cuba y el Fondo de Música para Cuba. Miramar no tiene otros espacios como este. El Teatro ofrece un espacio de actuación a los estudiantes de arte locales, pero también un lugar para que la comunidad se reúna y celebre reuniones. El teatro alberga la «Sala De La Kirsty MacColl«. Dedicada a una gran amiga de la cultura cubana y del pueblo de la isla, la sala, con capacidad para 450 personas, es un testimonio de la fuerza de la solidaridad británico-cubana. Las butacas del teatro están adornadas con placas en honor de quienes contribuyeron al proyecto. «En memoria de Kirsty MacColl y en homenaje a El Comandante Fidel Castro«, reza una de ellas.

Salimos de La Habana dos días después. Mientras conducíamos hacia Santa Clara por carreteras desiertas, seguía pensando en el teatro. Sesenta años atrás, fue en esta ciudad donde los cazas británicos Sea Fury ametrallaron a las fuerzas del Che Guevara en los últimos días de la guerra revolucionaria. Recordé las palabras del Che: «Que nunca confiemos ni un poquito en el imperialismo». Eduardo Galeano se hizo eco del Che cuando escribió que esta paranoia obligó a la Revolución Cubana a «dormir con los ojos abiertos». Sus palabras hablan de algo que es fácil olvidar, o ignorar. La revolución cubana está en marcha. El socialismo cubano es un proceso que siempre busca progresar. Los adversarios de la revolución la entienden como una época pasada a la que sólo sobrevive la iconografía. Pero la revolución está viva, luchando constantemente por sobrevivir contra quienes pretenden desterrarla a la historia. Comete errores y aprende de ellos, evaluando cada nuevo reto a través de un marco enraizado en la teoría pero, sobre todo, en la práctica.

Estábamos rodeados de estatuas y literatura, pero sólo al salir de Cuba comprendí lo que la prosa apenas puede comunicar. Cuando los antiguos visitantes decían que la revolución vive, se referían a que el socialismo cubano avanza gracias al trabajo diario del pueblo, no se consigue de la noche a la mañana ni se impone por decreto. A medida que se intensifican las crisis internacionales, la tarea de la solidaridad internacional es luchar contra el bloqueo, ayudar a Cuba a acceder a lo que necesita para sobrevivir y, en última instancia, mantener viva la revolución. El teatro de Miramar lo hizo, pero también lo hicieron las 100.000 libras esterlinas de ayuda educativa vital recaudadas recientemente por el Sindicato Nacional de Educación del Reino Unido y otros.

En los últimos días de nuestro viaje, asistimos a una fiesta callejera organizada por el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de Sancti Spiritus. Los CDR, creados en 1960 para defender al nuevo gobierno de la violencia contrarrevolucionaria, han evolucionado con la revolución. Hoy, los comités de todo el país prestan servicios comunitarios vitales. Todo el barrio se echó a la calle. Conocimos a jóvenes que querían irse de Cuba, pero decían que las cosas serían diferentes sin el bloqueo. Estados Unidos, decían, «nos ha robado nuestro futuro». La presidenta del CDR reunió a todos y nos dijo que en este barrio la gente no era rica. La diferencia en Cuba, dijo, «es que compartimos lo que tenemos, no lo que nos sobra».

Al día siguiente celebramos el primero de Mayo. Bajo el sol de primera hora de la mañana, marchamos por Sancti Spiritus. La gente festejaba al son de una banda de samba. Los niños jugaban entre pancartas y retratos del Che, Fidel y José Martí. La crisis del combustible había reducido el famoso desfile de La Habana y la fuerte lluvia había cancelado las celebraciones menores programadas. El Día del Trabajador se celebró el 5 de mayo. La revolución cubana se adaptó, como siempre.

De vuelta en el aeropuerto, reflexionamos sobre nuestra experiencia. Estados Unidos ha intensificado su guerra contra Cuba. La escasez de combustible era paralizante. Dos siglos después de que se acuñara la Doctrina Monroe, la determinación de Washington de controlar su «patio trasero» seguía intacta. La gente estaba enfadada, pero se mantenía la fe en la capacidad de la revolución para ofrecer dignidad en tiempos de crisis. «Sois nuestros mensajeros», nos dijeron cuando llegamos. Así pues, la tarea de todos los que rechazan la política de subyugación de Monroe es construir la solidaridad con el pueblo cubano para que la revolución pueda seguir desafiando la atracción gravitatoria del imperialismo.

Autor: Coll McCail

Traducción: Lizzette Vela

Foto: Wire

Recuerda suscribirte a nuestro boletín

📲 https://t.me/ciudadanomx
📰 elciudadano.com


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano